Anda el gremio periodístico un tanto revuelto por la agitada rueda de prensa que dio hace unos días una tal Bebe, para algunos cantante y actriz y, para mí, ni una cosa ni la otra. En fin, recordaré aquello del pecado y la penitencia: si no se le diera tanta bola mediática a esa clase de seudoartistas carentes del más mínimo talento, después no habría que aguantar los exabruptos de tan angelicales criaturas. El crear monstruos tiene esos efectos secundarios, luego no nos quejemos. Total, Bebe no ha cambiado: si su último disco es una puta mierda, como dicen por ahí (he oído una canción, y puedo afirmar que ésa lo es), no existe diferencia respecto a los anteriores, que mejores no eran. Las pocas canciones de Bebe que he escuchado en mi vida me parecen, sin excepción, material de derribo, tanto que ni siquiera incluyo este post en la categoría de «música». Ahora, que la aguanten quienes le dieron su inmerecido éxito. Y que unos y otros nos sigan divirtiendo con sus desencuentros tipo Pimpinela, que seguramente son puro marketing. O pura gilipollez, que para el caso es lo mismo.