THE DEATH AND RESURRECTION SHOW. 2013. 150´. Color.
Dirección: Shaun Pettigrew; Guión: Shaun Pettigrew; Dirección de fotografía: Brett Abelson y Shaun Pettigrew; Montaje: Prisca Bouchet; Música: Jaz Coleman y Killing Joke; Producción: Steve Piper y Shaun Pettigrew, para Coffee Films-ILC Productions (Reino Unido).
Intérpretes: Jeremy Jaz Coleman, Martin Youth Glover, Paul Ferguson, Geordie Walker, Paul Raven, Jimmy Page, Laurence Gardner, Tony Assassin, Gloria Coleman, Dave Grohl, Peter Hook, Tom Larkin, Steve Laurence, Rúnar Marvinson, Angela Ward, Reza Udhin, Neil Perry, Eddie Lennon, God Krist.
Sinopsis: Documental que repasa las más de tres décadas de carrera de la banda de post-punk Killing Joke.
The death and resurrection show es un documental que repasa la trayectoria de Killing Joke, banda británica que posee un acérrimo grupo de seguidores en todo el mundo y ha influido en multitud de bandas mucho más conocidas que ellos mismos. Shaun Pettigrew debutó en la dirección cinematográfica con esta película, cuya repercusión más allá de los aficionados a la música de Killing Joke ha sido más bien discreta.
He de decir que, en la época en la que la banda alcanzó sus mayores cotas de popularidad, ni siquiera recuerdo haber escuchado alguna de sus canciones. De hecho, la primera noticia que tuve de Killing Joke fue gracias a una versión (The wait) que Metallica incluyó en su EP de 1987 Garage days revisited. Nunca he sido un fan de la banda, ni un buen conocedor de su música, por lo que mi acercamiento a esta película es más el de un curioso que el de un experto. Y, para ser sinceros, creo que Shaun Pettigrew no hizo una película para curiosos: su dilatado metraje, sus arriesgados collages de imágenes y su modo de reflejar en la pantalla la trayectoria de la banda me parecen más ideados para satisfacer al núcleo duro de fans del grupo que a hacer proselitismo. Es una opción, pero el director yerra en algunos aspectos: aunque Jeremy Jaz Coleman es el líder de la banda, y a la vez un personaje de lo más interesante, se incide demasiado en su pasión por el ocultismo, llegando a caer en la reiteración. Por mucho que este aspecto sea fundamental para entender la trayectoria de Killing Joke desde sus mismos inicios (con invocación incluida), a ratos parece que el verdadero protagonista del documental sea Aleister Crowley, personaje apasionante y maravilloso embaucador, pero cuya presencia aquí debería ser más esporádica. Repito, son dos horas y media de metraje, y la omnipresencia de lo esotérico lo convierte en más árido para quienes tenemos los pies sobre la tierra.
Algunas de las decisiones estéticas son discutibles: tiene su gracia el hecho de que, del rostro actual de Coleman, sólo veamos sus labios, cuando no se trata ni de lejos de un artista retirado, o alejado de los focos. También el inicial aluvión de imágenes de este desquiciado mundo nuestro, que culmina con una explosión nuclear, momento nada baladí tratándose de la banda de que la que se trata. No obstante, la apuesta por los primerísimos planos y las imágenes hipnóticas y/o distorsionadas es continua, y eso hace que se pierda el encanto del recurso puntual y se acabe dejando al espectador cerca del ataque epiléptico. En el acelerado montaje se percibe el intento de que la película no aburra, pero eso se podría haber logrado de manera más eficaz eliminando pasajes repetitivos.
Lo que es innegable es que Killing Joke es un grupo que tiene un gran nombre, aunque a uno le queda la impresión de que, en ocasiones, sus miembros se toman a sí mismos demasiado en serio. Hablamos de un conjunto surgido en la convulsa Inglaterra de finales de los 70, en plena resaca punk y con Margaret Thatcher desembarcando en Downing Street para poner orden y machacar a los pobres a conciencia. Después de algunos éxitos, y de la espantada esotérica de dos de sus miembros, la banda regresó a la actividad y, como tantas otras formaciones en los 80, lo hizo para suavizar su estilo y hacerlo más comercial. Pasada esa fiebre, el sonido del grupo se volvió aún más crudo que en sus inicios, y ahí siguen, pese a la tormentosa convivencia entre sus componentes y a la pérdida de uno de sus bajistas más longevos, Paul Raven. Con todo, lo más interesante en lo musical son los trabajos sinfónicos de Coleman, objeto de un tardío pero merecido reconocimiento. Por ejemplo, su versión del mítico Kashmir, de Led Zeppelin, me parece alucinante (en la película aparece Jimmy Page, en su doble vertiente de seguidor del grupo y célebre ocultista). También Killing Joke ha dejado su huella en diversos grupos importantes, la mayoría del otro lado del Atlántico, como los mencionados Metallica, Nirvana o Nine Inch Nails. Y se entiende, porque no estamos hablando de un grupo cualquiera.
Irregular, y demasiado extenso, The death and resurrection show padece del síndrome del director primerizo: excesivo afán de lucimiento, y ganas de introducir demasiados elementos en la película. Pese a ello, la película tiene grandes momentos, canciones para escuchar con mucha atención y testimonios muy jugosos, como el de la periodista que asistió a algunos de los rituales ocultistas de Coleman y compañía, y creyó por momentos que iba a ser sacrificada. Ah, qué tiempos aquellos en los que el rock & roll aún era peligroso…