MAN IN THE SADDLE. 1951. 85´. Color.
Dirección: André De Toth; Guión: Kenneth Gamet, basado en una novela de Ernest Haycox.; Director de fotografía: Charles Lawton, Jr.; Montaje: Charles Nelson; Música: George Duning; Dirección artística: George Brooks; Producción: Harry Joe Brown, para Scott/Brown Productions-Columbia Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Randolph Scott (Owen Merritt); Joan Leslie (Laurie Bidwell); Ellen Drew (Nan); Alexander Knox (Will Isham); Richard Rober (Dutcher); John Russell (Hugh Clagg); Alfonso Bedoya (Charley); Guinn Big Boy Williams (Prine); Cameron Mitchell (George), Richard Crane (Juke); Clem Bevans, Frank Sully, Tennessee Ernie Ford.
Sinopsis: Un modesto ganadero ve cómo la mujer que ama se casa con el terrateniente más importante de la zona, cuya máxima prioridad es seguir ampliando sus tierras.
El húngaro André De Toth retomó su carrera, tras un parón de casi dos años, con Lucha a muerte, el primero de los westerns que rodó con Randolph Scott como protagonista. A ambos les debió de complacer el resultado, pues esa colaboración se repitió otras cinco veces, y lo cierto es que esta película ha quedado diluida entre otras muchas de similares características, pero en algunos aspectos sobresale del grueso de films que Scott había sacado adelante, al amparo de su productora, en los años inmediatamente anteriores.
Salta a la vista que, en la clásica dicotomía a la que se enfrenta cualquier profesional, Randolph Scott prefería la cantidad a la calidad: Lucha a muerte es una de las cuatro películas que el actor rodó en 1951. Sin embargo, el saberse rodear de técnicos rápidos y eficaces hacía que en esas producciones el espectador viera energía, pero no precipitación o descuido en la puesta en escena. La historia tiene muy poco de original, pues narra el violento conflicto entre dos hombres de diferente clase social por el amor de una mujer y la propiedad de unas tierras. Es obvio que el principal objetivo es entretener al público, y la verdad es que eso se consigue con creces: la narración avanza sin pausas, la alternancia entre las escenas que explican las motivaciones de los personajes y aquellas en las que predomina la acción denota buen criterio, y poco a poco se introducen elementos que modifican el esquema inicial y proporcionan mayor complejidad al conjunto: el inicial triángulo amoroso, en el que la mujer ha optado por unirse al hombre de mejor posición social en lugar de al que ama, evoluciona hasta convertirse en un abanico de sentimientos cruzados que incluye a otros dos personajes. Otra peculiaridad es el desenlace, en el que el protagonista adopta una actitud más práctica que heroica. Antes de eso, y sin que en ningún momento se olvide de que lo primordial es el espectáculo, hemos tenido tiempo de conocer a los protagonistas y de ver cómo los acontecimientos, marcados por el empeño del terrateniente en satisfacer su codicia y en la resistencia del modesto ganadero a dejarse doblegar por él, van modificando, si no sus convicciones, sí al menos sus planteamientos vitales.
No sucede esto en el clímax final, rodado a la luz del día, pero es de destacar que Lucha a muerte es un western muy nocturno, en el que varias de sus escenas clave suceden cuando ya se ha ido el sol. Ahí es donde mejor se aprecian los matices de la notable fotografía en Technicolor, y también donde André De Toth da lo mejor de sí mismo: la escena en la que los pistoleros al servicio del poderoso, liderados por Dutcher, provocan la estampida del ganado que custodia el protagonista, está rodada de un modo realmente brillante, con un empleo del travelling que deja claro que ahí había un director de alto nivel. También la escena de la cabaña, filmada en un bello y escarpado paraje natural, es de las que confirman que no se está delante de un western de usar y tirar. De Toth, como ya había hecho en algunas de sus notables incursiones en el cine negro, rueda una película pequeña que no lo parece en absoluto. Igualmente, la banda sonora, que firma el prolífico George Duning, respeta los cánones del genero, canción country en los títulos de crédito incluida, pero logra una calidad por encima de la media en escenas como las señaladas hace unas líneas. Es cierto que el final no es del todo satisfactorio, y que los personajes son estereotipos (aunque más al principio que en las últimas escenas), pero Lucha a muerte no sólo no engaña, pues siempre da lo que promete, sino que en sus mejores momentos supera las expectativas.
No es que el reparto sea lo mejor de la película. Randolph Scott da para lo que da, es decir, para repetirse a sí mismo hasta la saciedad porque su talento interpretativo tampoco le permite cambiar de registro. Por eso, su trabajo sí es plenamente intercambiable por el que hace en otros muchos films protagonizados por él. Joan Leslie está correcta a lomos de un personaje con idas y venidas, pero en el que manda la ambición. Ahí queda la escena en la que se despide de su padre, quizás la de mayor lucimiento para ella. Ellen Drew, una actriz siempre ligada a la serie B, tampoco destaca especialmente, y Alexander Knox, que no es mal actor y era de los pocos que ya había trabajado previamente con el director, se queda corto como villano codicioso. John Russell sí está a buen nivel, pero a Richard Rober le sucede lo mismo que a Knox, pero en mayor proporción: su papel le viene grande.
Un buen western, que demuestra que Randolph Scott sabía, dentro de sus posibilidades, rodearse de las personas adecuadas para que las películas ideadas para su lucimiento, o al menos varias de ellas, superaran los estándares del western de serie B.