PRISONERS. 2013. 148´. Color.
Dirección: Denis Villeneuve; Guión: Aaron Guzikowski; Director de fotografía: Roger Deakins; Montaje: Joel Cox y Gary Roach; Música: Johann Johansson; Diseño de producción: Patrice Vermette; Dirección artística: Paul Kelly; Producción: Kira Davis, Broderick Johnson, Adam Kolbrenner y Andrew A. Kosove, para Alcon Entertainment-Madhouse Entertainment-8:38 Productions (Canadá-EE.UU.).
Intérpretes: Hugh Jackman (Keller Dover); Jake Gyllenhaal (Detective Loki); Viola Davis (Nancy Birch); Maria Bello (Grace Dover); Terrence Howard (Franklin Birch); Melissa Leo (Holly Jones); Paul Dano (Alex Jones); Dylan Minnette (Ralph Dover); Zoë Soul (Eliza Birch); Erin Gerasimovich (Anna Dover); Kyla-Drew Simmons (Joy Birch); Wayne Duvall (Capitán O´Malley); Len Cariou (Padre Dunn); David Dasmaltchian (Bob Taylor); Brad James, Anthony Reynolds, Robert Treveller, Sandra Ellis Lafferty, Victoria Stalet, Todd Truley, Brian Daye, Alisa Harris, Robert Mello, Jeff Pope.
Sinopsis: En pleno día de Acción de Gracias, las hijas pequeñas de dos familias amigas desaparecen. La policía comienza a investigar el caso, pero el padre de una de las jóvenes decide intentar averiguar su paradero por sus propios medios.
La muy aclamada Incendios propició el salto a los Estados Unidos del canadiense Denis Villeneuve, materializado con Prisioneros, un sórdido thriller que refleja el reverso oscuro del sueño americano, muy en la línea de algunos de los films más sobresalientes de David Fincher o de lo mostrado por Ben Affleck en su magnífica ópera prima como director, Adiós pequeña adiós. Villeneuve no necesitó mucho más para demostrar que era uno de esos cineastas que aparecen con cuentagotas en el panorama internacional.
La desaparición de niños, figuras siempre asociadas a la inocencia, produce inevitablemente una convulsión en la sociedad que la padece, además de una oportunidad nunca desaprovechada para que los medios de comunicación muestren su peor cara. Villeneuve, apoyado en un complejo y sólido guión de un casi debutante Aaron Guzinowski, apenas se recrea en mostrar el circo mediático que de forma pertinaz acompaña a estos tristes sucesos, y prefiere centrarse en retratar a un reducido grupo de personas (los padres de las dos menores desaparecidas, el policía encargado de la investigación y, en segundo plano, los distintos sospechosos del secuestro) para mostrar cómo el hecho, más que transformarles, lo que hace es mostrarles tal como son en realidad. Ese retrato, que es de unos pocos personajes pero también de una sociedad, la del individualismo a ultranza y la pelea diaria entre los despojos del culto al éxito por lograr algo parecido a esa felicidad que les venden en la tele, dista mucho de ser amable. Keller Dover, el principal protagonista, es el prototipo del hombre blanco reaccionario de la América profunda, defensor de las armas y la autodefensa, obsesionado con el Apocalipsis (el sótano de su casa es un refugio pensado para sobrevivir a una catástrofe extrema) y cuyos consuelos en momentos de zozobra son Dios y el bourbon. Resulta de todo punto lógico que un personaje de estas características desconfíe de la investigación policial, comandada por un joven oficial abnegado y metódico, y decida realizar sus propias pesquisas, obsesionado como está en que el primer sospechoso del secuestro, un chico con discapacidad intelectual, conoce el paradero de su hija, desaparecida junto a la más joven descendiente de una familia negra de clase media amiga de los Dover.
