A MAN ALONE. 1955. 95´. Color.
Dirección: Ray Milland; Guión: John Tucker Battle, basado en un argumento de Mort Briskin; Director de fotografía: Lionel Lindon; Montaje: Richard L. Van Enger; Música: Victor Young; Dirección artística: Walter Keller; Producción: Herbert J. Yates, para Republic Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Ray Milland (Wes Steele); Mary Murphy (Nadine Corrigan); Ward Bond (Sheriff Gil Corrigan); Raymond Burr (Stanley); Lee Van Cleef (Clanton); Arthur Space (Dr. Mason); Alan Hale Jr. (Jim Anderson); Douglas Spencer, Thomas B. Henry, Grandon Rhodes, Martín Galarraga, Kim Spalding, Howard J. Hegley, Richard Hale.
Sinopsis: Un bandido errante es acusado de asesinar a varias personas que viajaban en una diligencia.
Aunque su fama como actor la obtuvo en géneros bien distintos, el debut de Ray Milland en la realización de largometrajes tomó la forma de un western, de importante carga dramática, en el que el intérprete galés se colocó a ambos lados de la cámara. Un hombre solo no tuvo demasiado éxito en su época, y en la actualidad es una película olvidada, pero su visionado deja patente que el talento de Milland no se circunscribía a la recreación de personajes.
En la película se cuenta la historia de un bandido, ya maduro, que desea cambiar de vida y es acusado de unos crímenes que no ha cometido. El falso culpable, tan usual en el cine negro, llevado al Oeste. La primera escena está resuelta con brillantez: sin hacer uso de los diálogos, y acompañada por la notable música de Victor Young, uno de los compositores que mejor supo reflejar la épica salvaje del western, vemos cómo el protagonista vaga por el desierto, dejando atrás sus posesiones a medida que el hambre y la sed empiezan a hacer mella en él. Toda su fortuna se resume en dos fajos de billetes que carga consigo en mitad de ninguna parte, hasta que encuentra los restos de una diligencia asaltada, y los cadáveres de cuantos formaban la expedición. Un cúmulo de adversidades provoca que el forastero sea acusado de esos crímenes en la ciudad más próxima. En su huida, el perseguido hiere al ayudante del sheriff, asiste al asesinato del banquero local a manos de dos personajes que parecen haber tenido mucho que ver en el funesto destino de la diligencia, y termina refugiándose en el sótano de la vivienda del máximo representante de la ley en la localidad, postrado en la cama a causa de unas fiebres. A través de sus actos, el protagonista logra que la joven hija del sheriff crea en su inocencia mientras lucha por mantenerse a salvo de quienes le persiguen, es decir, del resto del pueblo.
Es cierto que la práctica totalidad de la película discurre en interiores, y que la acción es escasa, pero también que su guión se sitúa por encima de la media. Sin dejar de recurrir a diversos lugares comunes en el western (la redención del bandido, el potentado sin escrúpulos que maneja la ciudad a su capricho), el perfil de los personajes posee complejidad, los diálogos están bien trabajados y el desarrollo narrativo es coherente hasta desembocar en un final que está a la altura del notable inicio. Es verdad que a los villanos, que tienen entidad, se les niega parte del protagonismo que merecen en beneficio del relato completo de lo que sucede en la casa del sheriff, y en especial de la relación entre el huído y la joven. Por ello, a Milland le queda un western más intimista que vigoroso, aunque su manejo de la cámara (que mueve con lentitud, pero en mayor medida de la habitual en el género) y su sentido del tempo narrativo hacen que la trama avance con firmeza y sin sobresaltos, resultando entretenida en todo momento. La fotografía es de calidad, empleando el mismo, y muy aparente, sistema ya utilizado por Nicholas Ray en Johnny Guitar, y ya he resaltado con anterioridad una de las grandes virtudes de la película, como es la partitura de Victor Young. En general, los aspectos técnicos se ven cuidados, en la puesta en escena se busca la sobriedad evitando las estridencias, y sin duda Milland tomó buenas lecciones de los grandes directores para los que trabajó.
El trabajo interpretativo del también director es, una vez más, digno de elogio. Milland es un actor de categoría que también en el terreno del western es capaz de crear personajes con un rico mundo interior, y de hacerlos creïbles para el público. Su pistolero redimido es reflexivo, incluso lánguido, pero no blando, y muestra gran energía cuando corresponde. El rol de Mary Murphy es más tópico, pero esta joven actriz lo resuelve con solvencia. Ward Bond, un gran secundario, brilla como casi siempre, esta vez en la piel de un sheriff corrupto que se pasa buena parte del metraje enfermo. Un lujo contar con Raymond Burr como villano, y otro más que el pistolero inmisericorde a su servicio sea el gran Lee Van Cleef.Quizá a ambos, como dije antes, les falte espacio para lucirse como debieran. Pocos papeles más de cierta relevancia podemos contar, pero los secundarios cumplen, y el trabajo de los protagonistas es de mucho nivel.
Notable western, que sin duda mereció mejor
suerte y que vale la pena recuperar. Ray Milland también sabía dirigir, está
claro.