LEAVES OF GRASS. 2009. 104´. Color.
Dirección: Tim Blake Nelson; Guión: Tim Blake Nelson; Director de fotografía: Roberto Schaefer; Montaje: Michelle Botticelli; Diseño de producción: Max Biscoe; Música: Jeff Danna; Dirección artística: Rob Simons; Producción: Elie Cohn, Kristina Dubin, John Langley, Edward Norton y Tim Blake Nelson, para Millenium Films-Langley Films-Class 5 Films (EE.UU).
Intérpretes: Edward Norton (Bill Kincaid/Brady Kincaid); Tim Blake Nelson (Folger); Keri Russell (Janet); Richard Dreyfuss (Pug Rothbaum); Susan Sarandon (Daisy); Melanie Lynskey (Colleen); Pruitt Taylor Vince (Big Joe Sharpe); Lucy DeVito (Anne Greenstein); Maggie Siff (Rabina Zimmermann); Josh Pais (Ken Feinman); Amelia Campbell (Maggie); Lee Wilkof, Ty Burrell, Randal Reeder, Leo Fabian, Tina Parker, Ken Cheeseman, Steve Earle.
Sinopsis: Un catedrático de filosofía clásica regresa a su pueblo natal, en Oklahoma, tras recibir la noticia de la muerte de su hermano gemelo. Una vez allí, el profesor descubre que todo ha sido una estratagema del presunto fallecido, un traficante de marihuana.
El prolífico actor Tim Blake Nelson posee también una corta y guadianesca carrera al otro lado de la cámara que le brindó su mayor éxito a principios de este siglo con La zona gris. Ocho años después de aquello, Nelson estrenó su siguiente obra como director, Hojas de hierba, que en general fue despachada por la crítica como una visita al universo de los hermanos Coen, a cuyas órdenes Nelson ha trabajado algunas veces, ingeniosa pero no demasiado distinguida. Mi opinión es que la película posee una notable calidad.
Quizá el problema de Hojas de hierba sea que, a lo largo de su metraje, transita por distintos géneros hasta el punto de ser susceptible de provocar cierta confusión en el espectador no demasiado atento. Lo primero que hace el director es presentarnos a un joven catedrático de filosofía clásica que loa frente a sus estudiantes las virtudes del equilibrio antes de ser objeto de acoso en su despacho por parte de una alumna. Después conocemos a su hermano gemelo, un productor de marihuana de Oklahoma que debe una importante cantidad de dinero a un narcotraficante judío. Por esa y otras razones, al hermano problemático y a la no menos peculiar madre de los gemelos les interesa volver a ver a ese miembro de su familia que ha renunciado a toda relación con ellos. Brady, el hermano porrero, sabe que lo único que puede hacer que Bill, el catedrático, regrese a sus orígenes es un funeral, así que decide fingir su propia muerte.
El film se inicia como una comedia amable, algo gamberra, que después deriva hacia unos derroteros muy distintos y aborda muchos de los tópicos sobre el retorno a los orígenes con bastante ingenio, antes de incidir en que, si esos orígenes se ubican en la América profunda y hay drogas de por medio, el derramamiento de sangre aparece como algo inevitable. Tim Blake Nelson firma un guión muy trabajado, en el que coexisten los apuntes de comedia porrera, un cierto romanticismo naïf, la poesía, las disquisiciones sobre el ser en el mundo desde perspectivas judías, cristianas y ateas, y esa manera de mezclar tragedia griega y drama rural que sí remite directamente a los hermanos Coen. En ocasiones, estos dispares elementos (que incluyen una aguda reflexión sobre cómo hemos perdido el norte en la espinosa cuestión del acoso sexual) no cohabitan de una forma fluida y pacífica, pero en general el carisma de unos personajes bien perfilados y la calidad de los diálogos hacen que la película transite muy por encima de la mediocridad. Incluso algo tan trivial como una charla de avión con un ortodoncista que se sienta a tu lado tiene sentido, como comprobamos al final del metraje. Y créanme: uno puede encontrar la verdad en Platón, en Epicuro o en Nietzsche, pero también en un guión cinematográfico escrito por Tim Blake Nelson: esa verdad es la que le dice la rabina al catedrático al final de la película: «Usted, yo, su hermano, un traficante de drogas judío y todos los demás estropeamos el mundo. La bondad consiste en intentar repararlo».
Como director, Tim Blake Nelson no tiene, en mi opinión, el mismo nivel que como guionista: la puesta en escena es discreta, y me atrevo a decir que el clímax de la película, que transcurre en el exterior de la vivienda de los Kincaid, está rodado de una manera torpe, que contrasta con la corrección que encontramos en el resto de la película. Tampoco encontramos nada especialmente distinguido en los apartados técnicos, más allá de la acertada utilización de algunas canciones de música country a lo largo del metraje.
El elemento más unánimemente alabado de Hojas de hierba es, sin lugar a dudas, la interpretación de un Edward Norton soberbio en su doble papel de catedrático entregado a la búsqueda del equilibrio y de colgado porrero de Oklahoma. El trabajo de Norton en la gestualidad y el acento de los antagónicos personajes que interpretan debería enseñarse en las escuelas, y está claro que su tour de force es el eje vertebrador de la película, por mucho que el plantel de secundarios, en el que brilla el propio director en el papel del compinche inseparable de Brady, sea notable. Siempre es una delicia ver a Susan Sarandon, de nuevo excelente en el papel de la pelín desquiciada madre de los gemelos Kincaid, y también a Richard Dreyfuss, aquí en la piel de un narcotraficante judío muy consciente de cuál es su papel en el mundo hasta que ese mundo (sólo los necios creen que la vida es sencilla) acaba devorándole, como a todos. Buena es, desde luego, la labor de Pruitt Taylor Vince como típico policía del Medio Oeste, notable el trabajo de Keri Russell como la poetisa pescadora que conquista a Bill, y elogiable el trabajo de Josh Pais como ortodoncista en apuros económicos.
Hay mucho que disfrutar en Hojas de hierba, un film pequeño sólo en apariencia en el que, al margen de la excelente interpretación de su principal protagonista, brilla el poderío de un guión en el que se adivinan el tiempo empleado en escribirlo, el esfuerzo y el talento. Película a tener en cuenta.