No, la foto no va dedicada a los jueces a quienes me refería en el post anterior, éste va de grandes momentos de la pequeña pantalla. Ya es oficial: House, la serie que me reconcilió con la televisión, MI serie, echa el cierre tras ocho temporadas de éxito internacional. Siento a la vez pena y alegría al pensar en ello: aunque siempre nos queden el DVD e internet, echaré de menos la expectación y el entusiasmo con los que encendía la tele las noches en que se emitía un nuevo capítulo, la rara sensación de estar viendo un producto de masas entretenido e inteligente, las ganas de que terminara El Hormiguero, la incapacidad para cambiar de canal si me topaba con la reposición de algún episodio ya visto, o el buceo en internet para saber cuándo empezaba una nueva temporada o de qué iban las siguientes entregas. Por otro lado, una serie así merece despedirse con todos los honores, y más de 150 capítulos, los peores de los cuales estaban muy por encima de casi todo el resto de la programación televisiva, son suficientes. Me gustaría que, en el último episodio, House dejara la medicina y optara por dedicarse a la música, oficio ideal para una mente creativa y en el que la drogadicción no supone problema alguno. Cualquier cosa, menos un final almibarado que desmerezca lo anterior. Es difícil darle un epílogo digno a uno de los personajes más brillantes, mejor perfilados («la mezcla perfecta entre el hombre que muchos queremos ser y el hombre que somos», escribí una vez) y mejor interpretados de cuantos he visto en la tele (y no sólo en la tele), pero House siempre ha tenido unos guionistas condenadamente buenos, que además bordan los finales de temporada una y otra vez. Por si acaso, siempre pueden recurrir a Sherlock Holmes, personaje en el que se inspiraron desde el principio, allá por el año 2004. O a la vicodina. Concluyo: ojalá dejen en buen lugar al doctor que ha hecho feliz a más gente en los últimos siete años y pico, y que los fans lo disfrutemos.