EL BAILE. 1959. 88´. Color.
Dirección: Edgar Neville; Guión: Edgar Neville, basado en su obra de teatro; Dirección de fotografía: José F. Aguayo; Montaje: José Antonio Rojo; Música: Gustavo Pittaluga; Decorados: Enrique Alarcón; Producción: Andrés Velasco, para Carabela Films, S.A. (España)
Intérpretes: Alberto Closas (Pedro); Conchita Montes (Adela/Adelita); Rafael Alonso (Julián); Mercedes Barranco (Doncella); Mari Ángeles Acevedo, Antonio Clavo, Josefina Serratosa, José María Rodríguez.
Sinopsis: Dos entomólogos, enamorados de la misma mujer, discuten acerca de la conveniencia de asistir a un baile de máscaras que es todo un acontecimiento social. Años después, la situación de estos personajes dará un enorme vuelco.
El penúltimo largometraje dirigido por Edgar Neville adapta una de sus obras teatrales más exitosas, El baile, estrenada en 1952. Se trata de una comedia dramática con un marcado tono nostálgico, que respeta de manera escrupulosa el texto original y que, sin ser una de las mejores películas de Neville, sí posee muchas de las características que convierten a este director en uno de los más importantes que ha dado el cine español.
Los tres actos de la obra, y por lo tanto de la película, son a la vez tres géneros y tres estados de ánimo. En el primero, conocemos a los personajes en su mejor momento: se trata de Adela, una mujer bella y coqueta, de su marido, Pedro, dedicado a la entomología, y del mejor amigo de la pareja, Julián, que comparte profesión con Pedro, fue el primer novio de Adela y continúa enamorado de ella. Este primer acto sigue los cánones de esa comedia estilizada, ingeniosa y galante que tan bien se le daba a Neville, quien muestra una vez más su querencia por el Madrid de principios del siglo XX, su particular paraíso perdido. Llama la atención que el amigo, Julián, sea quien asuma el papel de marido celoso, mientras Pedro, el esposo real de Adela, se toma las cuestiones morales y la afición por el galanteo de ella de una forma mucho más calmada. Este acto finaliza con la noticia del embarazo de Adela, cuestión importante para el posterior desarrollo de la trama.
El segundo acto es un drama: Adela, ya con una hija adolescente, se siente mayor y, pese a que sigue despertando la admiración de su marido, y del hombre que sigue comportándose como si lo fuera, vive insatisfecha y deseosa de vivir aventuras antes de adentrarse en la vejez. Una vejez a la que no habrá de llegar, pues padece una enfermedad incurable.
El tercer acto es el de la nostalgia pura, y se sitúa en la España de la posguerra. Los dos entomólogos, ya ancianos y, cada cual a su modo, viudos, recuerdan a su gran amor en la figura de Adelita, que es una versión joven y alocada de su abuela, a la que se parece mucho físicamente. Pedro y Julián, ya en la senectud, recuperan sus papeles de esposo bonachón y marido celoso, aunque en este caso su papel sea el de abuelos. En esta parte, que me parece la mejor, Neville deja claro que se ve a sí mismo como un hombre de otra época, que mira al pasado con una sonrisa, pero también con la profunda añoranza de quien recuerda los buenos momentos que no han de volver.
Como es habitual en el director madrileño, la puesta en escena es de marcado talante teatral, y destaca por el buen gusto estético y por la agilidad y el ingenio de unos diálogos que quizá hoy suenen cursis, pero son dueños de una ligereza admirable. Los escasos exteriores, que nos muestran el parque del Retiro en las distintas épocas en las que transcurre la película, están ahí para mostrarnos el paso del tiempo, que Neville, al igual que cualquiera que sepa apreciar las cosas buenas de la vida, asume con gesto torcido. La parte técnica, como es habitual en el director, está resuelta con elegancia, consiguiéndose dar cierta sensación de opulencia cuando el presupuesto se antoja escaso, y haciendo buen uso del color, recurso muy excepcional en Neville.
El reparto empieza y acaba en el trío protagonista, que es el mismo que interpretó la obra sobre las tablas con la excepción de Alberto Closas, una de las grandes estrellas del cine español del momento, que sustituye a Pedro Porcel. Closas aporta su elegancia, sus maneras de galán y sus dotes para la ironía, haciéndose acreedor de una muy buena nota. Conchita Montes, pareja sentimental del director, se muestra demasiado ñoña y amiga de los mohínes en el papel de Adelita, pero está espléndida como su abuela, tanto en el lado galante como en el trágico. Sin embargo, El baile es sobre todo un perfecto ejemplo de lo gran actor que era Rafael Alonso, uno de los grandes secundarios del cine español. Aquí logra mostrar la paradoja del marido celoso que no es ni siquiera marido, pero también el drama de un hombre que pierde a su gran amor dos veces, y lo recupera de otro modo en la figura de su nieta. Soberbio, en una palabra.
Teatro del bueno, como diría el filósofo portugués, El baile es un film notable, de lo mejor del cine español de la época.