KAMERA O TOMERU NA!. 2017. 93´. Color.
Dirección: Shinichiro Ueda; Guión: Shinichiro Ueda y Ryoichi Wada; Dirección de fotografía: Takeshi Sone; Montaje: Shinichiro Ueda; Música: Shoma Ito, Kairu Nagai y Nobuhiro Suzuki; Producción: Koji Ichihashi, para ENBU Seminar-Panpokopina (Japón).
Intérpretes: Takayuki Hamatsu (Higurashi, el director); Yuzuki Akiyama (Chinatsu); Harumi Shuhama (Nao); Kazuaki Nagaya (Ko); Hiroshi Ichihara (Kasahara); Mao (Mao); Manabu Hosoi (Hosoda); Sakina Iwaji, Takuya Fujimura, Ayana Goda, Satoshi Iwago, Kyoko Takahashi, Yoshiko Takehara, Tomokazu Yamaguchi, Shuntaro Yamazaki, Miki Yoshida, Shinichiro Osawa.
Sinopsis: Lo que comienza como la grabación de una película barata de zombis se convierte en una auténtica invasión de muertos vivientes en mitad del rodaje.
No creo exagerar si digo que prácticamente nadie había oído hablar de Shinichiro Ueda fuera de las fronteras niponas hasta que One cut of the dead se convirtió en un importante éxito en las taquillas japonesas. Este hecho impulsó a la película a una carrera internacional que la ha convertido en una obra de culto instantánea, cuyos apologetas en todo el mundo suman una cifra considerable. Más allá de eso, la película de Ueda vuelve a dejar claro que el cine de género japonés mantiene su capacidad de producir filmes de envergadura.
Mitad película de zombis y mitad desmadrada comedia metacinematográfica con mensaje positivo, el film de Ueda tiene dos partes muy fáciles de diferenciar, separadas por un interludio en el que parece que la narración baja el ritmo, pero sin el que no seríamos capaces de entender lo que hemos visto, ni tampoco lo que viene después. Los primeros 37 minutos de One cut of the dead son, ahí es nada, una película barata de zombis rodada en una sola toma. Dicen que el logro se consiguió al sexto intento, pero no por ello deja de ser notable, y habla muy bien de los técnicos que intervienen en la película. Ese terrorífico film de muertos vivientes, que a su vez juega también con elementos metacinematográficos, tiene su planteamiento, su nudo, su desenlace y hasta sus títulos de crédito… y, con sus visibles limitaciones, funciona. Sin embargo, no deja de ser un excelente pretexto.
Se ha dicho que el film de Ueda es mitad homenaje y mitad parodia del cine de zombis; tal vez, pero de lo que no cabe duda es de que estamos ante una declaración de amor al cine y, por extensión, a quienes lo hacen posible. Una vez hemos visto la historia de los muertos vivientes, se nos revela que todo parte de la idea de unos productores televisivos que, para lanzar un canal temático dedicado a los zombis, deciden que el estreno ideal sería ofrecerle al público una película del género que será rodada en un larguísimo plano-secuencia y que se emitirá en directo. El realizador escogido para la tarea es Higurashi, un hombre tímido y apocado cuyo currículum se limita a los anuncios publicitarios y los vídeos para karaoke, casado con una antigua actriz que tuvo que abandonar su profesión por meterse con demasiada intensidad en sus personajes y con una hija postadolescente que siente verdadera pasión por el cine pero posee las mismas dotes para la diplomacia que Donald Trump. Los elegidos para encabezar el reparto son una joven estrella del pop con ganas de triunfar como actriz, y el típico guaperas forracarpetas con ínfulas de superestrella. Entre los técnicos, un cameraman alcohólico y un microfonista con diarrea son la punta de lanza de un elenco que completan un puñado de voluntariosos seminovatos. Si a esto le sumamos que el azar interviene para hacer que el director tenga también que actuar en la película, que su esposa regrese a la interpretación haciéndose cargo del principal rol secundario, y que también la hija de la pareja tome parte en la producción, sólo podemos preguntarnos qué espantoso subproducto va a salir de ahí o, siendo más precisos, cómo va a conseguirse que la emisión en directo no sea un completo desastre.
La respuesta nos la da Ueda explotando un mantra que está grabado a fuego en el cerebro de todo cinéfilo: que los rodajes son casi siempre más divertidos que el film que surge de ellos. Lo que el director nos ofrece es un cómo se hizo a lo bestia, en el que el equipo técnico, cuyos medios son escasos, debe improvisar sobre la marcha soluciones que van entre lo ingenioso y lo disparatado para que la filmación no se interrumpa y el resultado no sea una completa chapuza, pese a que casi todo lo que podía salir mal sale peor, y a que los defectos más llamativos de todos los que intervienen en el rodaje salen al exterior en los momentos menos oportunos. El espectador sabe lo que ha visto, sabe cuál era su propósito y, al final, descubre cómo ha llegado a ser posible que lo haya visto, es decir, que conoce de primera mano el sinfín de dificultades, ya sean externas o autoimpuestas, que los artífices de la película deben sortear para que el plan salga según lo previsto. Ueda consigue esto, tirando de un presupuesto de apenas 25.000 €, con un verdadero ejercicio de pasión, oficio y con mucha gracia, virtud que explota a conciencia para acabar brindándonos uno de los making of más descacharrantes que uno ha visto en tiempos. Porque sí, rodar una película cutre de zombis puede ser una auténtica odisea en tiempo real.
Forman el reparto un grupo de debutantes, muchos de ellos estudiantes de arte dramático, que realizan una labor conjunta encomiable. Ver, por ejemplo, al pusilánime director Higurashi convertido en una versión nipona de Lars Von Trier cara a cara con su joven (y acojonada) protagonista femenina, es impagable, como lo es ver cómo una tranquila ama de casa se transforma en una especie de Terminator en cuanto la trama narrativa se hace apocalíptica. La intervención de Mao, como joven operadora a prueba de bombas, revela a una actriz de mucho futuro. Ayuda mucho que los personajes estén bien definidos, pero hay mérito en cuanto a conseguir que los actores actúen, aparenten actuar o dejen de aparentarlo según convenga.
Elogio del cine como ilusión construida esquivando multitud de dificultades, y también como trabajo en equipo, One cut of the dead (cuyo título original, que podría traducirse como «que la cámara nunca deje de rodar» es sumamente ilustrativo) tiene todas mis bendiciones y es, sin duda, una de las grandes películas sobre cine dentro del cine de este siglo.