PASOLINI. 2014. 83´. Color.
Dirección: Abel Ferrara; Guión: Maurizio Braucci, basado en una idea de Nicola Tranquillino y Abel Ferrara; Dirección de fotografía: Stefano Falivene; Montaje: Fabio Nunziata; Música: Miscelánea. Obras de Giaocchino Rossini, canciones tradicionales napolitanas y croatas, etc.; Diseño de producción: Igor Gabriel; Producción: Thierry Lounas y Fabio Massimo Cacciatori, para Capricci Films-Urania Pictures-Tarantula-Dublin Films (Italia-Francia-Bélgica).
Intérpretes: Willem Dafoe (Pier Paolo Pasolini); Riccardo Scamarcio (Ninetto Davoli); Adriana Asti (Susanna Pasolini); Giada Colagrande (Graziella); Ninetto Davoli (Epifanio); María de Medeiros (Laura Betti); Valerio Mastandrea (Nico); Adamo Dionisi, Andrea Bosca, Roberto Zibetti, Lucien Rumiel Braun, Francesco Siciliano.
Sinopsis: Crónica del último día de vida del escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini.
Tenía su lógica que un director iconoclasta como Abel Ferrara tuviera interés en llevar a la gran pantalla la biografía de uno de los intelectuales más controvertidos de la Italia de la posguerra, Pier Paolo Pasolini. Consciente de que abordar una vida tan rica en apenas hora y media de metraje constituía un empeño inútil y condenado al fracaso, el director neoyorquino decidió centrar su obra en las últimas 24 horas de la vida del intelectual italiano. El resultado fue recibido por la crítica con la división de opiniones habitual en el cine de Ferrara.
La muerte sorprendió a Pasolini en un período de efervescencia creativa, que coincidió con uno de los momentos políticos más convulsos de la ya de por sí convulsa Italia de la posguerra, con las garras del crimen organizado bien clavadas en los organismos más importantes de la nación, y una espiral de violencia sectaria que provenía de ambos extremos del espectro político. Con este panorama, Pasolini viajó a Estocolmo mientras intentaba sortear a la censura de cara al estreno de una de sus películas más controvertidas (e importantes), Salò y los 120 días de Sodoma. De regreso a la casa romana en la que vivía con su madre, Pasolini concedió entrevistas, visitó y recibió a amigos del mundo del arte y la cultura, reflexionó acerca de la novela que acababa de terminar y de la película a la que trataba de dar forma, preparó el discurso que había de pronunciar en el congreso del Partido Radical y se sumió una vez más en el submundo de los chaperos y la homosexualidad más marginal antes de ser asesinado en el muelle de Ostia. Ferrara narra todo esto en un tono más bien pausado, que quizá decepcionó a quienes esperaban algo más visceral, tratándose de un director polémico hablando sobre un intelectual para quien provocar el escándalo de las mentes biempensantes era un elemento fundamental en su forma de entender el arte y el mundo. En la narración se alternan los epìsodios cotidianos del último día en la vida de Pasolini, que para el espectador mínimamente informado tienen el valor de saber que fueron los últimos, con pasajes de las obras en las que el artista trabajaba en el momento de su asesinato. Este cuadro tiene todos los números para ser irregular, y así sucede. El Ferrara más visceral, que en muchos aspectos es el mejor, aparece en las escenas más sórdidas, y brilla en especial en la del asesinato, donde el director se abstiene de suscribir o emitir teorías de la conspiración y apunta a la causa más probable. El resto del metraje se ve a veces lastrado (en especial cuando se recrea la última entrevista concedida por Pasolini) por un aire divagatorio que, todo hay que decirlo, también se encuentra en la obra cinematográfica del italiano, en la que más de una vez los resultados cinematográficos no están a la altura de la brillantez y la profundidad del discurso. A Ferrara le ocurre otro tanto, o peor: juega a ser Pasolini recreando sus obras póstumas, pero no tengo claro que al biografiado le entusiasmaran esas escenas, en las que el sexo y la religión, o más bien la espiritualidad, acaparan el protagonismo. En lo técnico, el film da el nivel exigible, pero tampoco llega a descollar.
Uno de los puntos fuertes de la película es la capacidad de Willem Dafoe para mimetizarse en Pasolini. Lo que la película consigue a ratos, él lo logra en cada plano. El actor estadounidense explota su parecido físico con el artista italiano, pero sus méritos van mucho más allá, pues sus gestos y sus miradas son siempre creíbles. Del resto del reparto, me quedo con Adriana Asti, que trabajó en el debut cinematográfico de Pasolini y da vida aquí, de manera convincente, a su madre, con la brillante aparición de María de Medeiros y con la particularidad de que en la película se dan cita un actor que interpreta a Ninetto Davoli, actor-fetiche de Pasolini, en su juventud, y el auténtico Ninetto Davoli, que protagoniza las escenas en las que se recrea la película póstuma del director.
Irregular, con momentos de gran interés y otros que provocan aburrimiento, Pasolini es interesante, pero no llega al nivel del film realizado hace más de dos décadas por Marco Tullio Giordana sobre la misma temática.