ALL THINGS MUST PASS: THE RISE AND FALL OF TOWER RECORDS. 2015. 92´. Color.
Dirección: Colin Hanks; Guión: Steven Leckart; Dirección de fotografía: Neil Lisk, Nicola Marsh y Bridger Nielson; Montaje: Darrin Roberts; Música: Bill Sherman; Producción: Sean M. Stuart, para Company Name-Universal Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Russ Solomon, Heidi Cotler, Mark Viducich, Stan Goman, Jim Urie, Rudy Danzinger, Ken Sockolov, Bob Delanoy, Chris Hopson, David Geffen, Elton John, Bruce Springsteen, Dave Grohl.
Sinopsis: Crónica de la trayectoria de la cadena de tiendas de discos Tower Records, que en sus mejores tiempos fue líder mundial del sector.
En estos tiempos, cualquier historia que tenga que ver con la industria musical ha de ser forzosamente un relato de esplendor y decadencia. En esta línea se inscribe All things must pass: Auge y hundimiento de Tower Records, documental con el que Colin Hanks hizo su debut en la dirección de largometrajes. El joven realizador se centró en la que quizá sea la mayor aportación de su ciudad natal, Sacramento, a la historia de la humanidad: Tower Records, la más famosa cadena de discos de los Estados Unidos y, por extensión, de buena parte del extranjero.
Hanks tiene el privilegio de contar con testimonios de primera mano, pues la gran mayoría de los artífices del éxito de Tower Records interviene de manera extensa en la película. Quien lleva la voz cantante es, naturalmente, el fundador, Russ Solomon, bajo cuyo mando lo que en principio fue un apéndice del colmado familiar se convirtió en una multinacional que llevó la música norteamericana a docenas de países. Las palabras de todos ellos convergen en lo referente a manifestar que el auge de la empresa llegó gracias a algunas buenas decisiones operativas y, sobre todo, al hecho de haber nacido en un lugar y en una época en la que la pasión de la juventud por la música de su tiempo alcanzó niveles jamás igualados. Tower vendía lo que todos los jóvenes ansiaban comprar, y lo hacía ofreciéndoles un inmenso catálogo de novedades y estilos que convirtió a las tiendas en lugares de peregrinación para los aficionados a la música, primero de California, después de la Costa Este, más tarde del resto de los Estados Unidos y, por fin, de Japón y del resto del Sudeste asiático.
Tower fue un fenómeno muy norteamericano, que tuvo una implantación casi nula en Europa si exceptuamos al Reino Unido, pero en todo Occidente se vivió un fenómeno similar… con otros nombres. Como firme defensor del arte en formato físico que soy, recuerdo con alegría mis frecuentes visitas a las tiendas de discos, esos lugares en los que uno podía (cuando podía) adquirir su mercancía favorita, o al menos estar al tanto de las novedades y tener en las manos el objeto de deseo. Esa sensación, que lo sepan los fans del mp3, era gozosa, hasta el punto de que uno disfruta al escuchar esos discos que llevan décadas acompañándole no sólo por sus estrictos valores musicales, sino porque recuperar esos álbumes es recuperar lo mejor de una época.
Hasta ahí, el auge, que Hanks filma con suma corrección, recreándose en el entusiasmo de unas personas que sentían verdadera pasión por el producto que vendían y que convirtieron Tower Records en un lugar mucho más de diversión que de trabajo. Pero he ahí que ese monstruo que es la industria musical se volvió más y más codicioso, y la música popular más y más mediocre… los avances tecnológicos, en principio apoyados por una industria que sólo fue capaz de ver montañas de dinero a corto plazo, hicieron el resto. Llegó el derrumbe, que para Tower empezó cuando las grandes cadenas generalistas de distribución comenzaron a vender en sus tiendas los álbumes más exitosos de la música pop a precios más bajos que los de los locales especializados, y que fue tan estrepitoso como el ascenso. Sólo en Japón, país tan culturalmente rico como peculiar, pudo sobrevivir el negocio. Una gran fiesta que duró casi cuatro décadas finalizó, como suele suceder, dejando a sus protagonistas una tremenda resaca. Un producto que durante décadas se vendía solo pasó, en poco más de un lustro, a no interesar a una gran mayoría de sus principales destinatarios, los jóvenes. Por ello, la película termina por tener un marcado tono nostálgico, aunque sin dejar de lado del todo la (auto)crítica. Colin Hanks ofrece un film tan pulido como estándar, en el que el valor, que no es poco, se halla casi exclusivamente en lo que se cuenta, pues el cómo es tan aplicado como rutinario.