WOODY ALLEN: A DOCUMENTARY. 2011. 120´. Color.
Dirección: Robert B. Weide; Guión: Robert B. Weide; Dirección de fotografía: Neve Cunningham, Anthony Savini, Nancy Schreiber, Bill Sheehy y Buddy Squires; Montaje: Karoliina Tuovinen y Robert B. Weide; Música: Benson Taylor; Producción: Robert B. Weide, para Whyaduck Productions-Mike´s Movies-Rat Entertainment-Insurgent Media (EE.UU.).
Intérpretes: Woody Allen, Letty Aaronson, Diane Keaton, Marshall Brickman, Scarlett Johansson, Martin Scorsese, Dick Cavett, Mira Sorvino, Josh Brolin, Owen Wilson, Larry David, Robert Greenhut, Jack Rollins, Charles H. Joffe, Martin Landau, Mariel Hemingway, Sean Penn, Dianne Wiest, Penélope Cruz, Eric Lax, Louise Lasser, Tony Roberts, Richard Schickel, Naomi Watts, Gordon Willis.
Sinopsis: Documental que repasa la carrera profesional de Woody Allen.
Vaya por delante que lo que voy a reseñar es la versión de dos horas de un documental cuyo primer montaje tenía alrededor de sesenta minutos más de duración. Dirige Robert B. Weide, conocido por haber dirigido diversos films del género, entre ellos uno relativo al célebre cómico Lenny Bruce, y también por sus colaboraciones con Larry David. Weide hace aquí un trabajo aplicado, pero no distinguido. Más allá de la curiosidad que pueda despertar entre los fans de Woody Allen ver su lugar de trabajo, y las más bien arcaicas herramientas que el director utiliza para dar forma a sus guiones, este documental no ofrece muchas novedades respecto a lo que los cinéfilos conocemos sobre el director neoyorquino.
Recorrido estándar, pues, por la trayectoria vital y profesional de un gran cómico de trasfondo pesimista que nunca ha escondido su frustración por no haber sido capaz de crear un drama a la altura de los de sus ídolos, como Ingmar Bergman o el Federico Fellini de su etapa neorrealista. Criado en Brooklyn, estudiante inquieto y aburrido y precoz comediante en las revistas, los clubs nocturnos y la televisión, Allen, como Billy Wilder, saltó a la dirección cinematográfica con el noble propósito de no permitir que nadie destrozara sus guiones. Lo ha conseguido, pues es uno de los pocos cineastas de larga trayectoria que puede presumir de haber tenido el control sobre todos los films que llevan su firma.
La película alterna las declaraciones del propio Allen con fragmentos seleccionados de algunas de sus obras más representativas y, por supuesto, con numerosos testimonios de colegas y colaboradores. Entre ellos, figura Diane Keaton, una de sus musas y la mujer que cambió el modo de escribir de Woody Allen y contribuyó a que el director haya sido capaz de crear algunos de los mejores papeles femeninos de las últimas décadas. Allen conoció a Keaton en la primera etapa de su filmografía, de perfil marcadamente cómico, y junto a ella desarrolló su estilo y creó una película superlativa que expandió su cine y le dio su forma definitiva: Annie Hall. Weide pasa de puntillas por algunas de las que considero obras mayores de Allen, como Broadway Danny Rose, Sombras y niebla, Misterioso asesinato en Manhattan o la que para mí es la última de ellas, Desmontando a Harry, mientras se recrea en trabajos menos distinguidos como Recuerdos, vanidoso intento de emular al Fellini de Ocho y medio que no merece más que un lugar discreto entre las películas de Allen.
2011 era un año propicio para homenajear a Woody Allen, pues la taquilla norteamericana le volvió a sonreír, después de muchos años, con la floja Medianoche en París. Ahora todo es distinto, pues el afán inquisidor, disfrazado de progresismo, de gentes que se permiten el lujo de dictar condenas respecto de hechos juzgados hace un cuarto de siglo, lleva camino de convertir a Allen casi en un proscrito. Weide tira por lo funcionarial y firma un trabajo correcto pero carente de inspiración, que se contempla con agrado pero deja el aroma de lo ya visto.