LA LA LAND. 2016. 126´. Color.
Dirección: Damien Chazelle; Guión: Damien Chazelle; Director de fotografía: Linus Sandgren; Montaje: Tom Cross; Diseño de producción: David Wasco; Música: Justin Hurwitz; Dirección artística: Austin Gorg; Producción: Fred Berger, Gary Gilbert, Marc Platt y Jordan Horowitz,para Summit Entertainment- Gilbert Films-Black Label Media- TIK Films (EE.UU).
Intérpretes: Ryan Gosling (Sebastian); Emma Stone (Mia); John Legend (Keith); J.K. Simmons (Bill); Sonoya Mizuno (Caitlin); Callie Hernández (Tracy); Jessica Rothe (Alexis); Rosemarie DeWitt (Laura); Claudine Claudio, Finn Wittrock, Damon Gupton, Terry Walters, Josh Pence, Miles Anderson.
Sinopsis: Mia es una joven aspirante a actriz que trabaja de camarera en Hollywood; Sebastian, un pianista de jazz cuya aspiración es abrir un club dedicado a esta música. Ambos se conocen, se enamoran y tratan de hacer realidad sus sueños.
Que Damien Chazelle es un tipo con mucho talento es algo que debería tener claro cualquiera que haya visto Whiplash. Su siguiente largometraje, La La Land, le convirtió en el ganador más joven del Oscar al mejor director, rúbrica a un éxito impresionante. La película, en la que la música ocupa una vez más un lugar primordial, es a la vez comedia romántica que homenajea a los clásicos de Donen o Minnelli, y reflexión, menos optimista de lo que su apariencia pueda indicar, sobre el amor, el compromiso y la fidelidad a uno mismo.
Una de las grandes virtudes de La La Land es también el origen de su mayor defecto: Chazelle, embarcado en el desafío de rodar un musical, y sabedor de que en el mundo no abundan los bailarines que además sepan actuar, optó por una pareja protagonista en la que sobresalen con creces sus dotes interpretativas. Ello beneficia a la película, en especial cuando su tono se hace más dramático, pero hace que los números musicales sean lo más flojo del conjunto. Las escenas de baile, por muy coloristas que sean, y por mucho que vayan acompañadas por las notables canciones de ese individuo tan brillante que es Justin Hurwitz, o no aportan demasiado en un film centrado de manera casi exclusiva en los avatares sentimentales y profesionales de sus dos protagonistas (véase la escena inicial del atasco de tráfico), o resultan demasiado simples para lo que se pretende dadas las justitas dotes para la danza de las estrellas que los interpretan, que en pantalla se muestran más esforzados que diestros en este aspecto. Incluso en la escena que ilustra el póster de la película esta circunstancia se hace patente.
En casi todo lo demás, La La Land es una gran película. Como aficionado al jazz, celebro que uno de los directores de mayor nivel que ha dado el cine estadounidense en los últimos años sea un ferviente seguidor de esta música. Su modo de filmar y de mover la cámara es tan ágil, y a la vez tan sincopado (en las escenas de baile hay un excesivo montaje, pero eso, sin duda, las hace mejores por las circunstancias antes mencionadas), como una buena interpretación jazzística. Con ritmo y precisión, Chazelle viste de colorista musical que rinde homenaje a los grandes clásicos del género, y a la leyenda de Hollywood como fábrica de sueños, lo que en el fondo es una no excesivamente original pero sí inspirada comedia romántica de tono agridulce. La camarera aspirante a actriz y el pianista fiel a sus principios y a su arte se conocen, se caen mal, se reencuentran. se gustan, se enamoran y se aportan mutuamente el combustible que necesitan para hacer realidad sus sueños. Y lo logran, pero de un modo incompleto: Sebastian consigue tocar cada noche su amado jazz en el club que siempre soñó, pero por el camino tuvo que prostituir su arte para alcanzar sus propósitos y perdió a la mujer que amaba. Mia termina por convertirse en una glamourosa estrella, pero dejando atrás sus sueños de dramaturga y el amor verdadero. Chazelle se marca el detalle de mostrarnos lo que podría haber sido, la comedia almibarada que Hollywood siempre vendió y en la que todos querríamos creer, para acabar mostrándonos que, como escribió de manera inmejorable Leonard Cohen, el amor no es una marcha triunfal (ni un musical a la vieja usanza) sino un frío y solitario aleluya.
Ya he dicho que ni a Emma Stone ni a Ryan Gosling les han llevado las musas por el camino de la danza. De hecho, ella destaca más por el canto, y él por su labor al piano, de lo que ambos lo hacen en las coreografías. Dicho esto, Emma Stone es una gran actriz, y lo demuestra con creces, dejando claro que la apuesta de Chazelle por encabezar el reparto con actores de verdad, en lugar de con bailarines, era la correcta. Gosling es algo más que el sueño húmedo de millones de féminas (y sospecho que de buena parte del universo gay masculino), y su actuación logra hacernos ver la pasión artística de Sebastian, y también su poso amargo. El resto del reparto pinta realmente muy poco, salvo en lo que respecta a la intervención del cantante John Legend y al cameo de J. K Simmons, el hombre que lo bordó en Whiplash.
¿Obra maestra? No, pero tampoco le falta tanto para serlo. Más bien, le sobra. En todo caso, la confirmación de un verdadero talento. Ojalá esta película haya servido para que algunos jóvenes se interesen por el jazz. Sólo por eso, merecería mis elogios, pero La La Land posee un nutrido grupo de cualidades puramente cinematográficas que la hacen merecedora de gran parte de los parabienes recibidos.