Hoy me apetece hablar de una subespecie en expansión en el decadente Occidente: los veganos, también llamados comeberzas. Se trata de unos especímenes de talante pijeril que, como es fácil deducir, no han pasado hambre en su vida. Creen que todos los problemas del mundo se acabarían si los humanos dejásemos de comer carne, de la misma forma en la que todos los devotos de cualquier religión creen que quienes no comulgamos arderemos en el infierno y pasaremos toda la eternidad con una piel morena de la hostia. Olvidan (la capacidad de los creyentes para ignorar todo aquello que no se ajusta a sus cuadriculados esquemas me admiraría, de no ser porque en mi opinión constituye el verdadero gran problema de la humanidad) que a nuestra poco respetable especie, su querida madre Naturaleza la hizo omnívora. ¿Significa esto que la naturaleza debe ser destruida porque hizo que ciertos primates disfrutemos con un solomillo a la pimienta, un pulpo a feira o un plato de morcón ibérico? Pues no lo sé, tendrán que preguntárselo a algún vegano. A ser posible, háganlo mientras mordisquean una hamburguesa. Comprobarán que el sentido del humor es una de las principales características de la subespecie.