AMANTES. 1991. 105´. Color.
Dirección: Vicente Aranda; Guión: Carlos Pérez Merinero, Álvaro del Amo y Vicente Aranda; Dirección de fotografía: José Luis Alcaine; Montaje: Teresa Font; Música: José Nieto; Producción: Pedro Costa, para Pedro Costa Producciones Cinematográficas (España)
Intérpretes: Victoria Abril (Luisa); Jorge Sanz (Paco); Maribel Verdú (Trini); Enrique Cerro (Comandante); Mabel Escaño (Esposa del comandante); Alicia Agut (Madre de Trini); José Cerro (Minuta); Gabriel Latorre (Gordo); Saturnino García, Ricard Borràs, Lucas Martín, Jorge Juan García, Cosme Cortázar.
Sinopsis: En el Madrid de mediados de los 50, Paco, un joven recién licenciado de la mili y prometido de Trini, la criada de un comandante, conoce a Luisa, una viuda con la que inicia una apasionada relación.
El director barcelonés Vicente Aranda, que atravesaba un buen momento gracias a la popularidad que consiguieron sus dos películas dedicadas a la figura de Eleuterio Sánchez, El Lute, llegó al cénit de su carrera con Amantes, tragedia basada en un hecho real que triunfó de manera incuestionable dentro y fuera de las fronteras españolas.
Amantes es un raro ejemplo de que, a veces, la burocracia española sirve para algo: el éxito de una de las grandes series de la televisión patria, La huella del crimen, al que Vicente Aranda contribuyó con la notable El crimen del capitán Sánchez, llevó al encargo de una segunda tanda de capítulos, en la que se incluiría un episodio, titulado El crimen de los amantes de Tetuán, que se inspiraba en un asesinato cometido en Burgos a finales de los años 40. Como el visto bueno a los nuevos capítulos se fue retrasando, a causa de la típica inoperancia de los inquilinos de despachos, alguien tuvo la feliz idea de convertir esa historia en un largometraje, cuyo título fue mucho más breve que el original: Amantes, una de esas películas que salen redondas. En ella, las licencias que se toma Aranda respecto del caso real en el que se basa el guión funcionan de maravilla: al situar la acción varios años después del suceso conocido como el crimen de La Canal, el director dota a su historia de un halo de atemporalidad y la aleja de lo que podría haber sido una típica historia negra de la posguerra; el cambio en los nombres de los protagonistas es afortunado, en especial en lo que a las mujeres se refiere; lo mismo ocurre con la atenuación de la diferencia de edad entre Paco y Luisa, que en la vida real era de casi veinte años a favor de la viuda, cuando la actriz que la interpreta, Victoria Abril, sólo tiene once años más que Jorge Sanz, pues queda claro que eso le añade morbo a la cosa, lo mismo que el hacer que Paco estuviera prometido con Trini antes de conocer a Luisa, cuando en realidad eso fue al revés; la criticada presencia de sábanas de colores, inexistentes en la época y justificadas por el director con el argumento de que combinan mejor con los cuerpos, funciona en pantalla; por último, el cambio de ubicación del crimen, que en la película se produce bajo una intensa lluvia y en un banco situado frente a una nevada catedral de Burgos, proporciona un lirismo del todo cinematográfico (la sangre y el arma homicida cayendo sobre la nieve).
Con la ayuda del magnífico trabajo de José Luis Alcaine en la fotografía, y el aporte de la mejor banda sonora que José Nieto compuso para él, Aranda lleva el tema del triángulo amoroso al extremo: tenemos a la mujer mantis religiosa y a la mujer víctima, y a un hombre que es a la vez trofeo y pelele. Los diálogos alternan lo crudo (la mayoría de las veces en boca de la desinhibida viuda) con lo folletinesco, pero opino que pocas veces se ha retratado mejor en el cine la crueldad del amor no correspondido. Trini se embarca en una guerra que no puede ganar, porque en el amor siempre pierde quien lo da sin recibirlo: la ambición y la sociopatía de Luisa, y el carácter débil de Paco (el típico zángano español apto para el catre y la bravata, pero flojo para casi todo lo demás) hacen el resto. La obsesión lo domina todo: por eso, cuando Paco (“ya tienes lo que quieres: dos coños”, le suelta la viuda cuando sabe que el muchacho también se ha acostado con la hasta entonces púdica Trini) intenta llegar a una solución de compromiso, consistente en que Luisa se lleve el dinero de su novia y desaparezca de su vida, ésta responde arrojando el fajo de billetes al suelo: las dos mujeres quieren al hombre en exclusiva. Ninguna ellas dos lo tendrá realmente: Trini acepta su destino cuando ve que el hombre al que se ha entregado por completo no siente un ápice de amor por ella; Luisa y Paco huyen, sí, pero su fuga apenas duró tres días. La historia es fuertemente sexual pero, a excepción de la famosa escena del pañuelo, se intuye mucho más de lo que se ve. Sexo (el que lleva a Luisa y Paco a desearse con locura, el asidero al que intenta agarrarse Trini para recuperar a su prometido) y muerte, Eros y Tánatos en la gris España franquista.
Empezaré hablando del trío protagonista por su eslabón más débil: Jorge Sanz siempre me pareció un actor de poco fuste, pero Aranda consiguió sacar lo mejor de él y el papel de Paco (un chulito, como acertadamente le define su amante) le viene al pelo. Maribel Verdú borda su papel de chica hacendosa y sufriente, lo cual tiene mérito porque muchos hombres sabemos que ella es la clase de mujer por la que uno haría casi cualquier cosa, y Victoria Abril, premiada en Berlín por esta interpretación, da vida a una Luisa inmejorable en su pasión, en su frialdad y en su encono. Apenas hay roles secundarios relevantes, pero poco importa.
Amantes no es sólo la mejor película de Vicente Aranda (la volvió a rodar varias veces, pero sólo en Celos se acercó a estas alturas), sino uno de los films más importantes que se han rodado en España después del franquismo.