WIND RIVER. 2017. 106´. Color.
Dirección: Taylor Sheridan; Guión: Taylor Sheridan; Director de fotografía: Ben Richardson; Montaje: Gary Roach; Música: Nick Cave y Warren Ellis; Diseño de producción: Neil Spisak; Dirección artística: Lauren Slatten; Producción: Wayne Rogers, Peter Berg, Matthew George, Elizabeth A. Bell y Basil Iwanyk, para Acacia Filmed Entertainment-Savvy Media Holdings-Film 44- Thunder Road Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Jeremy Renner (Cory Lambert); Elizabeth OIsen (Jane Banner); Graham Greene (Ben); Gil Birmingham (Martin); Julia Jones (Wilma); Tantoo Cardinal (Alice Crowheart); Kelsey Asbille (Natalie); Martin Sensmeier (Chip); Tyler Laracca (Frank); James Jordan (Pete Mickens); Hugh Dillon (Curtis); Matthew Del Negro (Dillon); Jon Bernthal (Matt); Ian Bohen (Evan); Teo Briones, Eric Lange, Althea Sam, Blake Robbins.
Sinopsis: Una joven muere en una reserva india de Wyoming mientras huía de sus agresores. La agente del FBI Jane Banner es enviada para esclarecer los hechos.
Avalado por la justificadamente entusiasta acogida otorgada a Comanchería, película guionizada por él, Taylor Sheridan se lanzó a la dirección con Wind river, un thriller que ahonda en los traumas de la América profunda y que se estrenó en el festival de Sundance, obteniendo asimismo una recepción muy favorable por parte de la crítica. Con Wind river, Sheridan demostró que, además de ser capaz de escribir buenas historias, también podía llevarlas él mismo a la pantalla con resultados más que satisfactorios.
El primer elogio que debo darle a la película es que no parece una ópera prima, sino una obra de madurez, rotunda, desesperanzada, nacida de una experiencia profunda sobre la pérdida y la lucha contra la adversidad. De eso va Wind river, cuyo principal protagonista es un cazador de alimañas cuya hija mestiza apareció muerta tiempo atrás sobre las heladas montañas de Wyoming. El asesinato de otra joven en similares circunstancias provoca que este hombre deba enfrentarse de nuevo con el episodio más oscuro de su pasado.
Wind river es una reserva india en la que ocurrieron los hechos reales en que se basa la película, y es a su vez el personaje más importante de la misma. Los nevados paisajes son el fiel reflejo de unos personajes fríos y heridos. Como dice Cory Lambert, el protagonista, a los nativos residentes en el lugar les ha sido arrebatado todo, excepto la nieve y el silencio siempre presentes en esos territorios en mitad de ninguna parte. La figura de la joven agente del FBI enviada para resolver el caso resulta fundamental para entender la peculiar idiosincrasia de esas personas desde la perspectiva de alguien absolutamente desconocedor del terreno (tanto, que se presenta en él con una indumentaria que no le libraría de la muerte por congelación) y llegado desde eso que llamamos civilización. Ella encontrará en Lambert al aliado que necesita para resolver el crimen, y descubrirá que las peores alimañas caminan sobre dos piernas.
Con unos elementos que hemos visto en otras muchas películas (algunas de ellas muy buenas) Taylor Sheridan compone una obra dura, que nos remite al aforismo más repetido de Hobbes y sabe acumular tensión para después hacerla explotar con furiosa violencia, propia de un lugar en el que lo que en otros te libraría de la muerte (por ejemplo, huir de tus agresores a la carrera), allí te la produce. En la puesta en escena, el elemento más llamativo es el contraste entre la blancura de los exteriores, en los que casi se percibe que la presencia del ser humano está fuera de lugar, y unos hogares orientados a proporcionar todo el calor que falta fuera y en los que el fuego domina. Los personajes no sólo deben lidiar con el clima hostil y con el desarraigo que provoca vivir en un lugar abandonado por todos y al que nadie tiene en cuenta, sino con esa clase de dolor que muchas personas son incapaces de superar. Hablamos, pues, de verdaderos supervivientes, de personas que, como dice Lambert, teniendo mil y un motivos para pelearse con el mundo, deciden reprimir ese sentimiento porque saben que el mundo ganaría. La primera escena es impactante, la presentación y el desarrollo de los personajes muestra a un buen narrador, y el desenlace no sólo no desentona, sino que aumenta el valor de la película. Sheridan, al margen de algún exceso con la cámara en mano en el clímax, se muestra sobrio en la manera de filmar y con ello pone el acento en la historia, brillante y explicada con vigor. Por ejemplo, el parecido entre la primera y la última escena en las que Lambert saca a pasear su rifle dice muchas cosas al espectador atento.
Si quieres que una película te salga bien, ayuda colocar al frente del reparto a un actor de primera fila como Jeremy Renner, que sabe ser intenso en su parquedad y mostrar al público el dolor y la firmeza de su personaje sin recurrir a grandes despliegues de energía. Elizabeth Olsen, actriz que ha coincidido con Renner en algunos films con el sello de Marvel, no es Julianne Moore, pero sí una intérprete capaz de soportar el peso de un personaje nada fácil, que debe suplir su inexperiencia con coraje en un entorno hostil. Resulta adecuado el estoicismo de Graham Greene, sheriff tribal de vuelta de casi todo, al igual que sucede con el talante casi hierático de Gil Birmingham, cuyo personaje sufre el impacto de una pérdida tan inesperada como dolorosa. La más bestia de todas las bestias, James Jordan, me parece un actor interesante, calificativo que hago extensivo a Matthew Del Negro. Jon Bernthal y la joven Kelsey Asbille merecen también una buena nota dentro de un film cuyos actores se benefician de la calidad del guión.
Wind river posee muchas de las mejores características del llamado cine independiente (en lo básico, contar historias de verdad sin someterse a los conocidos peajes de Hollywood) sin participar de sus principales defectos (pretenciosidad, impostura seudoartística), lo que la convierte en una gran película sobre la banalidad del mal y sus terribles consecuencias, que hace concebir muchas esperanzas en el futuro como cineasta de Taylor Sheridan.