LES PARAPLUIES DE CHERBOURG. 1954. 88´. Color.
Dirección: Jacques Demy; Guión: Jacques Demy; Dirección de fotografía: Jean Rabier; Montaje: Anne-Marie Cotret y Monique Teisseire; Música: Michel Legrand; Diseño de producción: Bernard Evein; Vestuario: Jacqueline Moreau; Producción: Mag Bodard, para Parc Film- Madeleine Films-Beta Film (Francia).
Intérpretes: Catherine Deneuve (Geneviève Emery); Nino Castelnuovo (Guy Foucher); Anne Vernon (Madame Emery); Marc Michel (Roland Cassard); Ellen Farner (Madeleine); Mireille Perrey (Tía Elise); Harald Wolff (Monsieur Dubourg); Jean Champion (Aubin); Jane Carat (Ginny); Pierre Caden, Jean-Pierre Dorat, Bernard Fradet, Michel Benoist.
Sinopsis: Geneviève, hija de la dueña de una tienda de paraguas, y Guy, mecánico, son dos jóvenes que se aman apasionadamente. Su vida cambia cuando el muchacho es destinado a Argelia para cumplir su servicio militar.
El tercer largometraje dirigido en solitario por Jacques Demy es, seguramente, el más exitoso de su distinguida, aunque irregular, trayectoria. Los paraguas de Cherburgo permanece como uno de los grandes hitos de la Nouvelle Vague, a la altura de Al final de la escapada o Los cuatrocientos golpes. Pocas veces un experimento cinematográfico ha logrado un éxito popular tan importante, aunque justo es decir que el tirón de esta película, Palma de Oro en Cannes, ha ido disminuyendo con el paso de los años, y hoy no goza de la fama, ni del casi unànime prestigio entre la cinefília de los otros títulos mencionados. Por mi parte, la considero una obra maestra de un género, el musical, que suele aburrirme o disgustarme.
Demy plantea el film como un musical total, en el que todos los diálogos son cantados. El homenaje a los clásicos del cine estadounidense dirigidos por Stanley Donen y, sobre todo, Vincente Minnelli, no pasa inadvertido ni siquiera a los ojos del espectador más torpe, aunque, y esta es una de las varias peculiaridades de Los paraguas de Cherburgo, las escenas de baile brillan por su ausencia. Como siempre he creído que esas escenas ralentizan la acción en la inmensa mayoría de los casos, considero que el director opta por lo correcto. Otro punto a destacar es el cromatismo de la película, tan espectacular como irreal, que es un certero homenaje a la pintura fauvista. Colores intensos y uniformes convierten a Los paraguas de Cherburgo enun verdadero festín visual ya desde sus títulos de crédito, en los que un virtuoso plano cenital muestra las distintas y estilosas formas de protegerse de la lluvia que coexisten en esa pequeña localidad francesa. El mimo con el que se cuidan todos los detalles estéticos del film, desde la fotografía hasta el vestuario, es admirable, y el trabajo del director destaca en especial por la utilización de algunos largos planos-secuencia cuya dificultad técnica no pasa desapercibida.
En lo narrativo, la película se divide en tres partes, que vienen a mostrar las distintas fases de una relación de pareja. Por decirlo todo ya desde el principio, creo que Los paraguas de Cherburgo es una obra profundamente romántica en el mejor sentido de la palabra, aunque en la primera parte de ese tríptico, que camina peligrosamente sobre el alambre de la cursilería, a uno le venga la sensación de que también pueda serlo en el peor. Ahí se narra el romance entre una bella adolescente, que representa a una burguesía venida a menos, y un joven obrero. El amor que les une es puro y ajeno a las convenciones sociales, y nada parece capaz de separarles, pese a que la madre de la muchacha se opone a la relación y responde al apasionado enamoramiento de su única hija con una de las grandes frases de la película: “Sólo se muere de amor en el cine”. Cuando el muchacho es requerido para cumplir con su periodo de servicio militar, en Argelia para mayor adversidad, la feliz vida de la pareja da un vuelco, máxime cuando la pasión de la despedida lleva a que la protagonista femenina quede embarazada.
En la segunda parte, el romanticismo deja paso al drama social. Guy debe dejar atrás a su gran amor, y también a su querida tía Elise al cuidado de Madeleine, una virtuosa joven enamorada en secreto del muchacho llamado a filas. La ausencia de éste pesa cada vez más en el ánimo de su prometida, que se debate entre el amor hacia el padre de su futuro hijo y la aparición de un rico pretendiente que haría que los problemas económicos de su familia, así como los morales causados por su embarazo, quedaran atrás. La chica elige la estabilidad y acaba casándose con el acaudalado Roland Cassard.
En el final del tríptico impera un poso amargo que marca diferencias respecto al grueso de musicales facturados en Hollywood. Guy regresa del Ejército, arrastrando las secuelas de un atentado con granadas, y lo hace para descubrir que su amada se casó con otro y abandonó Cherburgo. El joven pierde la ilusión, y va dando tumbos hasta que el amor de Madeleine le rescata del desasosiego. El epílogo, no obstante, es de una conmovedora tristeza, y lo que comienza siendo una almibarada comedia romántica termina por convertirse en un inteligente y sensible drama sobre la pérdida de las ilusiones juveniles, el dilema entre la pureza y el pragmatismo, las diferencias de clase y las segundas oportunidades amorosas.
Si hablamos de un musical, es lógico referirse a las virtudes de la banda sonora, que son muchas. Pocas veces el extraordinario talento de Michel Legrand lució tanto como en esta película, un verdadero tour de force de este compositor, que se inspira en el jazz y hace que todo gire alrededor de un tema principal que es una verdadera maravilla, de esos que permanecen en la memoria de quienes lo escuchan.
Cambiando, no del todo, de tema, hay que decir que las interpretaciones vocales de los actores son de muy buen nivel. Puede que a Nino Castelnuovo le falte un punto de expresividad o que Marc Michel resulte algo soso en comparación con una espléndida Catherine Deneuve, elevada a partir de esta película a un estatus de mito del celuloide que no la ha abandonado hasta ahora, pero hay que decir que la labor del reparto es harto dificultosa, dadas las características de la película, y que todos caen de pie en esta operación de riesgo. Gran trabajo de Anne Vernon y de la veterana Mireille Perrey, y qué duda cabe de que la debutante Ellen Farner, cuya carrera cinematográfica fue muy breve, posee encanto.
Los paraguas de Cherburgo es una magnífica película, obra cumbre en su género y recomendable para todo cinéfilo que se precie, y también para quienes hayan visto la multioscarizada La La Land, dado que la película de Demy es su antecesora directa y que en algunos aspectos, como por ejemplo la concisión narrativa, la supera.