STOCKHOLM. 2013. 86´. Color.
Dirección: Rodrigo Sorogoyen; Guión: Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen; Dirección de fotografía: Álex de Pablo; Montaje: Alberto del Campo; Dirección artística: Juan Divassón; Producción: Jon Díez, Luis García de Oteyza, Masú del Amo, Mayi Gutiérrez Cobo y Álex Montoya, para Caballo Films- Tourmalet Films-Morituri-Única Producciones (España).
Intérpretes: Javier Pereira (Él); Aura Garrido (Ella); Jesús Caba, Lorena Mateo, Susana Abaitua, Miriam Marco, Daniel Jiménez.
Sinopsis: Un chico y una chica se conocen en una fiesta. Las circunstancias de su encuentro cambian de la noche a la mañana.
El primer escalón en el trayecto de Rodrigo Sorogoyen hacia los puestos de privilegio de la cinematografía española lo recorrió con Stockholm, drama romántico realizado con la colaboración de Borja Soler y financiado gracias a una campaña de micromecenazgo. La película triunfó en el festival de Málaga y se convirtió en uno de esos films pequeños que mejoran su status gracias a las recomendaciones de sus espectadores, es decir, al llamado boca-oreja.
Stockholm son, en realidad, dos películas en una. La primera de ellas es más típica, pues narra el cortejo de un joven muy seguro de sí mismo a una chica de aspecto triste, y la segunda explica cómo pueden llegar a cambiar las cosas entre ambos a la mañana siguiente de su encuentro. Me uno a la opinión mayoritaria a la hora de afirmar que la segunda de esas películas es mejor que la primera, sin ser ésta desdeñable pese a contener algunos momentos de adocenado drama juvenil ibérico. Entre ellos incluyo el prólogo, que nos sitúa en la fiesta de jóvenes pijos en la que se conocen los protagonistas. Poco de lo que allí sucede hace suponer que estamos ante una película de calidad superior a la media, pero la cosa, pese a algunos bajones puntuales, va remontando y yendo más allá del archisabido chico conoce chica que, las más de las veces, me hace desear que alguien tenga el detalle de esterilizar a toda la especie humana. Aquí, percibo más naturalidad que impostura en los diálogos, además de un loable intento por trascender las limitaciones presupuestarias y ofrecer un film visualmente interesante.
Confieso que los rituales de seducción entre hombres y mujeres, que son los que conozco, siempre me han resultado agotadores, pues tienen mucho de esa relación cazador-presa (en general, y también en
Stockholm, le corresponde al hombre el primer papel, y a la mujer el segundo) que resulta mucho más educativa y relajante en los documentales de La 2 que cuando la protagonizan dos seres humanos. Por ello, algo bueno tendrá el guión coescrito por Sorogoyen e Isabel Peña cuando ha conseguido que un servidor soporte esa parte de la película sin especial desagrado. Aunque tiene truco: cazador y presa son guapos, es decir, que uno está acostumbrado a tener éxito en eso de buscar hembras para el apareamiento, y a la otra jamás le van a faltar ofertas masculinas de cortejo. El mundo de los simples mortales navega por derroteros mucho menos cinematográficos pero, hecho este inciso, reconozco que el retrato de personajes es atinado, porque cuando en la segunda parte de la película la relación entre los protagonistas cambia por completo (es decir, cuando ella propone un cambio de roles que él está lejos de querer aceptar), nada de lo que vemos u oímos nos resulta ajeno.
Hay algunos aspectos que valoro especialmente en un director de cine: el buen aprovechamiento de los recursos disponibles (empezando por los actores), la creación de atmósferas y la capacidad de ofrecer imágenes dignas de ser recordadas. Como Sorogoyen demuestra poseer todas estas cualidades en una película de ínfimo presupuesto, le consideraría un cineasta muy a tener en cuenta incluso sin haber visto su posterior, y magnífica, Que Dios nos perdone. Ejemplo: cómo un mismo y pequeño espacio puede pasar en unas cuantas escenas de ser un lugar amable a convertirse en un entorno opresivo, en el que impera el desasosiego. La clave ese giro es tópica, sí, pero en este tópico hay mucho de verdad: después del sexo, el hombre pierde interés en su conquista, mientras que a la mujer le ocurre lo contrario… siempre que el resultado del encuentro les haya resultado satisfactorio a ambos. Aunque, para ser exactos, ella sí tenía interés en él desde el principio, aunque fingía no tenerlo. Y vuelvo a mi fobia a los rituales humanos de apareamiento: creo que nada bueno puede surgir de un proceso basado en la mentira. O, por decirlo de otra manera: en la guerra de los sexos, como en la vida misma, la derrota es universal, y dolorosa… por muchas batallas que se ganen. Volviendo a la película, no hay más música que la que se oye en la fiesta del inicio, apenas aparecen otros personajes que la pareja protagonista, casi todo se basa en el diálogo… y el aburrimiento siempre se queda muy lejos. Hay, además, planos muy bellos en la azotea, lugar clave en el devenir de la película porque allí es donde la mujer descubre, sin lugar a dudas, que no será correspondida. Muchas veces, la grandeza de una película está en los pequeños detalles.
Suelo tener problemas con los actores jóvenes que aparecen en las películas recientes, en especial en las españolas. Creo que hay demasiada gente que tira el dinero en las escuelas de interpretación, y por ello me sorprende encontrarme con dos actores de muy buen nivel como Javier Pereira y Aura Garrido. Él está muy convincente en el papel de seductor babosete, y aún mejor en el de capullo integral; ella cumple de maravilla como presa escurridiza, y está espléndida como ser vulnerable y emocionalmente dependiente. No hay más en el capítulo interpretativo, pero lo que hay es mucho.
Desde Alberto Rodríguez no había surgido en el cine español un director tan interesante como Rodrigo Sorogoyen. Sus siguientes pasos han sido muy firmes y, como su talento es mucho, es de desear que siga haciendo películas del alto nivel que ha demostrado ser capaz de ofrecer. Una lectura superficial de Stockholm podría enmarcarla dentro de esa corriente tan actual de los hombres son lo peor pero, créanme, la película es más profunda que eso.