THE ENDLESS. 2017. 111´. Color.
Dirección: Justin Benson y Aaron Moorhead; Guión: Justin Benson; Director de fotografía: Aaron Moorhead; Montaje: Michael Felker, Justin Benson y Aaron Moorhead; Música: Jimmy LaValle; Diseño de producción: Ariel Vida; Dirección artística: Kati Simon; Producción: Leal Naim. Thomas R. Burke, David Lawson Jr., Aaron Moorhead y Justin Benson, para Snowfort Pictures-Rustic Films-Pfaff & Pfaff Productions-Love & Death Productions (EE.UU.).
Intérpretes: Justin Benson (Justin); Aaron Moorhead (Aaron); Callie Hernández (Anna); Tate Ellington (Hal); Shane Brady (Shane); Lew Temple (Tim); Kira Powell (Lizzy); David Lawson Jr. (Dave); James Jordan (Carl); Emily Montague (Jennifer); Peter Cilella (Mike); Vinny Curran (Chris Daniels); Ric Sarabia, Catherine Lawson, Josh Higgins, Glen Roberts..
Sinopsis: Dos hermanos deciden visitar la secta en la que crecieron después de recibir un vídeo en el que una de sus componentes declara que se acerca el día decisivo para ellos.
El dúo de cineastas que forman Justin Benson y Aaron Moorhead alcanzó cierta notoriedad en el panorama internacional con su segundo largometraje, Spring. La curva ascendente en su trayectoria continuó con su siguiente obra, El infinito, un atípico film de ciencia-ficción que cautivó a la critica y al público festivalero, aunque generó mayor disparidad de opiniones entre el común de los espectadores.
Hay que advertir, antes que nada, que Benson y Moorhead no se reparten únicamente las tareas de dirección, sino que se hacen cargo de los principales roles de sus películas: el primero asume en exclusiva la tarea de escribir el guión, mientras que Moorhead se ocupa de la fotografía y ambos comparten créditos en el montaje. En El infinito, además, la pareja da directores se reserva los papeles más importantes, en este caso los de dos hermanos criados en una secta, la cual abandonaron por decisión del mayor de ellos, Justin. Han pasado muchos años desde aquello, pero las huellas de esa heterodoxa infancia perduran en estos jóvenes inadaptados al mundo real y expertos en subempleos. Quizá por ello, la idea de visitar de nuevo, y antes de la hora decisiva, el lugar en el que crecieron, no les parece tan descabellada, en especial al menor, que guarda algunos buenos recuerdos de su infancia y se quedó en segundo plano cuando su hermano denunció ante los medios los extraños rituales que se practicaban en el seno de la secta. La idea no es otra que cerrar un importante capítulo de sus vidas para seguir adelante con paso más firme, pero los hermanos se topan con personajes y sucesos inquietantes nada más llegar al lugar, bautizado con el muy llamativo nombre de Arcadia, y la decisión de prolongar su estancia en él no hace sino complicar aún más su existencia.
Cabe aclarar que quienes esperen rituales macabros, sangre y sustos continuos harán bien en escoger otra película, que de esa clase las hay a manojos. Benson y Moorhead optan por un planteamiento más original, y desde luego más inteligente que la media, que da lugar a una ingeniosa reflexión sobre la inmortalidad trufada de humor negro. No obstante, se esquiva el tópico de presentar a los miembros de la secta como a fanáticos descerebrados, porque unas creencias espirituales distintas, o directamente equivocadas, no convierten de forma automática a los seres humanos en lunáticos incapaces de raciocinio. La realidad es mucho más complicada (siempre lo es), y lo cierto es que en Arcadia, donde lo que más llama la atención es la ausencia de viejos y niños, además de la inexistencia de vida sexual entre sus moradores, la gente vive en armonía, y seguramente con un menor grado de desquiciamiento que en Chicago, Bombay o Barcelona. No obstante, tras esa armonía se oculta un gran secreto, que Justin descubrirá poco a poco, a medida que vaya conociendo a algunos personajes que, sin formar parte de Arcadia, viven en los alrededores de la comuna.
Es cierto que el hilo narrativo es caprichoso, pero también que, a su singular manera, la trama engancha por su suma de misterio, fenómenos sobrenaturales, reflexión sobre el hecho religioso y un humor que, por fortuna, no se apodera de la película y la convierte en una gracieta para hipsters. Con pocos medios, Benson y Moorhead construyen un film complejo, en el que se miman los detalles y donde la envolvente música de Jimmy LaValle, uno de los pocos invitados a la fiesta de los creadores de la película, contribuye a eso que se llama crear atmósfera. Hay, como era de esperar, moraleja, pero bien traída y convincente. Eso sí, por encima de la importancia que tienen los bucles temporales en la trama, o de ese aroma lovecraftiano que asoma desde la cita de este autor con la que se inicia la película, lo que más destaco es la manera en la que se describen las relaciones fraternales y, por extensión, lo que hay dentro de eso que solemos llamar familia. Ah, y la fotografía de Aaron Moorhead no es la de un autor metomentodo, sino la de un técnico solvente.
En el plano interpretativo creo que, de los dos codirectores, quien sale mejor parado es Justin Benson, que da vida al hermano mayor. No conviene dejar en el tintero el hecho de que directores y protagonistas compartan nombre de pila, como tampoco que la labor de los actores no me parece una de las columnas sobre las que se sustenta la película, siendo en general bastante correcta. Tate Ellington, que interpreta a Hal, el portavoz de una secta que carece de gurú, hace un trabajo por momentos brillante, y la aparición de Emily Montague también me parece digna de ser destacada, aunque es Shane Brady, que ya había colaborado en la anterior obra de Benson & Moorhead, quien se adueña de la pantalla cada vez que su personaje aparece en ella.
El infinito es una sorpresa agradable para quienes no conocemos las anteriores obras de sus artífices. Buen cine independiente, escaso en medios pero abundante en ingenio, que augura un fructífero futuro cinematográfico para Justin Benson y Aaron Moorhead, dos tipos que tienen buenas ideas y capacidad para llevarlas a la práctica.