MAN ON THE MOON. 1999. 118´. Color.
Dirección : Milos Forman; Guión: Scott Alexander y Larry Karaszewski; Director de fotografía: Anastas Michos; Montaje: Adam Boome, Linzee Klingman y Christopher Tellefsen; Diseño de producción: Patrizia Von Brandenstein; Música: R.E.M.; Dirección artística: James Truesdale; Diseño de vestuario: Jeffrey Kurland; Producción: Danny DeVito, Michael Shamberg y Stacey Sher, para Mutual Film Company-Universal Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Jim Carrey (Andy Kaufman); Danny DeVito (George Shapiro); Paul Giamatti (Bob Zmuda); Courtney Love (Lynne Margulies); Gerry Becker (Stanley Kaufman); Vincent Schiavelli (Maynard Smith); Michael Kelly (Michael Kaufman); Jerry Lawler (Él mismo); Leslie Lyles, George Shapiro, Budd Friedman, Melanie Vesey, Greg Travis, Maureen Mueller, Angela Jones, Michael Villani, Caroline Rhea, Armando Guerrero, Doris Eaton, Hal Blaine, Jeff Conaway, Marilu Henner, Judd Hirsch, Carol Kane, Christopher Lloyd, David Letterman.
Sinopsis: Biografía de Andy Kaufman, un extravagante cómico muy popular en los Estados Unidos de finales de los 70.
Ajeno a la dictadura de la corrección política que allá por los años 90 empezó a imponer sus criterios en los Estados Unidos, Milos Forman continuó con Man on the moon con la reivindicación de los personajes excéntricos que marca buena parte de su filmografía y que había tenido su anterior capítulo con la biografía del pornógrafo Larry Flynt. En esta ocasión, el protagonista del relato es el cómico Andy Kaufman, que gozó de gran popularidad en Norteamérica gracias a su intervención en la serie Taxi. La película tuvo poco éxito, y marcó el final de la antaño mutuamente beneficiosa relación entre el director checo y Hollywood.
Vaya por delante que el éxito de Andy Kaufman como cómico es meritorio, por cuanto él, que desde niño ya montaba sus pequeños y solitarios teatrillos en su hogar, siempre quiso ser un artista de variedades y, como se pudo comprobar en sus comienzos en la stand-up comedy cuando arrancaba la década de los 70, no tenía gracia. Forman, a quien considero un cineasta de primera fila, muestra este hecho en toda su hiriente realidad durante la escena en la que la actuación de Kaufman en una cafetería es recibida con la más absoluta indiferencia por parte del público. Hay pocas cosas más hirientes para el ego que el fracaso sobre un escenario, y Forman sólo necesita alternar los planos del número de Kaufman con los de los rostros de los espectadores para mostrarlo de una forma que llega a provocar incomodidad, característica que asimismo era una auténtica marca de fábrica del biografiado. Porque Kaufman, ante la imposibilidad de ser gracioso según los cánones, eligió ser chocante, y lo fue en grado sumo en una época en la que había mucha más libertad para el humor de la que tenemos en la actualidad. Una lograda imitación de Elvis, que agradó a su mentor, George Shapiro, dio comienzo a su despegue y le abrió las puertas del Improv, un local de moda en Nueva York, y de una teleserie, Taxi, que gozó de una gran popularidad a nivel nacional que no se repitió en el resto del mundo. A fuerza de ser chocante, Kaufman, poco amigo de las comedias televisivas, logró ser gracioso, pero vivió siempre en su propio mundo y utilizó la fama obtenida en la pequeña pantalla para dar rienda suelta a su particular, y muchas veces estrambótico, sentido del humor. Ayudado por su inseparable guionista Bob Zmuda, Kaufman se especializó en impactar al público, que, predispuesto a reír, se encontraba con verdaderos esperpentos sin llegar a saber del todo si se trataba de montajes perfectamente organizados o de meros despropósitos salidos de madre. Las intervenciones de su alter ego, el grosero anti-crooner Tony Clifton, eran siempre desconcertantes, y el invento de la lucha libre unisex, en la que el cómico sólo peleaba contra mujeres, amén de adornar los combates de toda la palabrería misógina que uno pueda imaginarse, una creación propia de una mente que vivía en otra parte. En su propio mundo.
