SPIDERMAN: INTO THE SPIDER-VERSE. 2018. 117´. Color.
Dirección: Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman; Guión: Phil Lord y Rodney Rothman, basado en un argumento de Phil Lord; Montaje: Robert Fisher, Jr.; Dirección artística: Dean Gordon y Patrick O´Keefe; Música: Daniel Pemberton; Diseño de producción: Justin K. Thompson; Producción: Phil Lord, Amy Pascal. Avi Arad, Christopher Miller y Christina Steinberg, para Columbia Pictures-Sony Pictures Animation-Marvel (EE.UU.).
Intérpretes: Shameik Moore (Voz de Miles Morales); Jake Johnson (Voz de Peter B. Parker); Hailee Steinfeld (Voz de Gwen Stacy); Mahershala Ali (Voz del Tío Aaron); Brian Tyree Henry (Voz de Jefferson Davis); Lily Tomlin (Voz de la tía Mae); Luna Lauren Vélez (Voz de Rio Morales); Zoe Kravitz (Voz de Mary Jane); John Mulaney (Voz del Spiderman cerdo); Kimiko Glenn (Voz de Peni Parker); Nicolas Cage (Voz del Spiderman de 1933); Liev Schreiber (Voz de Wilson Fisk); Kathryn Hahn, Chris Pine, Natalie Morales, Stan Lee.
Sinopsis: Peter Parker muere, pero un adolescente de Brooklyn sufre la picadura de una araña radiactiva y hereda sus superpoderes. Al tiempo, la acción de un rico villano hace surgir diferentes universos paralelos, en los que también existen otros Spidermans.
Tres directores, sólo uno de los cuales tenía experiencia previa a los mandos de un film de animación, firman Spiderman: un nuevo universo, enésima vuelta de tuerca al personaje del Hombre-Araña que ganó el Óscar a la mejor película de animación, el BAFTA y multitud de premios más, además de convencer en grado sumo a la gran mayoría de la crítica y de obtener un éxito comercial incuestionable. Llámenme bicho raro, pero la obra de Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman es la peor película de animación reseñada en este blog en sus más de nueve años de trayectoria.
Este radical punto de vista se debe a que, a mi juicio, Spiderman; un nuevo universo es, más que una película, un compendio de todos los males que afectan al cine contemporáneo. Cuando se hacen films cuyo objetivo primordial es enganchar a los aficionados a los videojuegos se termina haciendo precisamente eso, un videojuego. El cine es otra cosa, pero cuando inviertes millones de dolares en contratar a los técnicos más reputados en el campo de la animación, pero para escribir el guión te vale el tipo de Lluvia de albóndigas, pues pasa lo que pasa. Material literario de derribo, aunque nos venga servido con ínfulas cuánticas, al servicio de un espectáculo tan aparatoso como vacío, más próximo a un parque de atracciones que a otra cosa. Se diría que el único gasto neuronal hecho por los guionistas consiste en abrazar todas las cadenas de lo políticamente correcto, pues la acumulación de Spidermans de universos paralelos no parece tener más justificación que la de abarcar el abanico racial, e incluso animal, más amplio posible, porque el malvado plan de Fisk/Kingpin no tiene pies ni cabeza. Añádanle a esto los inevitables toques de humor simplón, además de todos los clichés de las películas de superhéroes y ya tienen uno de los éxitos más incomprensibles de los ultimos años, porque, guiños comiqueros al margen, Spiderman: un nuevo universo carece de alma, y no resiste la más mínima comparación con la película menos lograda de Pixar, por citar a los máximos referentes en la materia. La verdad es que, hasta la escena de la muerte del tío Aaron, la película se soporta, porque al menos tiene ritmo, en la parte técnica se notan los dólares y uno aún mantiene la fe en que algo bueno tendrá la cosa si tanta gente se lo ha visto. Error: los siguientes tres cuartos de hora son un interminable tobogán de ritmo atropellado que, en pos de la espectacularidad, lo que produce son mareos. Si la labor de los directores es un dejarse llevar sin imponer un mínimo criterio en el videojuego de marras, hay dos aspectos que debo subrayar por su especial impacto negativo: al montador, Robert Fisher Jr., le deseo que se haya recuperado felizmente del ataque epiléptico que sin duda sufrió mientras trabajaba en la película, y el trabajo del compositor Daniel Pemberton puede resumirse en una estruendosa cacofonía carente de originalidad, aderezada para más inri por esa palabrería vana que te taladra el cerebro y que algunos llaman arte.
Es complicado enjuiciar la labor de los actores cuando tanto los responsables de la película como los propios intérpretes saben que de todas formas no es importante. Es por eso que los personajes principales están interpretados por actores del montón, que recitan con oficio unas frases que tampoco dan mucho de sí. Algunos secundarios de lujo, como el adicto a los cómics Nicolas Cage, el eficaz Liev Schreiber o la mejor intérprete del reparto, Lily Tomlin, dan una pátina de prestigio a un producto en el que, repito, el aspecto artístico es sólo el telón de fondo para un espectáculo visual que termina por provocar agotamiento.
En fin, parafraseando al maestro Knopfler, Money for nothing. Si este es el futuro del cine, sencillamente no me interesa.