FULANO Y MENGANO. 1957. 70´. B/N.
Dirección: Joaquín Luis Romero Marchent; Guión: José Suárez Carreño y Jesús Franco, basado en la novela de José Suárez Carreño; Dirección de fotografía: Ricardo Torres; Montaje: Alfonso Santacana y Bienvenida Sanz; Música: Odón Alonso; Decorados: Francisco Canet; Producción: Ricardo Sanz, para UNINCI, S.A. (España)
Intérpretes: José Isbert (Eudosio); Juanjo Menéndez (Carlos); Julita Martínez (Esperanza); Emilio Santiago (El Jaula); Manuel Arbó (Damián); Antonio García Quijada (El Anguila); Rafael Bardem (Don Vicente); Rafael Romero Marchent (Paco); Emilio Rodríguez, Aníbal Vela, Manuel Alexandre, José María Caffarel, Xan Das Bolas, Julia Delgado Caro, Rosario Royo, Manuel Requena, Félix Briones.
Sinopsis: Dos hombres, encarcelados por robos que no cometieron, salen a la calle y no tienen dónde vivir. Les acoge Damián, un trabajador enfermo, en su destartalada casa de las afueras de Madrid.
Antes de especializarse en el spaghetti western, subgénero al que se adscribe la mayoría de su producción como cineasta, Joaquín Luis Romero Marchent se dedicó al cine de aventuras y, en la parte que nos ocupa, a realizar una trilogía de comedias sociales que concluyó con Fulano y Mengano, film casi desconocido que constituye uno de los mejores trabajos del director madrileño.
Si exceptuamos algunos logros puntuales, puede afirmarse que las películas más memorables del cine español en la década de los 50 son aquellas que mejor asimilaron, y supieron adaptar a nuestra peculiar situación como país, las influencias del Neorrealismo italiano. Si Juan Antonio Bardem exploró la vena más dramática y socialmente crítica, otros autores escogieron la comedia, y un tono más ligero, no exento de algunos apuntes punzantes respecto a la realidad de una época negra en la historia de España. En esta última corriente se enmarca Fulano y Mengano, film que, bajo su apariencia de comedia blanca y moralizante, oculta una contundente denuncia de la realidad social de la época, lo que sin duda es la razón principal por la que la película pasó desapercibida en su estreno.
El film adapta una novela del escritor mexicano José Suárez Carreño. Para la redacción del guión, el autor del libro contó con la ayuda de un Jesús Franco próximo a dar el salto a la dirección cinematográfica. Del trabajo de ambos surgió una obra que, desde su mismo título, ya dice mucho: sus protagonistas no son especiales, sino dos de los cientos de miles de españoles que vivían en una miseria que el régimen franquista prefirió ocultar a combatir. Entonces, la Justicia se equivocaba mucho más que ahora, y por eso no es de extrañar que dos inocentes acabasen en prisión acusados de robos que no habían cometido. Eudosio y Carlos no son más que dos pobres hombres: al primero, ya casi un anciano, la injusticia no le aparta de su natural bonhomía; en cambio, el más joven de la pareja, Carlos, está decidido a darle a la sociedad lo que quiere y a convertirse, al salir de la cárcel, en el ladrón que de hecho todos creen que es. Con el estigma de ser unos ex-presidiarios, a estos dos tipos cualquiera sólo les quedan dos alternativas: vivir de la caridad ajena, o del robo. Lo primero, pese a que no faltan burgueses tan deseosos de limpiar sus conciencias que hasta van en busca de los pobres para darles limosna, no va con su talante; para dedicarse a lo segundo hay que ser, además de pobre, miserable, y ni Eudosio ni Carlos tienen habilidad ni espíritu para vivir de robar a seres que son casi tan pobres como ellos.
Joaquín Luis Romero Marchent le pone oficio al asunto, ayudado por un libreto que opta por lo entrañable, en el mejor sentido de la palabra, sin dejar de denunciar la miseria moral, la hipocresía y la brutal desigualdad que reinaban en la época. Como ocurre en tantas producciones similares, las limitaciones presupuestarias se suplen con voluntad e ingenio, y la localización en escenarios reales hace que el espectador pueda hacerse un preciso croquis de lo que se le explica, al tiempo que dota de verismo a la narración. Los aspectos siguen la senda de la dirección: más oficio que genio, pero mucha eficacia. Véase, por ejemplo, la labor de montaje.
Cualquier película en la que actúe José Isbert ya tiene algo bueno. Con el personaje de Eudosio, este fantástico intérprete muestra lo mejor de su repertorio: su candidez, su desamparo, su bondad. Un joven Juanjo Menéndez le da una acertada réplica en el rol de un hombre que quiere ser malo pero al que, sencillamente, eso no le sale, porque el hijo de puta nace bastante más de lo que se hace. Tampoco desentona Julita Martínez en un papel cuyo nombre (Esperanza) dice muchísimo, de sí misma y de la propia película. Entre los secundarios, veteranos ilustres como Rafael Bardem, que interpreta al hombre enfermo que da cobijo a la pareja protagonista, Manuel Arbó o José María Caffarel aparecen junto a algún excelente joven actor que iba abriéndose paso, como Manuel Alexandre.
Lo dicho, una muestra más de que el Neorrealismo italiano hizo mucho bien al cine español, y una notable comedia a recuperar.