A toda esa muchachada que se llena la boca diciendo que son la generación de la precariedad y que carece de futuro (gran falacia: esa carencia sólo les sucede a los muertos), empezaré por recordarle algo que viví hace casi treinta años, cuando Julio Anguita, por entonces líder de Izquierda Unida, y única persona a la que he votado con convicción y sin taparme la nariz, ofreció una conferencia en la Universidad Autónoma de Barcelona, hoy secuestrada por las hordas reaccionarias que van de lo contrario. El tema de la charla era el Tratado de Maastricht, que poco después sería aprobado y ante el que Anguita era reticente. En el turno de preguntas, una joven formuló la siguiente cuestión al político cordobés: “¿Y yo, qué futuro voy a tener, señor Anguita?” El interrogado, que nunca fue hombre propenso a dorar la píldora a sus interlocutores para ganarse el aplauso fácil, respondió así: ”El que usted se labre, porque nadie le va a regalar nada”. Más claro, agua. Así que, lloricas adolescentes de hoy, pensad que sólo los más torpes de entre vosotros (amén de la legión de inadaptados que pueblan el planeta desde que existe memoria de ello) viviréis, en efecto, peor que vuestros padres. Pensad en cómo vivieron vuestros abuelos, apretad los dientes y pelead, porque la vida real no es, para la inmensa mayoría, otra cosa que entrenar, luchar, perder muchas más veces de las que se gana, seguir adelante sople el viento por donde sople y disfrutar lo que se pueda, cuando se pueda. Lo demás son poemas para cerebros reblandecidos.