El guión es deliberadamente ambiguo, casi tanto como la vida misma. Cuando Keller Dover da con el joven sospechoso, éste no le dice lo que quiere oír y ese padre cegado por la desaparición de su hija pequeña y que, como ya se ha dicho, apuntaba maneras desde el principio, opta por los métodos más expeditivos para sonsacarle al chico la información que éste le oculta (o eso cree Keller sin lugar a dudas), aflora una desasosegante verdad: que, salvo en unos pocos casos muy loables, el progresismo es un barniz que, cuando la vida se pone realmente complicada, se desprende y deja salir al exterior al fascista que (casi) todos llevamos dentro. Es sintomática la reacción de los Birch, la familia negra cuya hija ha sido secuestrada junto a la de los Dover, al descubrir lo que Keller está haciendo para terminar con el suceso que ha transformado de un plumazo su feliz existencia en una pesadilla. En paralelo, el detective Loki, un ser inteligente dotado de una ética de trabajo muy superior a la media, va atando poco a poco los muchos cabos sueltos pese a los obstáculos que la burocracia policial, la inconsciencia de Keller Dover y, a veces, sus ocasionales pérdidas de perspectiva (véase el interrogatorio de Bob Taylor) ponen en su camino. Al final (que esconde, más allá de la malsana atmósfera que desprende toda la película, un ejercicio de humor negro), y pese a que algunas soluciones son discutibles (esas fotos caídas al suelo…) todo cuadra, pueden creerme, pero no de la forma que a muchos les gustaría, porque el dilema moral que se plantea (dónde están los límites éticos cuando es la vida de tu familia lo que está en juego) tenía dos formas fáciles de resolverse, y se opta por la tercera…
Uno de los méritos de Villeneuve es conseguir que el dilatado metraje no sea un lastre en ningún momento, pues no hay una sola escena prescindible. La fotografía de Roger Deakins es soberbia, especialmente cuando el film se interna en sus vericuetos más oscuros: son la maestría de Deakins y Villeneuve, así como la sombría banda sonora de Johann Johansson, los elementos que consiguen que el espectador sienta el miedo a la oscuridad, perciban la maldad que unos personajes vuelcan sobre otros e incluso huelan la opresión del encierro, o lo terroríficos que pueden ser un refresco sacado de la nevera, el grifo de una ducha o un laberinto que no tiene salida. Subrayo también que la dictadura de la corrección política no puso su nido sobre Prisioneros: los Birch son cobardes, y Grace Dover, un ser sumiso y sin personalidad. Al oír las frases en las que ella y Nancy Birch revelan su verdadera esencia, uno deja de preguntarse por qué el detective Loki, un ser de perfil complejo, ajeno al fanatismo religioso que condiciona de una u otra forma al resto de personajes y que esclarece los delitos porque dedica más tiempo y energías a su trabajo que el resto de sus colegas, camine tan solo por el mundo.
Otro de los logros de la película es conseguir que Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal, dos actores muy distintos entre sí pero que tienen el nexo común de poder estar magníficos o estomagantes según el film en el que intervengan, estén mejor que nunca. Jackman da a la perfección el tipo de macho-fanático-paranoico, mientras que Gyllenhaal está de lo más creíble tanto en su aparente frialdad característica como en sus puntuales explosiones de ira. Los personajes que ambos interpretan llevan gran parte del peso de esta película, y lo llevan realmente bien. A ello hay que sumar una serie de valores añadidos, como la nueva demostración de que Viola Davis es una gran actriz o de que Maria Bello siempre da su mejor perfil cuando las películas en las que interviene merecen la pena. Terrence Howard queda un tanto diluido entre tanta excelencia, cosa que no le ocurre a una difícilmente reconocible Melissa Leo, aquí en una de las cumbres de su muy extensa carrera. Paul Dano vuelve a ganarse una buena nota es uno de esos papeles de joven en el extremo en los que está especializado, y la breve intervención de Len Cariou también es digna de ser destacada.
Gran película. Con su argumento, podría ser tanto un telefilme más como uno de los thrillers de la década. Denis Villeneuve consiguió lo segundo.