Hace tiempo que se aprecia que el desquiciamiento general que invade a la sociedad catalana se ha extendido al club deportivo más popular de la zona, pero el sainete organizado con motivo de la destitución del entrenador del primer equipo de fútbol, Ernesto Valverde, ha superado todas las expectativas. Para que quede claro, opino que el Txingurri es un buen entrenador, que ha sabido capear con éxito el declive de una irrepetible generación de futbolistas cuya mejor época ya ha quedado atrás, y el hecho de que, desde que Andoni Zubizarreta dejó de ser el director deportivo del club, no ha llegado ni un solo jugador que haya mejorado el equipo. Con Valverde, un tipo cuyo comportamiento en público ha sido siempre exquisito, han podido los sucesivos fracasos europeos de las últimas temporadas, que han empequeñecido su magnífico palmarés en las competiciones españolas. No olvido que varias de esas Ligas de Campeones que el Barcelona ha perdido en estos años han ido a parar a las vitrinas del Real Madrid, circunstancia que escuece mucho a los seguidores barcelonistas. Tampoco que muchos de esos seguidores ansían que su equipo alcance la final de la Champions por motivos más espurios, como por ejemplo convertir dicho evento en un escaparate ideal para sus reivindicaciones políticas, pues eso de silbar al Rey y el himno de España en cada final de Copa ya ha quedado como parte del folklore y tiene escasa repercusión internacional, amén de dar una imagen un tanto pueblerina. Sea como sea, el momento elegido para cesar a Valverde es tan difícil de entender como de explicar. Líder de la Liga, con un rival muy asequible en los octavos de final de la Liga de Campeones y con la Copa del Rey por disputarse, el equipo tenía todas las opciones de culminar una temporada exitosa. Que una derrota en un torneo menor, en un partido en el que para colmo el Barcelona jugó bastante bien, se haya llevado por delante al técnico, sólo se explica por la histeria preelectoral de una directiva sin criterio, unida a la histeria mediática y social que siempre acompaña a clubs de esta magnitud. La guinda de este pastel es que ni siquiera había un sustituto, pues el deseado lamejeques Hernández escurrió el bulto en cuanto pudo, y Ronald Koeman y algunos otros técnicos de prestigio rechazaron el puesto. Con la nevera vacía, el nuevo entrenador, para respiro de béticos y alegría de madridistas, es Quique Setién. Culminada la impresentable faena, adornada con unas formas que deberían avergonzar para siempre a cualquier dirigente de ese club que hable de valores, los palmeros se han apresurado a decir que Setién es un técnico de perfil Barça. Lo es, qué duda cabe, si ese perfil Barça lo entendemos, asociado a un entrenador, como sinónimo de prepotente talibán del tiqui-taca en su versión más plomiza. Rondos interminables y, casi siempre, previsibles, adornados con una larga ausencia de su ariete titular, que además carece de sustituto natural en la plantilla, eso es lo que van a ver los culés a partir de ahora. A muchos les parecerá bien y todo, así de ciegos están. Pues que lo sepan: se llevan una joya. Suerte que quienes dirigen el Barcelona no pilotan aviones.