COCO. 2017. 103´. Color.
Dirección: Lee Unkrich y Adrián Molina; Guión: Adrián Molina y Matthew Aldrich, basado en un argumento de Lee Unkrich, Jason Katz, Adrián Molina y Matthew Aldrich; Dirección de fotografía: Matt Appsbury y Danielle Feinberg; Montaje: Steve Bloom y Lee Unkrich; Música: Michael Giacchino; Diseño de producción: Harley Jessup; Producción: Darla K. Anderson, para Pixar Studios-Walt Disney Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Anthony González (Voz de Miguel); Gael García Bernal (Voz de Héctor); Benjamin Bratt (Voz de Ernesto De La Cruz); Alanna Ubach (Voz de Mamá Imelda); Renée Victor (Voz de la abuela); Jaime Camil (Voz del padre de Miguel); Alfonso Arau (Voz de Papá Julio); Herbert Sigüenza (Voz de los tíos de Miguel); Sofía Espinosa (Voz de la madre de Miguel); Ana Ofelia Murguía (Voz de Mamá Coco); Edward James Olmos (Voz de Chicharrón); Gabriel Iglesias, Lombardo Boyar, Natalia Córdova-Buckley, Selene Luna, Carla Medina Dyana Ortelli.
Sinopsis: Miguel es un niño mexicano que sueña con ser músico, pero su familia se opone porque el patriarca, Ernesto De La Cruz, abandonó a su tatarabuela para conseguir el éxito.
Entre secuelas, cada vez más alimenticias, de éxitos pretéritos, Pixar nos obsequia cada ciertos años con alguna joya que sirve al estudio para recuperar el merecido prestigio que posee desde sus inicios. La última obra mayor en llegar a las pantallas es Coco, film que se adentra en las costumbres mexicanas y que puede entenderse como un intento de desagravio a ese país en época de muros. La película fue un éxito, aunque no tan apabullante como otras obras de la factoría, y obtuvo un recibimiento entusiasta por parte de la mayoría de los críticos, empezando (y eso no es poca cosa) por los mexicanos.
Concebida, a nivel argumental, como un Billy Elliot en clave mariachi, Coco es un espectáculo fastuoso cuyo eje se encuentra en la ancestral tradición mexicana del Día de Muertos, en el que las familias honran mediante ofrendas rituales a sus antepasados difuntos. La de Miguel, un niño de lo más despierto, no es una excepción, aunque hay un miembro de la familia que ha sido borrado del mapa: el músico que abandonó a su tatarabuela, Mamá Imelda, para hacerse rico y famoso con sus canciones. Miguel lleva el veneno de la música en la sangre, pero su familia no quiere oír hablar del tema: Mamá Imelda tuvo que aprender a hacer zapatos para poder mantener a sus hijos y, a partir de ahí, sus descendientes se han dedicado a ese oficio sin excepciones. Miguel no se resigna a ser zapatero y, para poder participar en un concurso en el que poder demostrar su talento, roba la guitarra que decora el panteón de su antepasado más célebre, el celebérrimo músico Ernesto De La Cruz. Este hecho hará que Miguel vaya a parar al mundo de los muertos.
Como quiera que en Pixar han ido colocándose el listón muy alto a través de los años, uno ya espera que cualquier película salida de esa productora sea una maravilla en cuanto a la técnica. Pues bien, Coco supera las expectativas, porque el estudio ha conseguido darle a sus creaciones humanas la misma gracia y la misma expresividad que siempre tuvieron las criaturas que han protagonizado sus largometrajes desde los tiempos de Toy Story. Dentro del elevado nivel general, el mundo de los muertos creado por los artífices de la película es una verdadera maravilla, de una belleza y un detallismo que de ningún modo pueden ser ignorados. Como si Pixar se hubiera aliado con el mejor Tim Burton, por resumir. Lo mejor, con todo, es la forma en la que, una vez más, esa técnica prodigiosa se funde con un argumento en el que se reivindican a la vez el respeto a los ancestros y la necesidad de que quien tenga una verdadera vocación, la siga. Familiares vivos y muertos se alían para que Miguel no recorra el sendero del gran Ernesto De La Cruz, pero la perseverancia del joven y la persistente presencia de elementos no siempre racionales, parecen empujarle hacia donde se encuentra su verdadero talento, la música. Es de destacar la poética forma en la que se muestra una de las grandes verdades que existen: que los humanos morimos dos veces. Primero, físicamente, eso está claro; pero cuando morimos de verdad es cuando nuestro recuerdo desaparece del mundo de los vivos.
Las canciones creadas para la película están bastante bien, pero ninguna de ellas puede competir con ese caudal de emoción que es La llorona, aquí utilizada en una escena particularmente brillante. La banda sonora original, de Michael Giacchino, ilustra muy bien, pese a caer alguna vez en lo caribeño en un film tan mexicano, lo que sucede en la pantalla, que en cierto modo puede leerse también como la historia de la pérdida de una inocencia, porque también Miguel descubre que los ídolos pueden ocultar un sinfín de miserias. El niño descubrirá esto gracias a Héctor, un personaje que intenta alcanzar el mundo de los muertos, pero nunca lo consigue porque nadie realiza ofrendas en su nombre, y a Dante, un perro callejero que le acompañará (o le guiará, para ser exactos) en su aventura a través de dos mundos, el de los vivos y el de los muertos.
Resulta lógico, y del todo necesario, que la presencia de intérpretes nacidos en el país azteca sea numerosa en el reparto de la película. No estamos, no obstante, ante una de las mejores películas de Pixar en lo que a voces se refiere, aunque el niño Anthony González resulta convincente como Miguel, y Gael García Bernal está de nota interpretando a Héctor. A Benjamin Bratt le falta un punto para alcanzar la excelencia a la hora de dar vida a un personaje que tal vez sea el que más juego ofrezca al actor de todos los que intervienen. Alanna Ubach, actriz eminentemente televisiva, deja el pabellón bastante alto, pero no acabo de encontrar en el reparto ese punto de magia que a la película le sobra.
Tierna, frenética, bellísima y llena de sensibilidad, Coco es un triunfo absoluto. Si Pixar continúa haciendo una película de esta calidad cada lustro, el resto del tiempo puede hacer todas las secuelas explota- franquicias que quiera.