A MOST WANTED MAN. 2014. 118´. Color.
Dirección: Anton Corbijn; Guión: Andrew Bovell, basado en la novela de John Le Carré; Dirección de fotografía: Benoit Delhomme; Montaje: Claire Simpson; Diseño de producción: Sebastian Crawinkel; Música: Herbert Gronemeyer; Dirección artística: Sabine Engelberg (Supervisión); Producción: Gail Egan, Malte Grunert, Simon Cornwell, Stephen Cornwell y Andrea Calderwood, para Lionsgate- Film4- Demarest Films- Potboiler- Senator Film-Ink Factory- Amusement Park (Reino Unido-Alemania-EE.UU).
Intérpretes: Philip Seymour Hoffman (Günther Bachmann); Rachel McAdams (Annabel Richter); Willem Dafoe (Tommy Brue); Grigory Dobrigyn (Issa Karpov); Nina Hoss (Irna Frey); Robin Wright (Martha Sullivan); Homayoun Hershadi (Abdullah); Mehdi Dehbi (Jamal); Daniel Brühl (Maximilian); Rainer Bock (Dieter Mohr); Vicki Krieps, Kostja Ullmann, Martin Wuttke, Derya Alabora, Tamer Yigit, Ursina Lardi.
Sinopsis: Un joven radical checheno, hijo ilegítimo de un general ruso, entra clandestinamente en Alemania y reclama una importante cantidad de dinero que pertenecía a su padre. Sus movimientos son vigilados por los servicios de inteligencia de diferentes países.
En la carrera, muy vinculada al videoclip, de Anton Corbijn, El hombre más buscado es el largometraje de ficción que sucedió a la irregular El americano. Se trata de la adaptación cinematográfica de una novela de John Le Carré, fiel a la letra y al espíritu del escritor británico, y que en muchos aspectos recuerda a los films de espionaje que hicieron furor durante la Guerra Fría. Como admirador de la obra de Le Carré, a quien considero el gran maestro de las narraciones sobre los servicios secretos, diría que El hombre más buscado está a la altura de otras excelentes adaptaciones contemporáneas de sus obras, y me refiero en especial a El topo y a la miniserie televisiva El infiltrado.
En primer lugar, le agradezco a Corbijn que no juegue a ser moderno y se nutra, en ética y estética, de las películas de espías realizadas en los años 60 y 70, cuyo estilo estuvo en buena parte marcado por las premisas de un tal John Le Carré. Hablamos de terrorismo yihadista, la gran pesadilla de nuestro tiempo para los servicios secretos occidentales, pero hablamos, como es habitual en el novelista inglés, de inteligencia, de lealtad, de desesperanza y de un mundo en el que casi todo el mundo juega con dos barajas. El espía Günther Bachmann (que en ese y otros aspectos guarda notables similitudes con el icónico George Smiley) constituye una rareza en ese mundo, pues él es capaz de nadar en el fango sin que su cerebro de llene de tan nocivo elemento. Es sabido (y la película nos lo recuerda con un rótulo inicial) que los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron organizados, en su mayor parte, en Hamburgo, ciudad portuaria del norte de Alemania en la que los terroristas pudieron moverse a su antojo durante meses ante la incompetencia de los servicios secretos de medio mundo. Hasta allí llega Issa Karpov, en quien Bachmann ve la oportunidad de desenmascarar el aparato financiero del terrorismo islámico y, en consecuencia, de detener a sus últimos, y poderosos, responsables. Sin embargo, el tóxico entramado de intereses políticos y económicos, al más alto nivel, que se mueve entre las cloacas del poder hará que el espía, adicto al tabaco y a su trabajo, haya de sortear infinidad de trabas para cumplir con su misión.
La estética fría y la casi total ausencia de acción, en el sentido más tópico del término, son tal vez los dos elementos más marcados en esta película, una de cuyas grandes virtudes reside en conseguir que una trama enrevesada sea del todo comprensible para cualquier espectador mínimamente atento. Cielos siempre grises, que es el color en el que se mueven los pensamientos y las acciones de la práctica totalidad de los personajes principales. El tono es crítico: se denuncia que Occidente no aprende, ni quiere aprender, de sus errores, y que eso beneficia a los terroristas y a quienes les amparan. Las estúpidas luchas de poder, o simplemente de egos, entre los servicios de inteligencia de distintos países, e incluso entre diferentes organizaciones dentro de un mismo Estado, cuestan vidas y agotan la paciencia de quienes, como Bachmann, anteponen la eficacia de las acciones de contraespionaje a las conveniencias políticas. Entrando más en materia, diré que la escena del secuestro de Annabel Richter, la abogada pija que juega a defensora del zorro en el gallinero, y la del primer interrogatorio que le hace Bachmann, me parecen antológicas. Y podría decirse que el final es previsible, pero lo es por consecuente, con la narración y con Le Carré, quien, una vez más, demuestra saber muy bien de lo que habla. Corbijn opta por la sobriedad en la puesta en escena, deja la cámara quieta las más de las veces (un plano fijo a tiempo sigue siendo una victoria), y, haciendo gala de su buen ojo para la música, se apoya en una notable banda sonora para crear ambiente. Y ese ambiente es uno en el que la lealtad y los valores éticos no tienen cabida.
El hombre más buscado se nutre de un gran plantel de actores, entre los que destaca un magistral Philip Seymour Hoffman. Actor superlativo, cuya pérdida fue una pésima noticia para el cine en general, Hoffman crea un Günther Bachmann perfecto en voz y gestos, en escepticismo, en ironía, en meticulosidad, en decepción. El mérito del resto del elenco es el de no palidecer frente a él. Rachel McAdams, actriz cuya carrera está en claro progreso, hace un trabajo notable, bastante superior a mi entender al desarrollado a las órdenes de Brian De Palma en Passion; Willem Dafoe pone toda su ambigüedad y su buen hacer al servicio del turbio banquero Tommy Brue, y Robin Wright vuelve a sacar su lado más intrigante, el que ha explotado con tanto acierto en House of cards. Grigory Dobrigyn, que interpreta al personaje que desencadena la acción, demuestra buenas maneras, y es de alabar también la labor de Nina Hoss en el papel de Irna, la mano derecha de Bachmann.
En el mejor sentido posible, El hombre más buscado es una película de las que ya no se hacen, que recupera el esplendor del mejor cine de espías de antaño y lo adapta a los nuevos desafíos estratégicos y al cinismo imperante en esta época de locos. Anton Corbijn consigue una gran película, que le reivindica como cineasta de ficción, y nos brinda otra modélica adaptación de un autor imprescindible.