Ahora que ya han pasado unos meses desde que se implantó el VAR en el fútbol español, he de decir que, en mi opinión, esta herramienta tecnológica ha supuesto una mejora significativa en un mundo demasiado tendente al error arbitral, y aún más inclinado a utilizar estos errores, ya sean reales o ficticios, para camuflar cagadas propias. Es evidente que el VAR no va a eliminar del todo los fallos arbitrales, como también lo es que subsana muchos. Varias docenas de ellos en pocos meses, lo cual no es poca cosa para un sistema que aún arrastra las taras propias de toda implantación reciente. El VAR molesta a algunos tragaldabas del periodismo deportivo patrio porque, como llevan décadas ganándose los chuletones hablando de un deporte del que no tienen ni idea, ven que el invento puede llegar a dejarles sin trabajo. También molesta a Florentino Pérez, que de alguna manera ha de intentar ocultar que el cambio de Cristiano por Mariano es la principal razón de la zozobra deportiva madridista en lo que llevamos de temporada. Uno puede no entender cómo alguien puede ver penalti en la ya famosa jugada del Valladolid-Getafe copero de anteayer (error mucho más flagrante que el aún más famoso penalti de Rulli a Vinicius, jugador al que, dicho sea de paso, se ensalza más por su edad y maneras que por lo que efectivamente ha hecho sobre el césped con la camiseta del Real Madrid), pero querer cargarse el VAR por jugadas como esas es no entender de matemáticas: sin él, el número de errores arbitrales evitados sería cero. La tecnología ha de servir para mejorar el fútbol, como lo hace en otros ámbitos de la vida. Los problemas de este deporte hay que buscarlos en otro sitio. En su progresiva y ya asfixiante mercantilización, por ejemplo.