KING LEAR. 2018. 115´. Color.
Dirección: Richard Eyre; Guión: Richard Eyre, basado en la obra de teatro de William Shakespeare; Director de fotografía: Ben Smithard; Montaje: Dan Farrell; Música: Stephen Warbeck; Dirección artística: Astrid Sieben; Diseño de producción: Peter Francis; Diseño de vestuario: Fotini Dimou; Producción: Noëlette Buckley, para BBC-Amazon Studios-Playground Entertainment-Sonia Friedman Productions (Reino Unido).
Intérpretes: Anthony Hopkins (Rey Lear); Emma Thompson (Gonerilda); Emily Watson (Regania); Florence Pugh (Cordelia); Jim Broadbent (Gloucester); Jim Carter (Kent); John Macmillan (Edmundo); Karl Johnson (Bufón); Andrew Scott (Edgardo); Christopher Eccleston (Osvaldo); Tobias Menzies (Duque de Cornualles); Anthony Calf, Simon Manyonda, Chukwudi Iwuji, John Standing.
Sinopsis: El viejo rey Lear decide dividir sus dominios entre sus tres hijas. El hecho de que la menor de ellas se niegue a adularle hace que el monarca se encolerice y la desherede.
La última adaptación llegada a nuestros lares (gracias a las plataformas digitales, pues no se produjo el estreno en unas salas que seguramente tendrían alguna nueva entrega de Marvel que llevarse al cajero) de El rey Lear, una de las tragedias clásicas de William Shakespeare, fue este lujoso telefilm británico dirigido por un director teatral de prestigio, Richard Eyre, en buena forma en otros formatos audiovisuales tras el éxito de El veredicto: La ley del menor. La de Eyre es, sin duda, una buena adaptación de la archiconocida tragedia, si bien el honor de haber realizado la mejor película basada en ella le sigue correspondiendo, con diferencia, a Akira Kurosawa.
Aunque en su producción intervino de manera significativa ese gigante moderno llamado Amazon, lo cierto es que el sello de calidad de la BBC es palpable en todo momento. En una obra rodada casi por completo en interiores, la escenografía y el vestuario son todo lo cuidados que cabría esperar. Eyre sigue el hábito moderno, apreciable en otras adaptaciones contemporáneas de Shakespeare ya reseñadas en este blog, de respetar el texto pero trasladando la acción a la época actual. Se agradece el empeño demostrado por evitar que esta decisión cause los anacronismos que lastran a algunas de esas películas, aunque también es de recibo reconocer que esta obra facilita dicha tarea mucho más que, por ejemplo, Ricardo III. La fuerza del texto, uno de los fundamentales de su autor, está siempre presente, y el trabajo de Eyre y de su equipo técnico están ahí para subrayarla, acentuando el progresivo emponzoñamiento de las relaciones entre los miembros de la familia real protagonista por culpa de la creciente pérdida del sentido de la realidad de un monarca ya en edad senil, de la ingratitud de sus dos hijas mayores, que adulan a su padre pero sólo soportan sus caprichos y salidas de tono por los beneficios que ello les reportará, y de la cizaña sembrada por Edmundo, el bastardo hijo de Gloucester. Cuando la acción se traslada al exterior, el tiempo es siempre malo, como si anunciara la tragedia que está por venir. Los personajes dotados de nobleza de espíritu, como Cordelia, la hija que por su sinceridad pierde los favores de su caprichoso padre, el estudioso Edmundo o el aristócrata Gloucester, sufren en sus carnes los efectos de la codicia, o de la pura maldad, de quienes maquinan para hacerse con el control del reino. Sólo Kent, el más fiel sirviente del monarca, se demuestra lo bastante fuerte como para no ser devorado por esa avalancha de violencia en que acaba convirtiéndose la obra. La fotografía opta más por lo gris que por lo tenebroso, hasta el punto de que algunas escenas de la parte final (en concreto, las que transcurren frente a las murallas del castillo) casi parecen rodadas en blanco y negro. Eyre, que no rehuye mostrar la crueldad en toda su esencia, como sucede en la escena de la mutilación de Gloucester, mueve la cámara con finura y sabe mantener bien el ritmo de la narración. Tratándose de cine, servidor evitaría los demasiado teatrales monólogos de los personajes ante la cámara (aquí reservados en buena medida a Edmundo), pero reconozco que es difícil hallar alguna otra solución eficaz e imaginativa en esta cuestión, a la que tan dado era Shakespeare en sus obras.
El reparto es de campanillas, y no decepciona. Anthony Hopkins hace un excelente trabajo a la hora de plasmar el paulatino descenso hacia la sinrazón que sufre el rey, personaje al que el actor galés otorga una gran intensidad. Emma Thompson, actriz de gran nivel, sucumbe en ocasiones a su tendencia a la sobreactuación, pese a que su personaje se preste menos a ello que otros, y la encuentro superada por una Emily Watson que, sin estridencias, permite apreciar la esencia falsa y cruel de Regania. Florence Pugh salva con nota el reto de interpretar a la cándida Cordelia, y a John Macmillan le encuentro algo excesivo en un rol que es pura maldad. Muy bien Andrew Scott, actor cuyas cualidades hemos apreciado sobradamente en la televisión, e inmejorable, cómo no, ese trío de veteranos formado por Jim Broadbent, Jim Carter y un Karl Johnson cuyo personaje tiene más de voz de la conciencia que de verdadero bufón real. Con actores como ellos todo es mucho más sencillo.
Un buen trabajo, este Rey Lear. A Shakespeare pueden cambiarle la vestimenta, o llevarle hasta otra época, pero jamás pasará de moda. Eyre lo adapta de forma bastante académica, pero eficaz. Kurosawa, eso sí, sigue en su trono.