LINCOLN. 2012. 149´. Color.
Dirección: Steven Spielberg; Guión: Tony Kushner, basado parcialmente en la novela de Doris Kearns Goodwin Team of rivals: The political genius of Abraham Lincoln; Dirección de fotografía: Janusz Kaminski; Montaje: Michael Kahn; Dirección artística: Curt Beech, Leslie McDonald y David Crank; Música: John Williams; Diseño de producción: Rick Carter; Producción: Kathleen Kennedy y Steven Spielberg, para Reliance Entertainment-Dreamworks-20th Century Fox (EE.UU.).
Intérpretes: Daniel Day-Lewis (Abraham Lincoln); Sally Field (Mary Todd Lincoln); David Strathairn (William Seward); Joseph Gordon-Levitt (Robert Lincoln); James Spader (W.N. Bilbo); Hal Holbrook (Preston Blair); Tommy Lee Jones (Thaddeus Stevens); John Hawkes (Robert Latham); Jackie Earle Haley (Alexander Stephens); Bruce McGill (Edwin Stanton); Jared Harris (General Grant); Tim Blake Nelson (Richard Schell); Michael Stuhlbarg (George Yeaman); Joseph Cross, Lee Pace, Peter McRobbie, Gulliver McGrath, Gloria Reuben, Jeremy Strong, David Costabile, Lukas Haas, Adam Driver.
Sinopsis: Cuando la Guerra de Secesión estadounidense toca a su fin, el presidente Lincoln, recién reelegido, intenta por todos los medios que se apruebe una enmienda constitucional que permita la abolición de la esclavitud.
Dicen los cinéfilos mal pensados, que imagino son mayoría, que las películas de Steven Spielberg se dividen entre aquellas que son concebidas para pulverizar récords de taquilla y las que tienen como objetivo acaparar premios. Si aceptamos esta premisa, Lincoln pertenece claramente al segundo grupo. Y no le fue mal en este aspecto, aunque se quedó lejos de ser la triunfadora del año. La crítica alabó el film de forma mayoritaria, por no decir casi unánime, sobre todo en los Estados Unidos, mientras que en el mercado exterior la propuesta no terminó de entusiasmar, en parte porque se trata de un film orientado al espectador norteamericano, que se estrenó, no lo olvidemos, en el año en el que estaba en juego la reelección de Barack Obama como presidente del país de las barras, las estrellas y la Coca-Cola.
Filmar una biografía del presidente más idealizado de los Estados Unidos, con permiso de George Washington y John Fitzgerald Kennedy, es una tarea que han asumido varios de los directores más importantes de aquel país, desde David Wark Griffith a John Ford. Spielberg eligió, tomando como punto de partida un libro de Doris Kearns Goodwin, centrarse en los últimos meses de vida del presidente, en los que acontecieron dos hechos clave: el desenlace de la Guerra de Secesión, con victoria para el bando unionista, y la aprobación por la Cámara de Representantes de la decimotercera enmienda a la Constitución, que suponía la abolición de la esclavitud en todo el país. El director nacido en Cincinnati emplea dos horas y media de metraje en explicar el proceso que llevó a que se produjeran esos dos acontecimientos, y cuán estrecha fue la ligazón entre ambos. Por tanto, el riesgo de aburrir al espectador, incluso para un especialista del entretenimiento de masas del calibre de Spielberg, era importante. La solución, que se revela como bastante eficaz conforme transcurre el film, es introducir elementos de thriller en una votación cuyo resultado conoce todo aquel que se acerque a la película no siendo completamente ignorante de los hechos reales. Lo más atractivo es el modo en el que reflejan en la pantalla los entresijos de la política, y cuál es la trastienda de las grandes decisiones. Aunque el objetivo de ensalzar la figura de Abraham Lincoln no se abandona en ningún momento (incluso cuando explica anécdotas divertidas a sus interlocutores vemos en el presidente ese poso de grandeza con el que imaginamos a Julio César mientras contaba chistes obscenos a sus soldados desde la rama de un árbol), no se oculta que para hacer algo tan noble como abolir la esclavitud hubo que recurrir a la compra de votos para provocar la disidencia del número suficiente de congresistas demócratas, o incluso a retrasar las negociaciones de paz con los rebeldes sudistas, o más bien los términos de la rendición de éstos, para conseguir que el regreso de los confederados al redil constitucional fuese, en todo caso, posterior a la aprobación de la enmienda para que no pudiera haber vuelta atrás. Por todo ello, Lincoln queda, en el plano ideológico, como un raro de ejemplo de aplicación de la doctrina de Maquiavelo al servicio de una buena causa.
