TONI ERDMANN. 2016. 162´. Color.
Dirección: Maren Ade; Guión: Maren Ade; Dirección de fotografía: Patrick Orth; Montaje: Heike Parplies; Dirección artística: Malina Ionescu; Música: Miscelánea. Canciones de The Cure, Neuromancer, Ryan Farish, Linda Creed & Michael Masser, etc.; Diseño de producción: Silke Fischer; Producción: Maren Ade, Michel Merkt, Janine Jackowski y Jonas Dornbach, para Komplizen Film-KNM- Missing Link Films-HiFilm (Alemania-Austria).
Intérpretes: Sandra Hüller (Ines Conradi); Peter Simonischek (Winfried/Toni Erdmann); Michael Wittenborn (Henneberg); Thomas Loibl (Gerald); Trystan Pütter (Tim); Ingrid Bisu (Anca); Hadewych Minis (Tatjana); Lucy Russell (Steph); Victoria Cocias (Flavia); Alexandru Papadopol (Dascalu); Miriam Rizea (Flora); Vlad Ivanov (Iliescu); Viktoria Malektorovich, Ingrid Burkhard, Radu Banzaru, Irene Rindje, John Keogh.
Sinopsis: Winfried, un hombre maduro y dueño de un peculiar sentido del humor, viaja a Rumanía para encontrarse con su hija Ines, alta ejecutiva en una consultora.
El último gran éxito internacional del cine alemán es Toni Erdmann, comedia que supuso la consagración de su directora, Maren Ade, que hasta la fecha se había prodigado mucho más en labores de producción y apenas había dirigido un par de largometrajes. La película gustó mucho a la crítica, y algo menos al público, al menos al de por aquí. Esta vez, estoy del lado de la plebe.
Pienso que Alemania es al humor lo que el reggaetón a la inteligencia, por lo que mi acercamiento a una comedia de ese país jamás va exento de notables prejuicios. He de decir que Toni Erdmann no ha conseguido otra cosa que ratificarme en ellos, pues opino que el humor excéntrico y surrealista del que la película hace gala pocas veces da en la diana. El film funciona mejor como drama (no hay que ser un lince para ver que lo que se cuenta, en el fondo, lo es), el de un padre que trata de recuperar a su hija descarriada por el capitalismo salvaje, y para ello no encuentra mejor opción que presentarse en su casa sin avisar y, al comprobar que la muchacha exitosa no es feliz en la vida, construir un alter ego para que ella se dé cuenta de que su microcosmos no gira en la dirección correcta.
Y ahora llega la gran pregunta: ¿son necesarias dos horas y cuarenta minutos para contar lo que se cuenta en esta película? Mi respuesta es: ni de coña. Maren Ade filma con solvencia (aunque con menos gracia de la que ella, y buena parte de la crítica especializada, creen), pero está claro que no ha sido bendecida con uno de los dones supremos de todo gran cineasta: la capacidad de síntesis. Por poner un ejemplo, la larga escena de la discoteca no debería haber salido de la sala de montaje (de eso, por cierto, da la impresión de que ha habido poco): antes de ella, ya sabemos que Tim, el amante ocasional de Ines, es un gilipollas de campeonato, que la protagonista es una de tantas amargadas con éxito profesional y que las discotecas de hoy en día son la misma castaña ensordecedora y presuntuosa en todas partes. Podría dar más ejemplos de Maren Ade cayendo en la autocomplacencia, pero ese me parece el más palmario.
En los aspectos técnicos, veo mucha corrección, pero pocas gotas de lo que uno entiende por arte. En la narración, he de decir que el padre redentor me parece una mezcla del Paco Martínez Soria de La ciudad no es para mí con los idiotas de Lars von Trier. ¿Que cómo se come eso? Pues bien, a ratos; mejor, si uno olvida que está viendo una comedia. Porque en lo que sí acierta de pleno Toni Erdmann es en la denuncia de los desmanes del neoliberalismo, esa trampa para cenutrios en la que todo Occidente ha caído y que reparte la riqueza con mucha menos generosidad que las hostias. Desconozco si la directora lo pretendía, pero si el personaje de Ines es una metáfora del papel hecho por su país al frente de la Unión Europea y, en concreto, durante la crisis del euro, y el de Winfried/Toni, un ejemplo del modo en el que ojalá se hubieran comportado los rígidos teutones, ahí la ha clavado de lleno.
He de decir que no conocía a ninguno de los miembros del reparto, y que con su labor me ocurre como con el resto de la película: creo que no hay para tanto. Por ir concretando, Sandra Hüller me resulta más convincente como frío agente del mal que en su versión liberada, que no me acabo de creer. Peter Simonischek está mejor, y los escasos momentos de verdadera entidad interpretativa que vemos durante el metraje le pertenecen a él, pero de ahí a elevarlo a los altares va un trecho. Los secundarios se limitan a cumplir, unos mejor que otros: Trystan Pütter hace un trabajo poco satisfactorio en la piel de un ser repugnante, y se ve superado por un correcto Thomas Loibl y por una acertada Ingrid Bisu. De hecho, creo que, salvo en lo que respecta a Simonischek, están mejor los actores rumanos…
Como todo film europeo de éxito que se precie, parece que Toni Erdmann tendrá su remake norteamericano. Estoy seguro de que Hollywood sabrá construir con este material una comedia blanda e insustancial, quitándole sus mejores virtudes (el aguijón, principalmente) al film de origen. Eso sí, si les sale una película más corta, con ello ganaremos todos.