THE DEVILS. 1971. 110´. Color.
Dirección: Ken Russell; Guión: Ken Russell, basado en el relato de Aldous Huxley The devils of Loudun y en la obra de teatro The devils, de John Whiting; Dirección de fotografía: David Watkin; Montaje: Michael Bradsell; Diseño de producción: Derek Jarman; Música: Peter Maxwell Davies; Dirección artística: Robert Cartwright; Producción: Ken Russell y Robert H. Solo, para Russo Productions (Reino Unido).
Intérpretes: Oliver Reed (Padre Grandier); Vanessa Redgrave (Hermana Jeanne); Dudley Sutton (Barón de Laubardemont); Max Adrian (Ibert); Gemma Jones (Madeleine); Murray Melvin (Padre Mignon); Michael Gothard (Padre Barre); Georgina Hale (Philippe); Brian Murphy (Adam); Christopher Logue (Cardenal Richelieu); Graham Armitage (Luis XIII); John Woodvine (Trincant); Andrew Faulds (Rangier); Kenneth Colley (Legrand); Judith Paris (Hermana Judith); Catherine Willmer, Iza Teller, Harry Fielder, Imogen Claire, Cheryl Grunwald.
Sinopsis: En la Francia del siglo XVII, el poderoso cardenal Richelieu utiliza su influencia sobre el rey para imponer la unidad política y religiosa en toda la nación, y fija uno de sus objetivos en Loudun, una villa en la que el personaje más relevante es Grandier, figura eclesiástica tolerante en asuntos públicos y con merecida fama de libertino.
El hoy bastante olvidado Ken Russell tuvo un febril período de actividad en los años posteriores al éxito internacional de Mujeres enamoradas, película que sentó las bases del estilo de este director. De entre su notable producción inmediatamente posterior, destaca con fuerza Los demonios, adaptación de un relato de Aldous Huxley que se inspira en unos hechos acaecidos en la Francia gobernada con mano de hierro por el cardenal Richelieu, un gran político… en el peor sentido del término. Se conoce como el caso de las endemoniadas de Loudun, uno de los episodios de posesión diabólica colectiva más célebres de la historia. En los primeros años 60, el cineasta polaco Jerzy Kawalerowicz había realizado Madre Juana de los Ángeles, adaptación de la primera novela escrita sobre el tema. El enfoque de Russell fue muy distinto, como lo eran sus fuentes, y siguió en la línea de su film anterior: calidad, esteticismo y escándalo.
El problema de Ken Russell es que, en buena parte de su producción posterior a la ópera-rock Tommy, su estilo visual efectista y barroco está al servicio de la nada más absoluta. No ocurre lo mismo en sus primeras obras, y menos que en ninguna en Los demonios, pues la historia que se explica es atractiva desde cualquier punto de vista; se trata de unos hechos verídicos, documentados con profusión, en los que confluyen sexo, poder y religión como sólo pueden hacerlo en épocas aberrantes. Por un lado, tenemos a un estadista inteligente y cruel que sueña con imponer su dominio a una nación dividida en lo religioso y muy atomizada en lo político, con centenares de poblaciones de provincias amuralladas y sin apenas contacto con el exterior, en las que el poder estatal apenas tiene fuerza frente a los designios de las autoridades, civiles o eclesiásticas, de cada villa. Loudun era la víctima perfecta: se trataba de una ciudad de provincias de cierta importancia, que sus bellas murallas convertían en prácticamente inexpugnable ante un ataque lanzado desde el exterior y cuya máxima autoridad eclesiástica era Urbain Grandier, un ser culto y refinado que mostraba en público su oposición al celibato sacerdotal, que él mismo se jactaba de no respetar en absoluto, que no sentía ninguna hostilidad hacia los protestantes, perseguidos y torturados en otros muchos lugares de Francia, y que incluso se permitía escribir artículos satíricos contra Richelieu. El cardenal, con la ayuda de diversos potentados del lugar que veían en Grandier a un libertino al que había que eliminar, se aplicó a la tarea, contando con la inestimable ayuda de unas monjas ursulinas que, encabezadas por la madre superiora, Jeanne de Belciel (o Juana de los Ángeles), declararon estar poseídas por diversos demonios por obra y gracia de Grandier, un hombre bello y con fama de seductor que, sin embargo, había rechazado las distintas peticiones de la superiora para convertirse en el guía espiritual de las residentes en el convento. El resto es historia.
Los demonios es una película bella y valiente, que consigue ser muy fiel a la época retratada sin dejar de tener los pies muy bien asentados sobre aquella en que se filmó, sin duda una de las de mayor libertad artística que se hayan conocido. Russell se aprovecha de esa libertad (limitada, pues el film sufrió censura allí donde se estrenó) para incluir escenas abiertamente blasfemas, como las nada piadosas ensoñaciones de la superiora con el padre Grandier, o para mostrar sin ambages los estragos de la tortura en quienes la sufren (y el disfrute de quienes la emplean). Siguiendo a los artistas en los que basó su guión, Russell toma partido de forma abierta por Grandier, a quien nos presenta como un hombre culto y desprejuiciado que es víctima de la intolerancia, la mentira y la manipulación. Sus delitos son enfrentarse al fanatismo religioso, a un poder estatal que sueña con ser omnímodo y, sobre todo, vivir su sexualidad de forma abierta y libre, en un entorno en el que la represión alcanza límites enfermizos y lleva, como diría el castizo, a ver demonios donde no hay más que un agudo picor de coño que el presunto corruptor prefiere no rascar. Los demonios muestra la desigual lucha de un hombre libre frente al oscurantismo y la sinrazón, y lo hace con una estética muy cuidada, con una puesta en escena que va mucho más allá de lo meramente teatral (incluso en la primera escena, que ilustra… una representación teatral, protagonizada por el propio rey Luis XIII), y con unos planos vigorosos y recargados que acentúan la potencia de la historia. Fotografía intachable, algunos planos para enmarcar y una música curiosa, en la que esos anacrónicos toques de free jazz para ilustrar varias de las escenas más escandalosas me parecen acertados.
Que Oliver Reed era un gran actor se ve claramente en esta interpretación, tal vez la mejor de toda su carrera cinematográfica. Reed nos muestra a un Urbain Grandier tan dotado para la reflexión como firme en sus convicciones, seductor incluso a su pesar y dueño de una rara intensidad. Otra grande, Vanessa Redgrave, da vida a la madre superiora convirtiéndola en símbolo del cristianismo: es un ser deforme y reprimido cuyo resentimiento genera destrucción. El elenco de secundarios, en general desconocidos para quien esto escribe (a excepción de Brian Murphy, aquí muy alejado de los papeles cómicos que le dieron fama), está a un nivel notable, llámense Dudley Sutton, Gemma Jones o Murray Melvin. Es verdad que Michael Gothard, un exorcista de aspecto muy hippie, está pasado de vueltas, pero hay que tener en cuenta que interpreta a un sacerdote católico dedicado a sacar demonios de las personas poseídas, es decir, a un ser totalmente desquiciado.
Los demonios es una joya, una película que no se queda en el mero afán de provocar porque, como en ella hay mucho talento, consigue provocar de verdad. El cine de Ken Russell no deja a nadie indiferente, y más allá de su barroquismo y sus ganas de epatar, se trata de un director que, cuando está inspirado, realiza films francamente buenos. Y Los demonios es, para mí, el mejor de todos.