Es mérito del director su maestría para llenar de vivacidad y tensión los debates parlamentarios, que tan plomizos suelen ser en la vida real, así como para lograr que todo lo que nos cuenta resulte verosímil. Los dos grandes defectos de la película son, según mi parecer, su carácter en exceso discursivo (demasiadas palabras bien dichas siguen siendo demasiadas palabras) y que, frente al notable interés que poseen tanto el trasfondo de la tramitación parlamentaria de la enmienda como la marcha de una guerra que se aproxima a su fin, las relaciones del presidente con su esposa, o la disputa con el primogénito por el empeño de éste en alistarse en el ejército de la Unión, a las que un director tan interesado en la familia como Spielberg dedica numerosas escenas, hacen que el pulso de la película baje. Estos, y el hecho de que, al margen de las breves imágenes bélicas iniciales, a la película le cueste arrancar, impiden, según creo, que se llegue a ver la obra maestra que por momentos (la clandestina reunión del presidente con su equipo de fontaneros, la entrevista con los enviados por el bando perdedor para negociar la paz, la reunión de Lincoln con su gabinete cuando sabe que sólo necesita dos votos más para que se apruebe la enmienda) se intuye.
Spielberg filma reverenciando a su protagonista, y eso se transmite al espectador porque el virtuosismo de este director, aquí más sobrio que en sus obras más comerciales, es incuestionable. En una película ambientada en una época anterior a la llegada de la luz eléctrica, el trabajo de iluminación es especialmente importante, y Janusz Kaminski lo resuelve con sobresaliente, calificación que también se le debe aplicar a la escenografía y al vestuario. John Williams permanece en un lugar más discreto, dejando lo más reconocible de su trabajo en un final en el que a Spielberg le pierde, cosa que apenas le había sucedido desde el inicio de la película, el que considero que es su mayor defecto como cineasta: el sentimentalismo. De todas formas, pocas veces (me viene a la cabeza Tempestad sobre Washington) se ha filmado tan bien un Parlamento.
El reparto es verdaderamente espectacular, uno de los mejores de la década. Si la calidad de un actor ha de juzgarse por su habilidad para mimetizarse con su personaje, entonces la interpretación de Daniel Day-Lewis, merecedora de todos los premios posibles, es prodigiosa. A su lado, Sally Field, una actriz cuyo reconocimiento siempre he juzgado excesivo, palidece, al igual que le sucede a Joseph Gordon-Levitt, a quien he visto mejor otras veces. Que ambos estén ausentes de las escenas de mayor nivel de la película significa algo. En el lado positivo, mucho, pues aquí hay actores de primera fila como Hal Holbrook, un David Strathairn que suele brillar en el cine más político, James Spader o, sobre todos ellos, un Tommy Lee Jones que lo borda en el papel de abolicionista radical y se lleva todas las escenas que no acapara Day-Lewis. Si, en papeles más pequeños, uno puede disponer de actores de la calidad de Jackie Earle Haley, Michael Stuhlbarg, Tim Blake Nelson o Jared Harris, el éxito está asegurado.
Para terminar, un apunte histórico: las grandes potencias coloniales de la época habían abolido la esclavitud varios años antes de que lo hicieran los Estados Unidos, aunque hay que tener en cuenta que, allí, este fue el factor desencadenante de la Guerra de Secesión, lo que da cuenta de la magnitud de los intereses enfrentados. Volviendo, o casi, al cine, no creo que Steven Spielberg consiguiera todo lo que se propuso con Lincoln (aunque Obama resultó reelegido), pero no se quedó lejos, pues se trata de un brillante, por momentos excelente, film político que ensalza a un presidente icónico para los Estados Unidos.