NEAR DARK. 1987. 92´. Color.
Dirección: Kathryn Bigelow; Guión: Eric Red y Kathryn Bigelow; Director de fotografía: Adam Greenberg; Montaje: Howard E. Smith; Música: Tangerine Dream; Dirección artística: Dian Perryman; Diseño de producción: Stephen Altman; Producción: Steven-Charles Jaffe y Eric Red, para F/M Entertainment (EE.UU).
Intérpretes: Adrian Pasdar (Caleb Colton); Jenny Wright (Mae); Lance Henriksen (Jesse); Bill Paxton (Severen); Jenette Goldstein (Diamondback); Joshua Miller (Homer); Tim Thomerson (Loy Colton); Marcie Leeds (Sarah); Kenny Call, Ed Corbett, Troy Evans, Thomas Wagner, Robert Winley, James Le Gros, Danny Koppel, Billy Beck.
Sinopsis: Una noche, Caleb conoce a una atractiva joven, que pertenece a un grupo nómada de vampiros. Tras ser mordido por ella, Caleb se une al clan.
El segundo largometraje dirigido por Kathryn Bigelow es uno de esos films ochenteros que en su momento cosecharon una pequeña legión de fieles seguidores y que, con el paso de los años, han ido ampliando su público gracias a las nuevas generaciones y a la nostalgia que hacia aquella época manifiestan quienes la vivieron como adolescentes. En todo caso, la película fue un trampolín en la carrera de una cineasta que ha alcanzado cotas muy altas en la industria manteniéndose alejada de los tópicos relativos al cine dirigido por mujeres.
Los viajeros de la noche toma elementos del cine de terror, de las películas de carretera, de los films de acción tan en boga en su época e, incluso, del western, para formar un híbrido que en general se digiere bastante bien. La cosa comienza jugando al despiste, pues en la escena inicial vemos a tres jóvenes de la América profunda pasando una noche de fin de semana entre cervezas y chascarrillos. De pronto, aparece en el lugar una bella joven desconocida, y el más decidido de los muchachos la aborda con el sano objetivo de ponerla mirando a Wisconsin. Resulta, no obstante, que la chica es algo peculiar y, en lugar de besos, es más de dar mordiscos, y prefiere la sangre a la cerveza. Caleb, que así se llama el pueblerino galán, recibe como premio dos agujeros a la altura del cuello, pero he aquí que a la chica le ha caído simpático y por ello opta por convertirlo en vampiro en vez de seguir el método habitual, consistente en matar a los humanos para después beberse toda su sangre. Convertido, después de una dolorosa transformación, en una criatura de la noche, Caleb descubre que su ocasional ligue forma parte de un grupo de vampiros errantes que, liderados por el carismático Jesse, aprovechan las noches para saciar su sed de sangre.
Se nota la presencia en el guión de Eric Red, que en el libreto de la magnífica Carretera al infierno ya había demostrado que angustia y asfalto eran dos elementos que sabía manejar a las mil maravillas. Esto, unido a la acreditada capacidad de Kathryn Bigelow para rodar escenas de acción, cualidad ya apreciable en sus primeras obras, hace que la película se siga con interés, con escenas tan destacadas como la matanza que perpetra el grupo de Jesse en el bar de carretera. La constante huida de esta banda, cuyos miembros deben evitar la luz del sol para poder sobrevivir, se da la mano con la lucha de Caleb, enamorado de la joven que le contagió, y correspondido por ella, por no convertirse en un asesino sediento de sangre. Y todo va bien, con ritmo y buen pulso narrativo, hasta llegar a un final complaciente y marcado por la incoherencia, que minimiza muchos de los aciertos vistos hasta entonces, aunque no todos. La secta vampírica está bien definida y en la puesta en escena sobra energía pero, en cuanto Caleb debe decidir entre su verdadera familia y quienes le han aceptado como nuevo miembro de la suya, la cosa empieza a torcerse hasta terminar mucho peor de lo que empieza. Y es una pena, porque se nota que Kathryn Bigelow es una directora talentosa, capaz de hacer que el espectador crea que su película es más cara de lo que indica su presupuesto real, y tanto la fotografía, importante en un film tan descaradamente nocturno, como el montaje, son de calidad. La música de Tangerine Dream, formación muy volcada por entonces en la composición de bandas sonoras, aporta complejidad y demuestra que los numerosos imitadores ochenteros de esta banda todavía estaban lejos de alcanzarles.
En el reparto, un poco de todo. Adrian Pasdar fue uno de los muchos proyectos de estrella juvenil hollywoodiense que se quedaron en el camino, y terminó encontrando su lugar en el sol en la televisión. Su actuación aquí es mediocre, y la de Jenny Wright, la joven vampiresa que contagia a Caleb y luego se enamora de él, no es mucho mejor. Los más destacados del reparto son un Lance Henriksen que siempre tuvo mucha habilidad para acojonar al personal, y un Bill Paxton mucho más desatado de lo que suele. También Jenette Goldstein y, en menor medida, Joshua Miller, superan la prestación de la pareja protagonista.
Película bien hecha y mal rematada, Los viajeros de la noche es reivindicable por su acertada combinación de géneros, por presentarnos a un carismático elenco de vampiros nómadas (una vez más, los villanos hacen mejor el film) y porque nos revela a una cineasta de primera fila. Con cinco minutos menos, estaríamos ante una obra notable.