TEN WANTED MEN. 1955. 80´. Color.
Dirección: H. Bruce Humberstone; Guión: Kenneth Gamet, basado en una historia de Irving Ravetch y Harriet Frank, Jr.; Director de fotografía: Wilfrid M. Cline; Montaje: Gene Havlick; Música: Paul Sawtell; Dirección artística: Edward Ilou; Producción: Harry Joe Brown, para Scott/Brown Productions-Columbia Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Randolph Scott (John Stewart); Jocelyn Brando (Corinne); Richard Boone (Wick Campbell); Skip Homeier (Howie Stewart); Leo Gordon (Frank Scavo); Alfonso Bedoya (Hermando); Donna Martell (María Segura); Dennis Weaver (Sheriff Gibbons); Clem Bevans, Lester Matthews, Minor Watson, Lee Van Cleef, Tom Powers.
Sinopsis: Un rico ganadero de Arizona acoge a su hermano, abogado, y a su joven sobrino con la intención de instaurar la legalidad en el lugar. Sus planes se verán truncados por la presencia de Wick Campbell, un comerciante con ansias de poder que contrata a varios pistoleros para hacerse con el control de la zona.
Aunque Randolph Scott era un intérprete muy dado a repetir con los directores (acababa de finalizar una fructífera colaboración con André de Toth, y poco después de rodarse esta película iniciaría la entente con Budd Boetticher, que proporcionó a Scott los mejores resultados artísticos de su carrera), la relación profesional entre el actor y H. Bruce Humberstone, un artesano especializado en el cine de género conocido por haber dirigido varias películas basadas en el personaje de Charlie Chan, se circunscribe a Diez forajidos, uno más de los westerns de serie B que Scott había convertido en el fundamento de su carrera y que facturaba con su propia productora.
Por resumir lo que es la película en una sola frase, basta con hacer constar que Diez forajidos es un rutinario y entretenido western de serie B típico de la época en la que se rodó. No faltan en él los tópicos habituales del género: el vaquero de recto proceder, el villano que por codicia arrastra al protagonista a la violencia, la mujer como abnegada compañera y los bandidos a sueldo que siembran el terror en un pequeño pueblo del Oeste. Es manifiesta, pues, la falta de originalidad del guión. Tampoco la puesta en escena o la forma de resolver el conflicto se alejan de lo que hemos visto docenas de veces, pero hay algunos buenos detalles en la narración, como mostrar que quien se hace valer de pistoleros para lograr sus propósitos acaba siendo rehén de los violentos. Por otra parte, la concisión del relato y el gran número de escenas de acción que contiene hacen muy ameno el visionado, que en el espectador contemporáneo puede provocar un asomo de nostalgia por aquellos tiempos en los que los héroes y los villanos eran tan sencillos de distinguir. En todo caso, tratándose de un film que busca ser un divertimento y no tiene ningún afán de trascendencia, los resultados se ajustan a las pretensiones.
Humberstone no es un cineasta especialmente personal ni talentoso, pero cubre el expediente con solvencia. El expeditivo montaje ayuda, pero escenas como la que ilustra el robo del ganado demuestran que el director conoce bien su oficio. Es cierto que, vistas hoy, las escenas de peleas y tiroteos tienen un indiscutible punto naïf, como también lo es que cumplen con los estándares establecidos en su época. Siguiendo la tónica general, la partitura de Paul Sawtell es un compendio de clichés del western, si bien contiene alguna pieza brillante en la que luce el sonido de la guitarra.
Randolph Scott siempre fue un actor de escasos registros que, al igual que otras figuras eminentes del western, construyó una sólida carrera a fuerza de interpretar siempre al mismo personaje. El papel protagonista de Diez forajidos no es la excepción, sino la norma. John Stewart es un hombre duro, pero noble y con un elevado sentido de la justicia, un rol hecho a la medida de Scott en el que la estrella se desenvuelve con maestría. El villano de la función es un notable Richard Boone, que le da empaque a su personaje, el codicioso (y, bien mirado, incestuoso) Wick Campbell). Jocelyn Brando, una actriz de talento cuya carrera nunca terminó de despegar y que venía de brillar en Los sobornados, hace un buen trabajo en un rol que tampoco le ofrece demasiadas opciones de lucimiento. El televisivo Skip Homeier interpreta, sin destacar para lo bueno o para malo, uno de sus escasos papeles de cierta entidad en la gran pantalla, y Leo Gordon da mucho juego en el rol del bandido Frank Schavo. Destacar la presencia de Lee Van Cleef interpretando, como tantas otras veces antes de su desembarco en Europa, a un fuera de la ley sin demasiado protagonismo.
Lo dicho, un western más de la época dorada del género, que gustará a sus aficionados pero que tampoco posee unas especiales cualidades.