LITTLE WOMEN. 1933. 115´. B/N.
Dirección: George Cukor; Guión: Sarah Y. Mason y Victor Heerman, basado en la novela de Louisa May Alcott; Dirección de fotografía: Henry Gerrard; Montaje: Jack Kitchin; Música: Max Steiner; Dirección artistica: Van Nest Polglase; Vestuario: Walter Plunkett; Producción: Merian C. Cooper, para RKO Radio Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Katharine Hepburn (Jo March); Joan Bennett (Amy March); Paul Lukas (Profesor Bhaer); Edna May Oliver (Tía March); Jean Parker (Beth March); Frances Dee (Meg March); Henry Stephenson (Mr. Laurence); Douglass Montgomery (Laurie); John Lodge (Brooke); Spring Byington (Sra, March); Samuel Hinds (Sr. March); Mabel Colcord (Hannah); Marion Ballou, Nydia Westman, Harry Beresford, Bonita Granville, Marina Koshetz.
Sinopsis: Mientras su padre combate en la Guerra de Secesión, las jóvenes hermanas March despiertan a la vida mientras tratan, junto a su madre, de sacar adelante el hogar familiar.
Nadie más idóneo que el director de actrices por excelencia, George Cukor, para llevar a cabo la primera adaptación sonora de Mujercitas, la popular novela de Louisa May Alcott. Aunque la película ganó el Oscar al mejor guión adaptado, y no son pocos los que opinan que, de las múltiples versiones cinematográficas de Little women, esta es la más lograda, su éxito en los Estados Unidos no fue el que podía esperarse, si bien eso fue compensado en parte por la buena recepción internacional, coronada con el premio a la mejor película extranjera en el festival de Venecia.
Cukor decidió mantenerse fiel a la letra y al espíritu de una novela cuya abrumadora popularidad complicaba la pretensión de tomarse excesivas licencias respecto al texto original. Por entonces, el cine sonoro tenía apenas un lustro de vida, y películas como la aquí reseñada contribuyeron a dar la verdadera medida de las posibilidades que ese avance tecnológico proporcionaba al séptimo arte, aunque es preciso resaltar que el film se muestra deudor de la época muda tanto en la puesta en escena como en el trabajo de sus intérpretes. Para contar la historia de las jóvenes hermanas March, Cukor opta siempre por planos medios o generales, en los que se busca subrayar el valor de la familia como unidad. Los movimientos de cámara son tan escasos como elegantes, cualidad que distinguió al director durante toda su carrera. El protagonismo recae, como mandan los cánones, en Jo, la mayor de las hermanas y alter ego de la autora de la novela. Con el patriarca ausente, y la madre consagrada a los servicios a la comunidad en tiempos de guerra, es ella quien ejerce en la práctica la función de eje aglutinador de ese cuarteto de muchachas distintas entre sí, pero unidas por un mutuo amor fraternal. Jo, no obstante, vive también su propia historia, que la aleja de los estrechos límites que la sociedad decimonónica establecía para las mujeres, pues sus sueños se dirigen hacia la literatura en lugar de hacia los clichés de la feminidad y la búsqueda del matrimonio como mayor objetivo en la vida. Después de la parte que marca el giro de la película hacia el melodrama, con la coincidencia del ingreso hospitalario del padre en el lejano frente, la grave enfermedad de Beth, la más bondadosa de las hermanas, y la decisión de Jo de partir hacia Nueva York para hacer realidad su deseo de convertirse en escritora, que de rebote provoca la ruptura con Laurie, su vecino y gran amigo, que albergaba la pretensión de convertir a la indómita joven en algo parecido a una novia convencional, la película se aleja del carácter coral mantenido hasta entonces y se centra en la peripecia neoyorquina de la aspirante a escritora, en la que cobra un especial protagonismo un profesor al que conoce en la pensión en la que se aloja. De nuevo, la mala salud de Beth provoca el regreso al hogar de la hermana mayor, y por tanto el reencuentro familiar y la vuelta a la coralidad, rematada por un final edificante para el espectador medio.
Para mi gusto, la película funciona mejor cuando los acontecimientos son de naturaleza más liviana y el tono general se aproxima a la comedia. Ahí, el buen toque de Cukor, su gracia como narrador en imágenes y su indiscutible sentido de la estética hacen que el film rezume una gracilidad contagiosa, que se pierde en parte cuando la narración deriva hacia terrenos más melodramáticos. Ahí, la película es más tópica, lo que equivale a decir que es menos efectiva, alternándose los momentos brillantes (la escena de la visita a la ópera de Jo y el profesor, ejemplo de cómo mostrar el enamoramiento con sutileza) con otros en los que se abusa del sentimentalismo. En general, toda la película puede resultar ñoña para el espectador contemporáneo, en especial para los demasiados especímenes que carecen de perspectiva histórica. En todo caso, no hay más ñoñería de la que encontramos en la novela. La música, de Max Steiner, es de buen nivel, pero no está entre los mejores trabajos del prolífico compositor.
Escribí antes que el trabajo de los intérpretes acusa influencias de la época muda: en algunos casos, se pasa de intenso, aunque la distancia que guarda Cukor respecto a los rostros de sus protagonistas atenúa el problema. Al frente, tenemos a la actriz-fetiche del director, y una de las mejores de la historia, una Katharine Hepburn que aquí está soberbia en ese papel de mujer rebelde que guió una carrera marcada por un aspecto físico y un carácter que no se ajustaron nunca a los estereotipos femeninos usuales en Hollywood. La única pega que le pongo a la gran Kate es que en alguna escena, como por ejemplo en la que descubre que su antes inseparable Laurie ha pasado por Nueva York sin ir a visitarla, está sobreactuada. Joan Bennett, una actriz que dio lo mejor de sí años más tarde, hace un buen trabajo en el papel de Amy, quizá el personaje opuesto al de Jo en cuanto a la visión de la feminidad. Paul Lukas es de lo mejor del reparto en su interpretación del profesor, junto a la veterana Edna May Oliver en el papel de la gruñona tía March. Más flojos veo a una todavía verde Jean Parker en el rol de la angelical Beth, a Douglass Montgomery como Laurie, y a John Lodge, a quien encuentro envarado. El veterano Henry Stephenson y una Frances Dee que por entonces estaba en el mejor momento de su carrera, rayan a un nivel más alto.
No sé si es la mejor, pero Las cuatro hermanitas es una muy buena adaptación de una novela a la que Hollywood regresa en cada generación, aunque sólo sea para que el cinéfilo compruebe que talentos como los de Katharine Hepburn o George Cukor no abundan.