En la segunda mitad de los años 80, un puñado de guitarristas excelsos, herederos de Hendrix, Zappa, Page o Blackmore, apareció en la escena del hard rock produciendo en mí un impacto que todavía dura. En pocos años, músicos como Yngwie Malmsteen, Joe Satriani, Steve Vai, Marty Friedman, Paul Gilbert o Vinnie Moore produjeron una serie de discos imprescindibles para los aficionados al rock duro y a los guitarristas virtuosos. La pasada noche tocó en Razzmatazz 3 uno de los mejores músicos de toda aquella hornada de maestros de las seis cuerdas, y quizá el más infravalorado de todos ellos: Tony MacAlpine. Desde que debutara en solitario con un álbum excepcional (Edge of insanity), que fue asimismo uno de mis vinilos de cabecera durante años y nunca ha dejado de acompañarme, he seguido la carrera de este músico singular que es también un notable teclista. Sus siguientes discos, siendo buenos, me parecieron repetitivos e inferiores al debut, hasta que, unos años después de su aparición en el mercado, escuché Evolution y comprobé que el título del disco no era ninguna broma. A partir de ahí, he seguido de cerca una carrera notable y variopinta que el año pasado nos trajo el primer álbum en solitario de MacAlpine en diez años, Dream Mechanism, argumento principal de la gira que le trajo anoche a Barcelona. No es que en la década transcurrida desde su anterior disco solista, Chromaticity, el ya cincuentón músico de Massachussets haya estado precisamente parado, sino que ha formado parte de diversas bandas y proyectos, de entre los que destaco sus giras junto a Steve Vai y sus trabajos en dos excelentes grupos como Planet X y, sobre todo, CAB. Con todo, hasta ayer sólo sabía cómo se las gasta MacAlpine en directo a través del DVD y de Youtube, y había que resolver ese problema.
Ser un músico infravalorado tiene sus inconvenientes prácticos: por ejemplo, tocar en una sala y con un sonido que no te hacen justicia. La receta estaba clara: rock duro virtuoso y contundente. El volumen, excesivo a todas luces, impedía a veces apreciar el matiz, la excelencia de las interpretaciones. Nada más salir a escena, a las diez en punto de la noche, MacAlpine, que en la primera parte del concierto interpretó mayoritariamente temas de su primer álbum, demostró que la cosa iba en serio: mucha potencia, solos fantásticos, temas encadenados sin apenas pausas y ocasionales y muy agradecidos paréntesis más melódicos a los teclados (eso sí, con tanto cambio, a veces la guitarra entraba a destiempo: es lo que tiene ser ubicuo). Sólo hizo falta oír The Stranger, el segundo tema del concierto, para darse cuenta de que Tony MacAlpine es uno de los grandes. La banda, interesante: el batería Aquiles Priester pega mucho y bien, el bajista Bjorn Englen no es Billy Sheehan pero sí contundente como un martillo, y la presencia a la segunda guitarra de la joven israelí Nili Brosh, a quien sólo conocía de oídas, fue una sorpresa agradable. Doblar las guitarras con MacAlpine no es un ejercicio fácil, y Nili, que además tuvo alguna intervención solista destacable, lo hizo bien. En la segunda parte del concierto aparecieron con más frecuencia los temas nuevos (Dream mechanism es un disco que aporta pocas novedades pero suena divinamente), aunque no faltaron clásicos como Agrionia o Tears of Sahara que me transportaron a lo mejor de mi etapa adolescente. Ha pasado mucho tiempo de eso (lo noté en los tímpanos al salir a las anoche nebulosas calles barcelonesas una vez finalizado el espectáculo), pero Tony MacAlpine sigue siendo un crack y, por fin, pude verlo en directo.
Una muestra de la habilidad de Mr. Macalpine:
Y todo un clásico: