FACE OF A FUGITIVE. 1959. 81´. Color.
Dirección: Paul Wendkos; Guión: David T. Chantler y Daniel B. Ullman, basado en un argumento de Peter Dawson; Dirección de fotografía: Wilfrid M. Cline; Montaje: Jerome Thoms; Música: Jerry Goldsmith; Dirección artística: Robert Peterson; Producción: David Heilweil, para Morningside Productions-Columbia Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Fred MacMurray (Jim Larsen/Ray Kincaid); Lin McCarthy (Sheriff Mark Riley); Dorothy Green (Ellen Bailey); Alan Baxter (Reed Williams); Myrna Fahey (Janet Hawthorne); James Coburn (Purdy); Gina Gillespie (Alice Bailey); Francis De Sales, Ron Hayes, Paul E. Burns, Charles Alvin Bell.
Sinopsis: Un prófugo de la justicia llega a un pequeño pueblo del Oeste en el que el nuevo sheriff se halla enfrentado a un ganadero que pretende convertirse en terrateniente.
Aunque el medio en el que se desarrolló la extensa carrera de Paul Wendkos fue fundamentalmente la televisión, este director tuvo tiempo de filmar algunos largometrajes de cierto interés, como por ejemplo El rostro del fugitivo, un western rodado en un momento en que los años de máximo esplendor del género empezaban a quedar atrás. Quizá por eso, y por no estar firmada por un cineasta de mayor renombre, la película no goza del estatus que por calidad merece.
Uno de los grandes temas del cine del Oeste, junto a la venganza y el elogio de los pioneros, es sin duda la redención, posible o imposible, de quienes se sitúan fuera de la ley. El rostro del fugitivo es un perfecto ejemplo de este enfoque del western, con historias muchas veces lastradas por la excesiva moralina que marcaban los códigos vigentes en la época. No es el caso de la que nos ocupa, en la que el protagonista, un hombre que, como suele ser habitual en esta clase de películas, es más de hechos que de palabras, pasa de ser un atracador de bancos a socorrer a un joven sheriff, pero lo hace siguiendo una evolución que considero creíble, lo que habla bien del trabajo de los guionistas en este aspecto clave. Jim Larsen es un bandido que, durante su traslado en ferrocarril a un juicio que con toda probabilidad le supondrá una condena a varios años de cárcel, consigue zafarse del oficial que le custodia. Cuando Larsen se dispone a emprender la fuga, aparece su joven hermano, que ha acudido en su auxilio. Con la irrupción del tercer implicado, se desencadena un breve tiroteo que culmina en la muerte del agente de la ley, y en una grave herida de bala para el hermano de Larsen que acaba también costándole la vida poco después. Solo y perseguido por las autoridades, el protagonista se hace pasar por un inspector de minas y se refugia en un pequeño pueblo en el que está a punto de explotar un conflicto entre el nuevo sheriff, un joven intransigente en lo que se refiere a la obediencia a la ley, y un ganadero que pretende explotar en exclusiva unos pastos que pertenecen a toda la comunidad. Entretanto, Larsen se debate entre sus deseos de fuga, pues sabe que más temprano que tarde su verdadera identidad será descubierta, el amor que siente por la hermana del sheriff, una viuda que sueña con empezar de cero en alguna ciudad lejana, y su voluntad de que el representante de la ley, un hombre justo y valiente, no acabe muerto de un balazo como su propio hermano. Como dije antes, el conflicto interior del personaje, así como sus ansias de redención, se muestran sin grandes discursos, sino con hechos coherentes, lo que es de agradecer.
En el haber de Paul Wendkos hay que hacer constar la agilidad con la que está narrado este western, que se desarrolla casi en exclusiva en interiores, y la eficacia que muestra en la composición de los planos. Las escenas de acción tienen ritmo, las que describen las relaciones entre los personajes no lo rompen, sino que aportan profundidad a la historia, y el conjunto, servido con sencillez y sin andarse por las ramas, convence. A destacar la fotografía de Wilfrid M. Cline, que ya había brillado en westerns como La ley del talión o Del infierno a Texas. Su trabajo es de calidad, sobre todo en la escena en que tiene lugar el tiroteo entre el fugitivo y los hombres de Reed Williams, en la que se exhibe un gran manejo del claroscuro. Otro aspecto que eleva a este western por encima de la media es la banda sonora de Jerry Goldsmith, aquí en uno de sus primeros trabajos para la gran pantalla. No es de extrañar que su nombre empezara a sonar con fuerza a partir de entonces, porque su forma de combinar lirismo y espectáculo ya se deja ver en sus primeras obras.
El laconismo de Fred MacMurray, un actor cuya época de mayor fama ya había pasado y cuya especialización en el western fue mayor en su madurez, dentro de lo que fue una carrera bastante variada, casa muy bien con el perfil de Jim Larsen, un personaje complejo al que hay que explicar desde la economía gestual. MacMurray es el protagonista absoluto de la película, y su labor al frente del reparto es una de las grandes bazas de la misma. No ocurre lo mismo con la mayoría de los intérpretes que le dan réplica: a Lin McCarthy lo encuentro poco expresivo, Dorothy Green se limita a cumplir en un papel que tampoco le deja demasiado espacio para lucirse, y Alan Baxter es un villano al que le falta empaque. Quien sí sobresale, y mucho, es un James Coburn que daba por entonces sus primeros pasos en el cine y que ya mostraba las hechuras del gran actor que fue.
El rostro del fugitivo es un notable western al que cabe situar por encima de la mayoría de films del género que poblaban las carteleras de la época, por su buena factura, su solvente guión y la presencia de algunos nombres importantes del cine en su equipo técnico y artístico. Los aficionados al cine del Oeste disfrutarán mucho con ella.