IL COLOSSO DI RODI. 1961. 120´. Color.
Dirección: Sergio Leone; Guión: Ennio De Concini, Luciano Martino, Cesare Seccia, Carlo Gualtieri, Luciano Chitarrini, Ageo Savioli y Sergio Leone; Director de fotografía: Antonio Ballesteros; Montaje: Eraldo Da Roma; Música: Francesco Angelo Lavagnino. Diseño de producción: Ramiro Gómez; Vestuario: Vittorio Rossi; Producción: Michele Scaglione, para Produzioni Atlas Consorziate-Cineproduzioni Associate- Procusa Film-Comptoir Français de Productions Cinématographiques- CTI (Italia-Francia-España).
Intérpretes: Rory Calhoun (Darío); Georges Marchal (Pelíocle); Lea Massari (Diala); Conrado San Martín (Tireo); Ángel Aranda (Koros); Mabel Karr (Mirte); Mimmo Palmara (Ares); Jorge Rigaud (Lisipo); Roberto Camardiel (Serse); Alf Randal, Yann Larvor, Carlo Tamberlani, Félix Fernández, Antonio Casas, Fernando Calzado, José María Vilches.
Sinopsis: Darío, un militar ateniense, llega a la isla de Rodas justo acaba de construirse el Coloso y un grupo de rebeldes acentúa sus acciones contra la tiranía.
Si por algo El coloso de Rodas ha logrado un espacio en la historia del cine es por ser el primer largometraje dirigido íntegramente por Sergio Leone, un realizador clave en la segunda mitad del siglo XX. Se trata de una coproducción europea que se inscribe en el género del peplum, que en aquellos años gozaba del favor de la taquilla y que, como había sucedido años antes con el cine negro y sucedería años después, gracias al propio Leone, con el western, fue fusilado a conciencia desde el Viejo Continente con la noble intención de llevarse un trozo del pastel y que los yanquis no se quedaran con todo el dinero. La ópera prima de Leone tuvo un moderado éxito, y consiguió poner en el mapa a este singular cineasta.
Lo cierto es que el peplum europeo debió de producir mayores alegrías entre el colectivo homosexual que entre la cinefilia planetaria, pues el subgénero apenas produjo obras de verdadera entidad. El coloso de Rodas, sin ser una gran película, posee al menos determinadas cualidades que la distinguen para bien de las docenas de obras similares producidas en la época, y que tienen mucho que ver con el incipiente talento de su director, pues el guión es bastante rutinario y se ciñe de manera estricta a los clichés más manidos de lo que aquí se llamó cine de romanos. Aquí, romanos no hay, lo mismo que originalidad, pero sí hay una escena pre-créditos, llena de acción no interrumpida por los diálogos, en la que el cinéfilo atento puede comprobar que, más allá de los decorados de cartón-piedra, a los mandos se encuentra un individuo muy capaz. Ya sabemos que, al menos, la película no será aburrida. Después aparece en escena Darío, un ateniense recién licenciado del ejército que viaja a Rodas, isla de la que es natural su madre, para asistir a la inauguración de uno de los monumentos más impresionantes construidos en la Antigüedad, el Coloso. El militar, interesado sobre todo en perseguir mujeres y disfrutar de los placeres de la vida, no tarda en comprobar que la conocida como isla de la paz es en realidad un auténtico polvorín, en el que un grupo organizado de resistentes trata de derribar al monarca y las conspiraciones para hacerse con el poder se suceden dentro y fuera del fastuoso palacio real. Fracasado su intento de abandonar la isla por vía marítima, Darío se convertirá en parte fundamental en los distintos conflictos políticos que asolan Rodas.
Leone tiene claro que lo que gusta al público es el espectáculo, y pese a que el presupuesto da para lo justito, se lo da con desmesura, demostrando un gran dominio del lenguaje visual y buena mano para las escenas de masas. No aparecen todavía los primerísimos planos que serán una de las marcas distintivas del director romano, ni esa forma única de dilatar el tiempo fílmico, pero sí tenemos su buen estilo a la hora de mostrar la violencia, algunos diálogos muy elocuentes pese a su parquedad, mucha acción y, antes del encuentro con Ennio Morricone, esa habilidad para ensamblar música e imagen que pocos han conseguido igualar. En el montaje hay algunas cosas que chirrían, aunque imagino que ello es debido a que se hicieron diversas versiones de la película y la aquí reseñada es la francesa, que es la más corta de todas, por lo que, por ejemplo, en las transiciones entre las escenas que transcurren en la fiesta palaciega da la sensación de faltar algo. Es evidente que la fidelidad histórica no importa un pimiento (el Coloso se mantuvo en pie durante un siglo antes de, en efecto, ser derribado por los efectos de un terremoto que destruyó buena parte de la isla), pero tanto en las escenas de las multitudinarias batallas entre monárquicos y rebeldes, como en las que muestran los devastadores efectos del seísmo, aflora el talento de un cineasta importante.
A nivel interpretativo, encontramos el típico batiburrillo de nacionalidades típico de estas coproducciones, cuyos repartos solían estar encabezados por galanes estadounidenses de popularidad decreciente en su país. Aquí, el susodicho es un Rory Calhoun que, al menos, logra ser algo menos inexpresivo de lo que solían serlo esos compatriotas suyos que cruzaban el charco para participar en productos similares y aporta un saludable punto de ambigüedad y cinismo, rasgos ambos característicos de los protagonistas de Leone. En el elenco europeo, destaca una casi debutante Lea Massari, malvada y seductora como marcan los cánones del género. Georges Marchal, que interpreta al mejor amigo del protagonista, cumple con buena nota, y por parte española tenemos al vigoroso Conrado San Martín, que en esta ocasión da vida, de manera correcta, a Tireo, el verdadero malo de la película, un ser intrigante que conspira para hacerse con el trono, aunque sea a cambio de poner a su tierra a merced de una potencia extranjera. En el resto del internacional reparto abundan los actores hercúleos de expresividad discutible.
La ópera prima de Leone es un más que correcto peplum que acumula, no siempre de manera ordenada, todos los tópicos del género en el que se inscribe, nunca deja de resultar entretenido y deja algunas muestras del enorme talento de su director. Una película típica para pasar un buen rato sin mayores pretensiones, y a la vez un divertimento para cinéfilos a la caza de las huellas de la maestría de Leone.