Servidor de ustedes se vanagloria de tener amigos peculiares, sobre todo porque la gente que dice ser normal es aburrida de cojones. Uno de esos amigos, trasnochado cuarentón y antiguo defensor de diversas causas perdidas, me dice desde hace tiempo que la especie humana debe extinguirse cuanto antes, y que cada uno de nosotros, dentro de sus posibilidades, debe hacer lo posible para que esa extinción se produzca a la mayor brevedad. Para ello,y por poner unos ejemplos, come carne a todas horas, se ha hecho independentista pese a ser un charnegazo que no tiene ni medio apellido catalán (hasta fue un día a incendiar contenedores en el Eixample, su barrio natal, después de hacer el vermut en Alella y comprar un Iphone para uno de sus sobrinos en el FNAC), ha hecho una petición en Change.org para que los carritos de bebé sean prohibidos en el transporte público y se ha convertido en uno de los más exitosos abogados matrimonialistas de la comarca. Su estado de ánimo es usualmente mustio, por aquello de que su anhelado Apocalipsis no se está produciendo al ritmo que le gustaría, pero anteayer le encontré de un humor magnífico. Yo salía del trabajo, y él fumaba en la puerta de un gimnasio próximo al centro comercial junto al que un servidor se paga los garbanzos y las cervezas de importación. Me vi obligado a preguntarle el motivo de su alegría. Sonriendo, me contestó: «Si el mundo tiene que salvarlo Greta Thunberg, es que ya queda poco para el fin».