TOP KNOT DETECTIVE. 2016. 88´. Color.
Dirección: Aaron McCann y Dominic Pearce; Guión: Aaron McCann y Dominic Pearce; Dirección de fotografía: A. J Coultier; Montaje: Steve Aaron Hughes y Dominic Pearce; Música: Malcolm Clark, Lance Robinson y Mason Vellios; Diseño de producción: Matt Willemsen; Dirección artística: Elizabeth Wratten; Producción: Lauren Brunswick, Aaron McCann y Dominic Pearce, para Blue Forest Media-ScreenWest-SBS-Screen Australia (Australia-Japón).
Intérpretes: Toshi Okuzaki (Takashi Takamoto/Sheimasu Tantai); Masa Yamaguchi (Haruto Kioke/Kurosaki Itto); Mayu Iwasaki (Mia Matsumoto/Saku); Kuni Hashimoto (Leiji Nishizaki); Izumi Woods (Izumi Himura/Saku); Nobuaki Shimamoto (Detective Oshiro); Shinichi Katsuda (Moritaro Kioke); Des Mangan (Narrador); Yoji Tatsuta, Guitar Wolf, Oscar Harris, Lee Lin Chin, Travis Johnson, Dario Russo, Arnold Wong.
Sinopsis: Historia de cómo una popular serie de samuráis japonesa se convirtió en objeto de culto en Australia, y de lo que sucedió después con sus principales protagonistas.
Aaron McCann, conocido hasta entonces por haber sido ayudante de dirección en diversas producciones, y Dominic Pearce, cuyas funciones en el cine se circunscribían fundamentalmente al montaje, se unieron hace unos años para dirigir Top Knot Detective, un falso documental que recrea los avatares de una exitosa serie trash japonesa y analiza la trayectoria de sus principales protagonistas. El producto resultante es una inmensa broma, planteada a partir de un ajustado presupuesto, que a raíz de su inclusión en distintos festivales acabó cautivando al sector más gamberro de la cinefilia internacional.
El referente indiscutible de McCann y Pearce es, sin duda, This is Spinal Tap, joya absoluta del documental ficticio, subgénero que cuenta con no pocos detractores por aquello de que rompe con la esencia de lo que debería ser un documental. Eso sí, a diferencia de las realidades alternativas que los partidarios de diversas religiones e ideologías acostumbran a plantear, aquí el resultado es sumamente divertido. Si en la película de Rob Reiner el objeto de chanza era el rock & roll, aquí se trata de parodiar esa pintoresca costumbre occidental de convertir en material de culto ciertos delirantes bodrios de ninjas y samuráis llegados del Extremo Oriente. La mejor forma, qué duda cabe, es crear una verdadera quintaesencia del género, en la que se reúnan todos sus tópicos y se les dé la vuelta como si de un calcetín se tratara. Si para eso hay que poner en una coctelera elementos de una serie tan famosa como Kung Fu, mezclados con los filmes más cutres de samuráis que pueda uno haber visto, y con esas pelis de ninjas que llevan décadas haciendo las delicias de los amantes del cine trash, pues se hace. Ronin Suiri Tentai, la serie que surge de semejante delirio, no tiene desperdicio alguno.
La pàrodia funciona en dos direcciones: por un lado, se recrean las escenas clave de la serie, una verdadera macedonia de géneros en la que no falta el típico latiguillo del protagonista, destinado a ser repetido por los fans hasta la saciedad, y en la que caben desde números musicales a momentos gore. Al mismo tiempo, se cuentan los entresijos de la serie tras las cámaras, más estrambóticos si cabe que lo que ya se nos presenta como ficción. La idea es la siguiente: una poderosa compañía japonesa, que fabrica desde dispositivos electrónicos hasta cerveza y cigarrillos, ansía desembarcar en el mundo de la televisión y para ello secunda la idea de un aspirante a vocalista pop, consistente en narrar las aventuras de un samurái que busca venganza por el asesinato de su maestro. Aceptada la propuesta, el creador de la serie se agencia el papel principal (su antagonista en la ficción será ni más ni menos que el hijo del todopoderoso presidente de la compañía) y se viene arriba ante el descomunal éxito de la serie: no sólo inventa guiones cada vez más bizarros, sino que cae en todas las adicciones posibles y convierte el rodaje de cada capítulo en una guerra. Por si esto fuera poco, el carácter multidisciplinar de la empresa patrocinadora es la excusa para para colar en la narración algunos anuncios que casi consiguen que el resto de lo que vemos nos parezca normal. Como es de esperar, al final todo termina como el rosario de la Aurora, crimen incluido.
El envoltorio técnico es competente: las imágenes noventeras de la serie están recreadas de la manera más cutre posible, y se nota para bien que Dominic Pearce domina las técnicas del montaje. La gracia reside en lo descabellado de la propuesta, pero también, y a un nivel si se quiere más intelectual, en el abracadabrante pero no desencaminado análisis de cómo se construye un fenómeno de masas en nuestras sociedades, además de en la saludable irreverencia de todo el conjunto. McCann y Pierce no dejan títere con cabeza (algunos, de manera literal), y llama la atención la aparente seriedad con la que narran una historia descacharrante a más no poder, con giro truculento (y un policía chusco, para que no falte de nada) en la parte final. Para la historia queda ese anuncio de tabaco con niño incluido, monumento iconoclasta en sí mismo.
Los actores, casi todos japoneses y desconocidos por estos lares, dan credibilidad a la trama. En el reparto se mezclan intérpretes cuya carrera cinematográfica prácticamente se resume en esta película con otros más expertos. Toshi Okuzaki es uno de los primeros, pero su inexperiencia no es óbice para que esa especie de Charlie Sheen nipón que es su personaje resulte convincente. Un actor más hecho como Masa Yamaguchi, que interpreta a la némesis del héroe de la función, consigue aguantar la risa de un modo que aplaudo, y lo mismo ocurre con Mayu Iwasaki, cuyo personaje es una mocatriz con todas las letras que protagoniza un romance con el creador de la serie tan estúpido como el resto de lo que se nos cuenta. Buena nota para Izumi Woods y Kuni Hashimoto, que recrean a las compañeras de reparto de la estrella que sacan todas sus vergüenzas al exterior, y mención especial para Nobuaki Shimamoto como policía obtuso donde los haya.
Para no perdérsela. Top Knot Detective es un saludable soplo de aire fresco y de irreverencia en un panorama cada vez más carcomido por la dictadura de la corrección política. McCann y Pearce tienen la virtud de orinarse encima de algo tan respetable, y de hacerlo con talento. La escena post-créditos, que es un tráiler de otra película puesto ahí por las buenas, es absolutamente impagable.