THE ROCKY HORROR PICTURE SHOW. 1975. 100´. Color.
Dirección: Jim Sharman; Guión: Jim Sharman y Richard O´Brien, basado en el musical de Richard O´Brien; Dirección de fotografía: Peter Suschitzky; Montaje: Graeme Clifford; Diseño de producción: Brian Thomson; Música: Richard O´Brien (Canciones). Música incidental compuesta por Richard Hartley; Dirección artística: Terry Ackland-Snow; Producción: Michael White, para 20th Century Fox (Reino Unido-EE.UU.).
Intérpretes: Tim Curry (Dr. Frank N. Furter); Susan Sarandon (Janet Weiss); Barry Bostwick (Brad Majors); Richard O´Brien (Riff-Raff); Patricia Quinn (Magenta); Nell Campbell (Columbia); Jonathan Adams (Dr. Scott); Peter Hinwood (Rocky Horror); Meat Loaf (Eddie); Charles Gray (El Criminólogo); Jeremy Newson (Ralph Hapschatt), Hilary Labow, Annabelle Leventon, Lindsay Ingram, Ishaq Bux, Christopher Biggins, Henry Woolf.
Sinopsis: Una pareja de jóvenes que acaba de comprometerse en matrimonio acude a ver a un antiguo profesor. Por el camino, su vehículo sufre un pinchazo y los muchachos acuden a pedir ayuda a un extraño castillo.
Jim Sharman dirigió pocas películas, pero pasará a la historia por haberse hecho cargo de la adaptación cinematográfica de un musical de Richard O´Brien que con los años se ha convertido en un incuestionable objeto de culto. The Rocky Horror Picture Show cuenta con una legión internacional de fans que la han elevado a la categoría de icono pop, en la versión más bizarra del término. La película fue un sonoro e inesperado éxito de taquilla, en lo que fue una explosión cuyo eco ha sobrevivido hasta nuestros días.
Vaya por delante que The Rocky Horror Picture Show no es en el fondo más (ni menos) que un divertido despropósito, que en su momento impactó por su carácter desinhibido y transgresor, y que visto hoy conserva la frescura que le otorga su absoluta falta de complejos. Mezcla de musical y film de terror, en el que se homenajea a los clásicos de la Universal de los años 30 (y también, de forma explícita, a los de la RKO rodados en la década siguiente) y se baila como si Bob Fosse hubiese sido poseído por el espíritu del glam-rock, el film se inicia como si fuera a ser la típica comedia yanqui adolescente cargada de ñoñería, aunque los sangrientos títulos de crédito iniciales (mención aparte para esos labios carnosos que interpretan una canción de letra impagable) y la presencia de un extravagante narrador ya indican que la cosa va a dirigirse hacia caminos menos transitados. Después de la boda, y del compromiso cantado y bailado entre Janet y Brad, los dos jóvenes protagonistas, la escena del pinchazo en mitad de una noche tormentosa parece sugerir la aparición de uno de esos psychokillers que ya empezaban a ponerse de moda en la época. El castillo encantado nos remite a los clásicos del terror, de Murnau a Frankenstein (objeto de homenajes constantes a partir de entonces), pero lo que vamos a ver es un divertido despiporre hedonista encabezado por… un travesti que proviene del planeta Transexual, situado en la galaxia de Transilvania. Esos extraterrestres andan muy felices, porque el maestro de ceremonias, que además es un notable científico, ha conseguido crear una criatura que resulta ser Rocky Horror, un hercúleo muchacho con medio cerebro. Janet y Brad son invitados (más bien, obligados) a participar en la fiesta y a partir de aquí… se trata de no intentar buscar lógica en lo que sucede y dejarse llevar por ese revuelto de escenas terroríficas y coreografías homoeróticas en que se convierte el resto del metraje. Hablamos de una película que exige al espectador complicidad con su bizarra propuesta; por tanto, el disfrute de la audiencia viene directamente determinado por la disposición de ésta a entrar o no en el juego.
Dentro de lo abigarrada que es la puesta en escena (por ejemplo, el clímax final se desarrolla bajo una pantalla con el logo de la RKO, y con uno de los personajes femeninos caracterizado igual que Elsa Lanchester en La novia de Frankenstein), destaca la fotografía de Peter Suschitzky, que sabe combinar bien las dos características visuales predominantes en la película: lo kitsch y lo tenebroso. La labor de Sharman no me parece especialmente inspirada; de hecho, de entre los pocos elementos de la película que podríamos calificar como discretos, uno de ellos es el desempeño del director, que muestra más vigor en los abundantes números musicales que en las escenas de corte narrativo. De la verosimilitud, mejor no hablamos, porque para creerse, por ejemplo, que Brad pueda confundir al travesti transilvano con su prometida, es necesario estar bajo los efectos de algún psicotrópico potente.
Del reparto, lo primero que hay que decir es que se percibe que el aroma a libertinaje que desprende, no pocas veces de forma orgullosa, la película, se contagió también a sus intérpretes, quienes, en general, lucen tan anárquicos y desacomplejados como exige el guión. La palma se la lleva, cómo no, un Tim Curry mezcla de Doctor Frankenstein y drag queen de carnaval tinerfeño. El personaje de Frank N. Furter (sin comentarios) exigía mucho morro, y Curry le echa todavía más. Una actriz que ya empezaba a apuntar a estrella, Susan Sarandon, demostró aquí que lo suyo era ir por libre: casi se diría que su personaje, que ella interpreta de maravilla, pasa de ser lo que Hollywood esperaba de ella a transformarse en lo que ella quería ser. Barry Bostwick está a un nivel inferior, pero tampoco desentona. Richard O´Brien, el padre del invento, se muestra siempre un poco más pasado de vueltas de lo que su nivel interpretativo puede soportar, y se ve superado por Patricia Quinn, que hace un trabajo más que bueno. Peter Hinwood está únicamente para lucir palmito, y parten ustedes de contar, y tanto Nell Campbell como ese curioso narrador que es Charles Gray sí aportan calidad a sus papeles. La estrambótica aparición de Meat Loaf no sé si calificarla de genial o de lamentable, pues es una confusa mezcla de ambas cosas.
The Rocky Horror Picture Show no es, desde luego, mi tipo de película, y he de decir que no pertenezco al grupo de sus incondicionales, pero sí le reconozco su carácter de desinhibido divertimento glam que sumerge al espectador en un mundo todo lo bizarro que se quiera pero, eso sí, nada aburrido.