TE JODES Y BAILAS. 2020. 19´. Color.
Dirección: Diego Saniz; Guión: Diego Saniz; Dirección de fotografía: Jorge Sirvent Cámara; Montaje: Marco Barada; Música: Elena Muñoz; Dirección artística: Siggy Martínez; Producción: Manuel Martínez Manrique y Diego Saniz, para Kabiria Films (España).
Intérpretes: Santiago Alverú (David); Catalina Sopelana (Elena); Javier Estruch, Irene Horrillo, Lourdes García.
Sinopsis: Un joven actor madrileño vive una existencia despreocupada, pero vacía, mientras busca el amor verdadero.
Te jodes y bailas es el segundo cortometraje dirigido por Diego Saniz, quien ha tocado diversos palos en esto del séptimo arte, habiéndose prodigado especialmente como montador. Eszta comedia dramática de pretensiones generacionales venía avalada por los buenos comentarios suscitados por 5ºC, el anterior corto de Saniz, pero he de decir, sin más preámbulos, que su visionado debo calificarlo como decepcionante.
Por un lado, la historia de un veinteañero con ganas de enamorarse la hemos visto un millón de veces, muchas de ellas por cortesía de Hollywood, y tampoco es que Saniz proponga algo especialmente novedoso al respecto. De hecho, Te jodes y bailas no deja de ser la típica comedia romántica americana con barniz moderno y cañí. La película pretende hacerse valer como testimonio generacional, pero de eso ya se burlaban Los Planetas en los 90, época a la que esta película debe muchísimo. ¿Qué cambia? Poco a nivel estético, porque el protagonista masculino es clavado al guitarrista de El Canto del Loco, y el aspecto de las actrices que aparecen en la película no desentonaria en un film rodado hace un cuarto de siglo. Tenemos, eso sí, la omnipresencia de las redes sociales, nuevas canciones (utilizadas para disimular la carencia de discurso) que son imitaciones de las de entonces, y nada especialmente llamativo que llevarnos a la boca. Lo más transgresor es que la pareja protagonista se conozca en el doblaje de una película porno, aunque las formas más estandarizadas del cine para adultos formen ya parte del imaginario popular tanto como los cómics de superhéroes, los programas de cocina o los debates políticos plurales sólo en apariencia y calcados a Sálvame. Se diría que el joven protagonista se enamora de su compañera de doblaje por el espíritu que ésta le pone al doblaje de una sesión de mandanga, pero ahí el director no se equivoca: la voz femenina, para bien o para mal, posee una cualidad erótica indudable.
Subyace la sensación de que Saniz no tiene nada interesante que contar, que la vida de su protagonista sólo puede interesarle, como mucho, a él. No es culpa del director, pero su película ha nacido vieja: desde su estreno (y conste que no voy a escribir sobre la pandemia hasta que la hayamos dejado atrás, o sea, que va para largo) han sucedido y suceden cosas demasiado importantes como para prestar demasiada atención a trivialidades como las que se explican en Te jodes y bailas. En lo técnico, la película no está mal, y se nota que Saniz entiende de qué va eso del montaje, pero filmando un polvo en plano corto fijo tampoco es que estemos llevando demasiado lejos el lenguaje cinematográfico. El trabajo de Santiago Alverú, el protagonista masculino, me deja tan frío como el resto de la película. Catalina Sopelana luce bastante más, siendo de lo más salvable de un conjunto que tiende a provocar el mismo vacío en el espectador que trata, en vano, de mostrar a través de su personaje principal.
En mi opinión, una película prescindible, que ni es original ni inspirada, en un tiempo que ya no está para amores de manual y princesas que buscar. Lo mejor que puedo desearle a Diego Saniz es que se cruce con un buen guionista.