ROUGHHOUSE. 2018. 16´. Color.
Dirección: Jonathan Hodgson; Guión: Jonathan Hodgson; Dirección de fotografía: Jonathan Hodgson; Montaje: Zurine Ainz y Robert Bradbrook; Música: Stuart Hilton; Producción: Jonathan Hodgson y Richard Van Den Boom, para Angoa-CNC-Pictunovo-Train Train-Procirep (Francia-Inglaterra).
Intérpretes: Stuart Ash (Voz de Shirley); Greg Haworth (Voz de Gibbo); Jordan Taylor (Voz de Jez); Steve Camden (Narrador); Sam Malley (Voz de Steve); Chris Shepherd, David Benson.
Sinopsis: Tres jóvenes de Birmingham se trasladan a Liverpool para estudiar. Una vez allí, alquilan una casa y se sumergen en la vida nocturna de la ciudad.
A quien se enfrente al visionado de este cortometraje con una cultura audiovisual decente bastará con decirle que nos hallamos ante una especie de versión dramática de una de las ficciones televisivas más gamberras salidas de las islas Británicas, The young ones. El momento y la situación son muy similares; lo que cambia, y de manera sustancial, respecto al citado precedente, es el tono: el modo en que se recrea la vida en Liverpool de tres jóvenes estudiantes de Birmingham, ciudad que tiene el dudoso honor de ser reconocida como feísima incluso por sus propios moradores, dista mucho de ser jocoso. Es más, uno diría que el guión de este film parece dictado por el complejo de culpa. La ruptura de la armonía es consustancial a todos los grupos humanos, también cuando hablamos de un trío de muchachos que son amigos desde la niñez. Lo que aquí vemos, en resumen, es la historia de un parásito despreocupado frente a tres cabrones que, en respuesta a su actitud, deciden putearle con cada vez más saña. El narrador, alter ego de Hodgson, expresa sus sentimientos de culpa de un modo mucho más crudo que nostálgico.
El enfoque visual es el propio de un entorno gris. La animación posee afán realista, incluso sucio, y en todo momento se opta por una puesta en escena próxima al minimalismo, en la que la existencia cotidiana de los jóvenes protagonistas se muestra con trazos sueltos. En Hodgson, encargado de los principales apartados narrativos de la película, pero también de la fotografía, se percibe nota mucho oficio, aunque no hay que obviar que se echa en falta una mayor dosis de inspiración al ilustrar una historia que, sin duda, tiene un significado profundo para el director. En las voces, todas muy correctas, el conocimiento de vocabulario y el acento de los personajes es evidente, pero en algún caso (Sam Malley) se aprecia un déficit de expresividad.
Interesante film, que sin embargo no logra la conexión emocional con el espectador que necesita la historia. Retrato de una época y de una forma de vida muy concretas, la película podría haberse titulado Mirando hacia atrás con culpa, pues ese sentimiento es el eje principal de su discurso.