POCKET MONEY. 1972. 102´. Color.
Dirección: Stuart Rosenberg; Guión: Terrence Malick, basado en la novela de John P. S. Brown; Música: Alex North; Dirección de fotografía: Laszlo Kovacs; Montaje: Bob Wyman; Dirección artística: Tambi Larsen; Producción: John Foreman, para First Artists (EE.UU.).
Intérpretes: Paul Newman (Jim Kane); Lee Marvin (Leonard); Strother Martin (Bill Garrett); Wayne Rogers (Strecht Russell); Héctor Elizondo (Juan); Christine Belford (Adelita); Kelly Jean Peters, Gregory Sierra, Fred Graham, Matt Clark.
Sinopsis: Un ganadero acuciado por las deudas es contratado para comprar reses aptas para el rodeo. Se traslada a México para conseguir los animales y allí se reencuentra con un viejo amigo.
Director perteneciente a la generación de la televisión, Stuart Rosenberg tuvo una carrera irregular, casi siempre ligada a las grandes estrellas cinematográficas de su época. Los indeseables (título español mostrenco donde los haya) supuso la tercera colaboración entre Rosenberg y Paul Newman, iniciada con la excelente La leyenda del indomable. En esta ocasión, el reencuentro entre ambos se tradujo en una obra notablemente inferior a la mencionada.
Pocket money forma parte de la revisión de los cánones del western que Hollywood llevó a cabo una vez concluida la época dorada del género. El adjetivo más utilizado para definir estas películas es crepuscular, y lo cierto es que, de eso, esta obra tiene bastante. La temática recuerda en algunos aspectos a Junior Bonner, film de Sam Peckinpah estrenado casi a la par que el que nos ocupa, pero la inspiración no es, ni mucho menos, la misma. Se apuntan cosas interesantes en esta crónica de las desventuras de un ganadero de mediana edad, pero el otras veces muy brillante Terrence Malick firma un guión plano y sin chispa que acaba por provocar el desinterés del espectador. En este relato de perdedores falta aliento épico, y tampoco los conflictos que se plantean se resuelven de un modo convincente. La odisea de un hombre reñido con el éxito para conseguir ganado y vendérselo a un tipo que, ya desde el principio, no parece de fiar podría haber sido muy interesante, en especial cuando el protagonista se reencuentra en México con su viejo amigo Leonard y ambos, cada cual con sus limitaciones y debilidades, intentan llevar su negocio a buen puerto, pero todo se pierde en un batiburrillo de ideas y escenas dispersas que nunca llegan a dar en la diana. Queda el aroma de la derrota de unos hombres cuyas costumbres y valores ya no se estilan, queda el oficio de Rosenberg, aunque tampoco él consigue insuflarle a la película aquello que el guión no sabe darle, queda la gran calidad de la fotografía de Laszlo Kovacs… y queda, sobre todo, el enorme carisma de la pareja protagonista.
Paul Newman y Lee Marvin. No hay mucho más que decir. Dos auténticas estrellas en un gran momento de sus respectivas carreras, dos tipos capaces de hacer visible una película que naufraga en su vertiente narrativa. La complicidad entre Newman y Rosenberg se hace patente desde el principio, por el mimo con que el director retrata a un actor soberbio, muy alejado aquí del glamour que tan bien supo explotar en algunas de sus mejores interpretaciones. Sin embargo, Lee Marvin consigue adueñarse de la función en cuanto aparece en escena, pues, al margen de sus cualidades actorales, Marvin es uno de esos tipos que poseen estilo incluso recién salidos de un lodazal. Otra circunstancia que lastra el film, y no de un modo menor, es que los secundarios carecen de entidad, lo cual se percibe con especial nitidez cuando vemos cómo se desaprovechan las cualidades de un intérprete de categoría como Strother Martin. El resto de actores, incluyendo a un mejorable Wayne Rogers y al casi siempre eficaz Héctor Elizondo, da la sensación de pasar por allí sin saber muy bien cuál es su cometido en la función.
Pocket money es, pese a que los nombres de sus protagonistas y sus más destacados técnicos puedan hacerle a uno pensar lo contrario, un film olvidable que acaba haciendo honor al significado de su título original, pues genera expectativas que ni de lejos se llegan a cumplir. Talento desaprovechado, en dos palabras.