La destreza en la distancia corta no es la mejor cualidad de Pedro Sánchez como político, pero reconozco que el candidato a presidir el Gobierno estuvo fino cuando hace unos días le preguntó a su entrevistador, Antonio García Ferreras, qué le parecería que alguien quisiera ser el subdirector de su programa porque no se fiara de él. El sainete de la investidura de Sánchez no hace más que desprestigiar a una clase política con un nivel general paupérrimo. El líder socialista debe gobernar, porque eso fue lo que votaron los españoles. Que cada cual se las componga como quiera (y retratado saldrá según lo haga), pero eso es lo que hay. Opino que la ruptura del bipartidismo fue una muy buena noticia para una democracia española muy carcomida, pero es triste ver cómo las fuerzas que izaron la bandera de la nueva política, Podemos y Ciudadanos, han terminado por convertirse en el cortijo privado de sus respectivos líderes y de sus legiones, cada vez más reducidas, de palmeros. Un gobierno de coalición entre PSOE y Podemos, visto lo visto, podrá ser muchas cosas, pero dudo mucho que llegue a ser estable. Que a Sánchez y los suyos hay que vigilarles, lo comparto; el problema es que a Iglesias y sus mariachis, puestos en el Gobierno, habría que vigilarles aún más. El momento exigiría una abstención de PP y Ciudadanos que facilitara la investidura de Sánchez (aprendan de Manuel Valls), que se viera luego refrendada por una serie de pactos de Estado entre esas fuerzas respecto a cuestiones fundamentales. Pero quien espere eso, creo que se ha equivocado de época, y de país. Más servir a España y menos servirse de ella, señores, que el personal está muy harto de su hipocresía y de su torpeza.