Forman se sube a ese carro dadaísta (no hay que olvidar que la película comienza con los créditos finales), pero al tiempo dota a su film de un notable rigor formal que no hace más que acentuar lo excéntrico de la propuesta. Con Kaufman como inmejorable pretexto, el director checo nos habla del entretenimiento de masas poniendo el acento en su lado embrutecedor. Si analizamos con seriedad qué nos hace reír, seguramente comprobaremos que eso choca con lo buenas personas que creemos ser. Si observamos aquellas cosas con las que nos irrita que se bromee, la imagen que nos devuelve el espejo no acostumbra a ser muy generosa. Otro aspecto interesante al que se alude en la película es el afán por modelar a nuestro gusto el talento ajeno: esperamos del artista que nos dé lo que queremos, sin preocuparnos de lo que a él le apetece mostrarnos. En una escena magnífica, se muestra cómo, ante un público universitario (en teoría, el lugar donde se dan cita el futuro y la inteligencia de la especie), Kaufman responde a las peticiones de la audiencia, deseosa de oírle decir en directo los mismos chascarrillos que ve semana tras semana en la televisión, leyéndoles El gran Gatsby desde el principio al final. Ese afán por epatar es lo que hace que la celebridad descarrile: puedes hacerles reír, o puedes reírte de ellos: la cuestión es que, esto último, nadie, a excepción de ti mismo, va a encontrarlo divertido.
La película tiene un ritmo excelente, muestra quién fue Andy Kaufman a quienes no sabían de él y consigue ir más allá del personaje a través del personaje: adicto a la meditación, el cómico sucumbió a la superchería de esas engañifas mal llamadas terapias alternativas cuando la enfermedad hizo mella en su organismo. Se pueden hacer muchos discursos en contra de la paraciencia, pero hay diez minutos en esta película (y una magnífica elipsis) que podrían resultar más eficaces. El montaje es modélico, y hay que aludir también a la brillante y evocadora canción que R.E.M., uno de los últimos grupos importantes del rock de masas, dedicó a Kaufman, pues fue además el único elemento verdaderamente exitoso de la película.
Dicen los bien informados que, durante el rodaje de Man on the moon, Jim Carrey se comportó como si hubiese sido poseído por el espíritu de Andy Kaufman, no sólo entre las palabras acción y corten, y que eso llegó a desesperar a todo el equipo técnico y artístico de la película. He de decir, ya que no tuve que soportarle en su delirio, que por una vez el estomagante histrionismo de este actor está al servicio de una buena causa. Para empezar, el canadiense era el intérprete idóneo para dar vida a alguien como Andy Kaufman, y lo cierto es que lo hace realmente bien. El papel de George Shapiro, representante y mentor del cómico, está interpretado por Danny DeVito, quien fue compañero de Kaufman en Taxi y es coproductor de la película. La interpretación del actor italoamericano es de las mejores que le he visto. Paul Giamatti, que ya estaba despuntando como el gran actor que es, está soberbio como Bob Zmuda, y Courtney Love, que ya había estado a las órdenes de Forman en El escándalo de Larry Flynt, es el eslabón más débil del cuarteto protagonista. Por lo demás, el reparto incluye a varios de los protagonistas de Taxi en papeles secundarios, así como a los mismísimos George Shapiro y Bob Zmuda. Mención aparte para un gran secundario como Vincent Schiavelli, que además de intervenir en casi todos los films americanos de Forman, también apareció en algunos capítulos de Taxi.
Gran película, a recuperar con urgencia. Milos Forman es mucho más que Alguien voló sobre el nido del cuco y Amadeus, y aquí tenemos una nueva muestra. Me atrevería a decir que en 2019 puede, y debería, ser mejor entendida que en 1999. A mi entender, sobresaliente.