THE REVENGE OF FRANKENSTEIN. 1958. 89´. Color.
Dirección: Terence Fisher; Guión: Jimmy Sangster, basado en la novela de Mary W. Shelley. Diálogos adicionales de Hurford Jones; Dirección de fotografía: Jack Asher; Montaje: Alfred Cox; Música: Leonard Salzedo; Diseño de producción; Bernard Robinson; Producción: Anthony Hinds, para Hammer Films (Reino Unido)
Intérpretes: Peter Cushing (Barón Victor Frankenstein); Francis Matthews (Dr. Hans Kleve); Eunice Gayson (Margaret); Michael Gwynn (Karl); John Welsh (Bergman); Lionel Jeffries (Fritz); Michael Ripper (Kurt); Oscar Quitak, Richard Wordswoth, Charles Lloyd Pack, John Stuart, Arnold Diamond, Marjorie Gresley, Anna Walmsley, George Woodbridge.
Sinopsis: El barón Frankenstein escapa de la guillotina y se refugia en una pequeña villa alemana, en la que vuelve a ejercer la medicina y continúa con sus experimentos.
El éxito de La maldición de Frankenstein hizo que la productora británica Hammer Films, que hasta entonces alternaba películas de bajo presupuesto de diversos géneros, y que en el del terror ya había conseguido logros notables con dos films dirigidos por Val Guest (El experimento del doctor Quatermass –del que se rodó una secuela pocos años después- y El abominable hombre de las nieves), comprendiera que ese género era su llave de acceso a la historia del cine y volcó sus esfuerzos en la revisión de los clásicos del terror que habían hecho triunfar a la Universal un cuarto de siglo antes. Hallado el tesoro, qué mejor que rodar una continuación de las aventuras del doctor creado por Mary Shelley, encargada al más eficaz de los directores con los que contaba la productora, un Terence Fisher cuyo nombre pasó a estar indisolublemente unido al cine de terror.
La historia comienza donde terminaba (y también se iniciaba) la anterior, con el barón Frankenstein yendo hacia el patíbulo como castigo por los crímenes cometidos por el monstruo que él creó. Como es de prever, el científico logra esquivar a la muerte, en una maniobra que incluye la decapitación de un sacerdote (que Fisher no muestra en pantalla, probablemente porque quería que su película llegara a los cines) y en la que el doctor recibe la inestimable ayuda de Karl, un ser deforme al que Frankenstein ha prometido dotar de un cuerpo apolíneo a cambio de sus servicios. Consumada la huida, el barón modifica su identidad y encuentra una población en la que los lugareños no le reconocen como el hombre que recibió su justo castigo por desafiar a Dios, y se instala en ella para seguir su particular lucha.
Esta segunda entrega de la saga acentúa el protagonismo del creador frente a la criatura, apuesta que ya era evidente en La maldición de Frankenstein y que resulta ganadora a todas luces. El científico nos es presentado en todo su esplendor mesiánico, con su soberbia, su brillantez y su nula empatía: el doctor es un hombre totalmente entregado a sus experimentos, y manipula por igual a ricos y pobres en provecho propio: su exitosa consulta (que provoca los celos del colegio de médicos de la localidad, al que Frankenstein se jacta de no pertenecer) le proporciona los ingresos que necesita para poder desarrollar sus investigaciones, y su presuntamente altruista labor al frente de un hospital para menesterosos le sirve en realidad para obtener las partes anatómicas que necesita para construir sus criaturas. Este talante, unido a una notable capacidad para la ironía, convierten a Frankenstein en un personaje de lo más carismático, no sólo para el espectador, sino también para el más joven de los médicos de Carlsbrück, que reconoce al eminente doctor que se esconde bajo el nombre de Victor Stein y, asombrado por su genialidad, decide convertirse en su ayudante. Llama la atención el absoluto desdén que Frankenstein siente hacia el otro sexo, como puede verse en la hilarante escena en la que una oronda aristócrata trata de que el doctor repare en los juveniles encantos de su sobrina casadera.
Una vez más, Terence Fisher demuestra su habilidad para conseguir mucho con muy poco: con una historia sencilla pero eficaz y unos mínimos decorados, el director logra trascender las estrecheces presupuestarias y consigue una película que es un ejemplo de concisión narrativa y de máximo aprovechamiento de los recursos técnicos y humanos disponibles. Como es habitual en la Hammer, el montaje es uno de los puntos fuertes en el apartado técnico, y lo mismo puede decirse de la fotografía,. que alterna vistosidad (la productora decidió explotar a fondo su condición de pionera en rodar en color las aventuras de los monstruos más célebres del cine) y tinieblas, de Jack Asher. Como apuntes finales, destacar el carácter irredento de Frankenstein, cuyos fracasos son siempre mejores que el anterior, y ese final lleno de ironía que nos prepara para una nueva secuela.
En lo que a las interpretaciones se refiere, casi todo empieza y acaba en un frío y excelso Peter Cushing, actor capaz de llevar sobre sus hombros todo el peso de la película y que posee la habilidad de adornarse desde el hieratismo. Francis Matthews, que encarna a su joven ayudante, hace una labor simplemente correcta, y Eunice Grayson aporta belleza a lomos de un personaje que precipita el giro trágico de la historia, pero que por lo demás posee escaso protagonismo. Los mejores de entre los secundarios son los siempre notables Lionel Jeffries y John Welsh, con buena nota también para Michael Gwynn, que interpreta al deforme Karl en una película en la que la ausencia de Christopher Lee subraya el carácter secundario del monstruo.
Secuela más que digna, La venganza de Frankenstein supo apartarse con éxito del sendero marcado por la novela de Mary Shelley y dar continuidad a una saga que constituye uno de los grandes hitos de la mítica productora Hammer.