CARNAGE. 2011. 80´. Color.
Dirección : Roman Polanski; Guión: Roman Polanski y Yasmina Reza, basado en la obra teatral de esta última God of Carnage; Director de fotografía : Pawel Edelman; Montaje :Hervé De Luze; Diseño de producción: Dean Tavoularis; Música: Alexandre Desplat. Diseño de vestuario: Milena Canonero; Producción: Saïd Ben Saïd,para Alfa Films (Francia, Alemania).
Intérpretes: Jodie Foster (Penelope Longstreet); Kate Winslet (Nancy Cowan); Christoph Waltz (Alan Cowan); John C. Reilly (Michael Longstreet).
Sinopsis: El hijo de los Cowan, un matrimonio neoyorquino de clase alta, agrede al hijo de los Longstreet. Los padres del agresor visitan a los de la víctima para resolver el asunto civilizadamente.
Este comentario va a salir, por fuerza, algo cojo, ya que no he leído ni visto representada la obra teatral de Yasmina Reza en que se basa el guión de la película. Dicho esto, vamos al lío: quién mejor que Roman Polanski para dirigir a cuatro personajes que no son lo que parecen en un único escenario, el apartamento neoyorquino de los Longstreet. El cineasta francopolaco tenía el reto de salirse de eso que se da en llamar «teatro filmado», y lo consigue. Esa capacidad para filmar en espacios cerrados y enturbiar ambientes en apariencia idílicos que Polanski siempre tuvo no le abandona aquí. Con todo, los puntos fuertes de la película son el guión y los actores, responsables últimos del magnífico resultado obtenido, de un fantástico entretenimiento que, al mismo tiempo, ofrece muchos argumentos para la reflexión.
He leído por ahí que a algún crítico le extraña que esta película sea considerada (véanse las nominaciones de los Globos de Oro) una comedia. Pues lo es, y de las buenas, porque hace reír y posee un ritmo brutal. Sin embargo, no se trata en absoluto de una comedia amable. Los chispeantes diálogos, las situaciones tan tensas como ridículas, la caída de las máscaras, te hacen salir del cine con una sonrisa, pero es, como diría Leonard Cohen, «la risa malvada de alguien que ha visto la luz». Porque de lo que habla esta película es de algo obvio, que no por ello ha de dejar de ser subrayado, en especial si se hace con tanta lucidez: que más allá de nuestra educación, nuestros modales, nuestro raciocinio y nuestra apariencia social (o adaptación al medio) somos… otra cosa: criaturas llenas de miedos, inseguridades e intolerancias, animales sociales más por obligación que por gusto, seres ridículos que transitan entre dos nadas sin saber muy bien qué hacer pero que en cambio se dan a sí mismos y a su microcosmos una importancia desmedida. El film, cuyas referencias a El ángel exterminador no han pasado desapercibidas para casi nadie, no escatima mala leche a la hora de diseccionar a sus cuatro protagonistas, y por extensión a los arquetipos que cada uno de ellos representa, y demuestra una de esas verdades universales casi absolutas: si quieres conocer a alguien, el alcohol es uno de los métodos más eficaces que existen. In visquium veritas, podría decirse. Y otra más: el mal llamado teléfono móvil es un invento abominable.
Una película de esta naturaleza necesita a grandes actores para ser aún más de lo que promete, y en este caso el reparto es inmejorable, pues se reúnen dos grandes actores y quizás las dos mejores actrices del momento, con permiso de Julianne Moore. Resulta difícil destacar a alguno de los protagonistas por encima de los demás, pues todos tienen calidad y mucho espacio para el lucimiento. Es fantástico ver de nuevo a Jodie Foster en un film a su altura, y comprobar que en Kate Winslet habita una actriz fantástica (cosa que supe al verla en Quills) y de variados registros. En cuanto al elenco masculino, la película nos ofrece la confirmación de que lo de Christoph Waltz en Malditos bastardos no fue un afortunado accidente, sino el principio de una gran amistad, y la alegría de ver cómo un gran secundario de los de toda la vida como John C. Reilly es capaz de bordar un papel importante y más complejo de lo que parece, y de demostrar que no sólo Paul Thomas Anderson es capaz de sacarle sus mejores registros interpretativos.
¿El pretexto? Ah, sí, que un niño pega a otro en un parque. ¿La verdad del cuento? La tremenda distancia entre quiénes querríamos ser, quiénes creemos ser y quiénes somos en realidad. ¿La conclusión? Cómo no ensalzar un film que enseña y entretiene…