LA DECENTE. 1971. 98´. Color.
Dirección : José Luis Sáenz de Heredia; Guión: José Luis Sáenz de Heredia, basado en la obra teatral de Miguel Mihura; Dirección de fotografía: Federico G. Larraya; Montaje: Antonio Ramírez de Loaysa; Música: Antón García Abril; Diseño de producción: Ramiro Gómez, Augusto Lega y Félix Michelena; Producción: Andrés Velasco, para Hidalgo Producciones Cinematográficas-Filmayer (España)
Intérpretes: Concha Velasco (Nuria); José Luis López Vázquez (Roberto Clavijo); Alfredo Landa (Inspector Miranda); Fernando Guillén (José Orozco); Julia Caba Alba (María); Josele Román (Paloma); Sergio Mendizábal (Erich); Julián Navarro (Paulino Ripoll); Antonio Alfonso (Fermín); Blanca Sendino, Roberto Cruz, Alfredo Santacruz, Guillermo Carmona, José Mata.
Sinopsis: Nuria, una mujer infelizmente casada, visita a un antiguo amor y le dice que será suya para siempre si asesina a su marido. El hombre se niega a cometer el crimen, pero a la mañana siguiente se descubre que el esposo de Nuria ha sido asesinado.
Los últimos años de la carrera cinematográfica de José Luis Sáenz de Heredia están marcados por el carácter eminentemente comercial de sus películas, muchas de ellas realizadas a mayor gloria de grandes estrellas de la época como Manolo Escobar o Paco Martínez Soria. En ese páramo destaca La decente, adaptación de una comedia de Miguel Mihura estrenada en 1967, que sirvió como vehículo para el lucimiento de quien era la pareja sentimental no declarada del director, Concha Velasco. Existe unanimidad al afirmar que la película no consigue captar toda la gracia de la obra teatral, pero, a pesar de ello, es uno de los escasos films de la postrera etapa como cineasta de Sáenz de Heredia que merecen ser rescatados del olvido.
Mezcla de comedia de enredo y parodia del cine policíaco clásico, La decente cuenta, en clave de humor negro, una disparatada historia protagonizada por una dama malcasada y sus dos enamorados, un ornitólogo y un corredor de fincas. La mujer, de nombre Nuria, desea escapar de un matrimonio tedioso, y para ello cree que lo mejor es quedarse viuda., por lo que le propone a Roberto, el apocado ornitólogo, que ejecute el crimen como prueba de amor hacia ella, que a cambio le entregará sus favores de por vida. Roberto no se ve capaz de cometer semejante atrocidad, y huye para evitar formar parte de ella. Su amigo José, el corredor de fincas, le proporciona una coartada, aunque su interés en el asunto no es precisamente altruista. A la mañana siguiente, se descubre que el marido de Nuria ha sido asesinado, y un inspector de policía entra en escena para esclarecer lo ocurrido.
Resulta obvio que Sáenz de Heredia no pasaba por su momento creativo más brillante, pero su discreto quehacer no oculta las virtudes de un texto que posee agilidad, gracia y bastante mala uva. La puesta en escena no pasa de ser teatro filmado con más oficio que inspiración, pero la chispa de los diálogos, lo surrealista de las situaciones y el buen trabajo de los actores consiguen que la película sea muy entretenida y haga sonreír al espectador con cierta frecuencia, a fuerza de estirar los caracteres arquetípicos del cine policíaco (la femme fatale, el pelele, el detective duro y listillo, la criada gruñona) a la manera cañí. Por un lado, tenemos una conspiración para asesinar a un hombre que no hace daño a nadie, pero al que su esposa, a la que no le faltan ni pretendientes ni ganas de complacerles (se lo impiden su natural decencia y el hecho de que el divorcio sea ilegal), desea liquidar porque ya no le soporta. Por otro, a los ejecutores del crimen diciendo que ni hablar. Sólo que el asesinato se produce de acuerdo a lo que Nuria había previsto, con candelabro, planos y todo. Resulta llamativo que la inductora del homicidio se muestre en todo momento fría y calmada, mientras que a quienes debían cometerlo les entra el tembleque antes y después del trágico suceso. Sólo el inspector Miranda, un policía con buen olfato, es capaz de estar a la altura de la feliz viuda.
Protagoniza la película una Concha Velasco en su época de mayor esplendor, que se aferra al estereotipo y sabe darle la vuelta con su saber hacer y la ayuda de unos diálogos llenos de ingenio. José Luis López Vázquez está grandioso, como por otra parte sucede casi siempre con él. Alfredo Landa parece interpretar una precuela en clave cómica del papel de detective que bordaría años después a las órdenes de Garci, y también logra destacar. Fernando Guillén me resulta inferior al trío nombrado en las primeras escenas en las que aparece, pero a medida que avanza la narración y nos acercamos al esclarecimiento del crimen, su trabajo gana altura. El de Julia Caba Alba la tiene desde su primera aparición en escena: ella es, con su mezcla de sabiduría popular, mal genio y poso entrañable, uno de los grandes valores de la película.
Muchos dirán que La decente es una españolada más, y seguirán instalados en ese pedestal de alta cultura que se han construido para ellos mismos y para sus cuatro amiguetes. Un Miguel Mihura menor no es poca cosa, y más si se cuenta con buenos intérpretes para hacer los honores a sus textos. No se engañen: de las comedias populares del tardofranquismo, ésta es, sin duda, una de las mejores.