ISLA DE PERROS. 2018. 98´. Color.
Dirección: Wes Anderson; Guión: Wes Anderson, basado en una historia escrita por Roman Coppola, Jason Schwartzman, Kunichi Nomura y Wes Anderson; Dirección de fotografía: Tristan Oliver; Montaje: Andrew Weisblum (Supervisión); Dirección artística: Curt Enderle; Música: Alexandre Desplat; Diseño de producción: Paul Harrod y Adam Stockhausen; Producción: Wes Anderson, Jeremy Dawson, Steven Rales y Scott Rudin, para Scott Rudin Productions-Indian Paintbrush-Studio Babelsberg-American Empirical Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Bryan Cranston (Voz de Chief); Koyu Rankin (Voz de Atari); Edward Norton (Voz de Rex); Bob Balaban (Voz de King); Jeff Goldblum (Voz de Duke); Bill Murray (Voz de Boss); Kunichi Nomura (Voz del alcalde Kobayashi); Akira Takayama (Voz de Mayor Domo); Greta Gerwig (Voz de Tracy Walker); Frances McDormand (Voz de la intérprete Nelson); Akira Ito (Voz del profesor Watanabe); Scarlett Johansson (Voz de Nutmeg); Harvey Keitel (Voz de Gondo); F. Murray Abraham (Voz de Júpiter); Tilda Swinton (Voz de Oráculo); Courtney B. Vance (Narrador); Liev Schreiber, Anjelica Huston, Yoko Ono, Ken Watanabe, Mari Natsuki, Fisher Stevens, Nijiro Murakami, Roman Coppola, Takayuki Yamada.
Sinopsis: En la ciudad de Megasaki, el alcalde, un hombre de ideas y tradición anticaninas, decide, a causa de una pandemia que les afecta, desterrar a los perros a una isla semiabandonada e inhóspita. Atari, un hijo adoptivo del regidor, viaja hasta allí para rescatar a su perro guardián.
Isla de perros es la segunda película de animación dirigida por Wes Anderson, y se estrenó casi una década después de la primera, Fantástico Sr. Fox. No fueron pocos quienes consideraron que esta fábula con trasfondo político se cuenta entre los mejores films de Anderson.
La película se divide en cuatro partes, precedidas por un prólogo que viene a decirnos que la historia se repite, porque lo que vemos después, en esencia, es una versión moderna de ese prólogo. Anderson, y eso es tendencia común en los artistas dotados de una cierta lucidez, presenta un futuro distópico, en el que las ciudades no son más que unas contaminadas ollas a presión en las que el poder político adopta formas totalitarias y sus nexos con las élites económicas no pueden ser más estrechos. Parece, pues, que el futuro ya está aquí. En el conflicto ancestral entre animales de compañía que asola Megasaki desde hace generaciones, los gatos, favoritos de los hombres más poderosos, han sido los claros vencedores. Los perros han sido reducidos a la categoría de especie molesta, hasta el punto de que, utilizando como pretexto una pandemia que afecta a esa especie, se decide su destierro a la Isla de la Basura, un lugar idílico tal y como su nombre indica. Allí malviven, abandonadas a su suerte, quienes antes eran unas privilegiadas mascotas. Cegados por la propaganda política, sus dueños se han olvidado de ellas, y apenas un puñado de activistas reivindican a quienes hasta hace poco fueron los mejores amigos de los humanos. Mientras, los científicos tratan de hallar un remedio para la pandemia canina, aunque es evidente que esas investigaciones no son del agrado de las autoridades, que planean la definitiva sustitución de los perros por robots y, en última instancia, el exterminio de la especie. El panorama empieza a cambiar cuando un ahijado del todopoderoso alcalde Kobayashi se decide a acudir a la isla con la intención de rescatar a quien durante años fue su más fiel amigo. En su recorrido, el muchacho cuenta con la ayuda de varios de los perros del lugar, casi todos ellos con pedigrí, excepto en el caso de Chief, que durante toda su vida ha sido un perro callejero, y a mucha honra.
A Anderson la estética, como el valor en la mili, se le supone, pero es de alabar el resultado visual del film, rodado con la técnica del stop motion y producto de varios años de esforzado trabajo. Las escenas se suceden, y el espectador no puede más que maravillarse ante unas imágenes que, por mucho que muestren en multitud de ocasiones los más vergonzantes rasgos de la especie humana, poseen una gran belleza. Los defectos de la película no los encontraremos ahí, sino en otros aspectos, como en el hecho de que, a medida que avanza el metraje, el director se adentra en un terreno, el de las emociones, en el que no se mueve con comodidad. El peculiar universo de Wes Anderson, intelectual, ligero y siempre adornado con un punto de surrealismo, casa bien sólo a ratos con una denuncia política de tinte demócrata-liberal en versión yanqui, pero incluso en sus momentos más intensos la película resulta fría, al margen de que al personaje de la activista quinceañera le sobre un punto de histeria y el final sea demasiado complaciente. Cuando apela a la inteligencia, virtud que posee a ojos vista, a Anderson le va mejor, y esto hace que el prólogo y las dos primeras partes de la película sean magistrales y el resto, sólo notable. A quien esa última calificación se le queda corta es, una vez más, a un Alexandre Desplat en perpetua luna de miel con la inspiración. Su partitura, en la que predominan las percusiones de raíz oriental, como no podía ser de otra manera en una película trufada de elementos propios de la cultura japonesa, es formidable.
Wes Anderson tiene muchos amigos talentosos. Algunos de ellos le ayudaron a dar forma a la historia en que se basa el guión de la película; otros, entre los cuales hay varios primeros espadas de Hollwood, amén de un puñado de actores japoneses, idioma en el que se expresan, con alguna excepción, los humanos que aparecen en la película, se encargan de las voces de los personajes. Las de los perros las pone un ramillete de estrellas de la interpretación entre los que están Bryan Cranston, que es quien se encarga de ponerle voz al perro callejero que se convierte en el mejor aliado de Atari, habituales del universo Anderson como Bob Balaban, Bill Murray o el gran Edward Norton, magníficas actrices como Frances McDormand o Tilda Swinton, y veteranos de peso como Harvey Keitel o F. Murray Abraham. El trabajo de todos ellos está a la altura exigible, pero los de Kunichi Monura, también coautor del argumento, y Akira Takayama, que son quienes encarnan a los villanos (bien Anderson al mostrar cómo los esbirros suelen ser aún peores que los tiranos), no les van a la zaga. Bien Courtney B. Vance como narrador entre tanta estrella y, como curiosidad, mencionar la aparición de Yoko Ono interpretando a un personaje que lleva su nombre.
Isla de perros apunta a obra maestra y no llega a serlo, pero confirma que Wes Anderson, que apunta al populismo totalitario, a la catástrofe climática, al maltrato animal y, por qué no decirlo, al Holocausto, y lo hace desde un envolotorio visual magnífico, está en buena forma, y que sus incursiones en la animación enriquecen de manera importante su filmografía.