HOMICIDE. 1991. 102´. Color.
Dirección: David Mamet; Guión: David Mamet; Dirección de fotografía: Roger Deakins; Montaje: Barbara Tulliver; Música: Alaric Jans; Diseño de producción: Michael Merritt; Dirección artística: Susan Kaufman; Producción: Michael Hausman y Edward R. Pressman, para Cinehaus-Bison Films-Edward R. Pressman Film (EE.UU.)
Intérpretes: Joe Mantegna (Bobby Gold); William H. Macy (Tim Sullivan); Natalija Nogulich (Chava); Ving Rhames (Randolph); Vincent Guastaferro (Teniente Senna); Ricky Jay (Aaron); J.J. Johnston (Jilly Curran); Jack Wallace (Frank); Colin Stinton, Erica Gimpel, Rebecca Pidgeon, J.S. Block, Darrell Taylor, Mary Jefferson, Len Hodera, Adolph Mall.
Sinopsis: Mientras se halla inmerso en la captura de un peligroso criminal, un detective de la policía de origen judío ve cómo le asignan la investigación del asesinato de una anciana perteneciente a su misma etnia.
La tercera película como director de David Mamet fue Homicidio, drama policial de ajustado presupuesto en el que la modestia de la puesta en escena no oculta las elevadas pretensiones del autor a nivel temático. La respuesta del público, que seguramente esperaba un thriller más al uso, fue escasa, y las críticas se dividieron entre quienes hablaron de un logrado ejercicio de estilo y quienes, por el contrario, pregonaron que Mamet perdía fuelle después de su afortunado debut con Casa de juegos, obra con la que Homicidio tiene mucho en común. De cualquier manera, subrayo desde ya que estamos ante una buena película.
Homicidio puede verse como un thriller policíaco en el que reaparece la devoción de Mamet por el cine negro de la época dorada de Hollywood. Esos elementos están ahí, en el vestuario y en las maneras de los detectives protagonistas, pero creo que centrarse en ellos sería errar el tiro, porque la película es, sobre todo, un drama sobre la necesidad de pertenencia a la tribu del ser humano, y del precio que éste debe pagar a cambio de sentirse integrado en su entorno. A partir de esta cuestión central, Mamet introduce otros ejes temáticos de interés, como el antisemitismo o, por extensión, el alcance de la problemática racial en los Estados Unidos, ahora banalizada en pro de una causa justa, como es desalojar a Donald Trump de la Casa Blanca. El resultado de todo ello es una reflexión tan lúcida como desesperanzada sobre el instinto gregario y el racismo, elaborada a partir de un personaje de perfil psicológico muy interesante, el detective de homicidios Robert Gold. Es este un hombre de mediana edad, entregado a su trabajo en el cuerpo de policía, en el que destaca por su valor y eficiencia. Gold es judío, pero él no se siente parte de esa tribu a la que está ligado desde la cuna, sino a la que él ha elegido, es decir, a la Policía. Ocurre, sin embargo, que cuando uno no pertenece a la etnia dominante en un determinado lugar, siempre hay quien le recuerda su condición de extranjero (en última instancia, de ser inferior), incluso aunque ese individuo no se vea a sí mismo como tal. La forma que tiene Gold de canalizar su necesidad de integración es la de destacar en su trabajo, lo que consigue a fuerza de valor (como judío, se enfrenta al prejuicio de la cobardía, que él suple siendo el primero en entrar en lugares conflictivos en cada redada) e inteligencia (cualidad sí atribuida de serie a su pueblo, que le hace ser un negociador eficaz en situaciones de conflicto). Sin embargo, el asesinato de una anciana judía que regentaba un comercio en un barrio pobre, mayoritariamente poblado por negros, hace que Gold, a quien se le asigna el caso precisamente a causa de su raza, comience a valorar su herencia de un modo distinto. Al principio, Gold ve el encargo como un castigo, porque está cerca de capturar a un peligroso delincuente y este nuevo caso, en apariencia de un interés policial muy limitado, le aparta de la presa deseada. Llevado por ese desinterés, el detective llega incluso a participar de muchos de los prejuicios a los que se enfrenta su pueblo, pero cuando comprueba el desdén que provoca la muerte de la anciana en el barrio (como se ha extendido el rumor de que escondía una fortuna en el sótano de su tienda, los vecinos casi ven lógico que la mataran, lo que da pie a Mamet a introducir un elemento nada baladí si se quiere abordar en serio la problemática racial: el profundo desprecio que las razas oprimidas suelen manifestarse entre sí) y descubre que la asesinada pertenecía a un grupo sionista, lo que le lleva a sospechar (mejor dicho, a tomar en consideración las sospechas de los familiares de la difunta, que al principio él consideraba simple paranoia) que detrás del crimen pueda estar un grupúsculo supremacista ario, Gold se implica tan a fondo en la investigación que se ve obligado a escoger entre sus dos lealtades, la de la sangre (pese a que los judíos practicantes no le consideran uno de ellos) y la escogida por él, porque nadie puede pertenecer a dos tribus al mismo tiempo.
Homicidio es un film de cámara, rodado casi exclusivamente en estudio, pero con estilo, además de excelentemente fotografiado por Roger Deakins, que por algo es uno de los grandes nombres en su profesión. Aunque se trata de una obra contemporánea, la ambientación, el vestuario y la música remiten al cine que se hacía cuatro décadas atrás, el de los polis duros, trajeados y adictos al tabaco, los crímenes con trasfondo turbio y las mujeres fatal. Quizá a las escenas que muestran la conexión entre Gold y los miembros del grupo sionista les falte fuerza, y que el desolador final sea poco verosímil, pero en su conjunto la película es una cuidada pieza de orfebrería en la que abunda la inteligencia.
De nuevo, Mamet volvió a confiar la responsabilidad de encabezar el reparto a Joe Mantegna, y por tercera vez el actor italoamericano respondió a esa confianza con un trabajo notable, en la piel de un personaje que oculta muchos matices detrás de su imagen de policía duro. Es el buen hacer de Mantegna lo que hace que veamos de forma natural la complejidad psicológica de ese extranjero con pistola y placa que es Robert Gold. Quien interpreta a su compañero en la policía es otro actor de alto nivel, William H. Macy, que en estos años ya empezaba a revelarse como tal, y en esta película forma una muy buena pareja con Mantegna. Ving Rhames interpreta a un criminal desalmado, y lo hace con convicción, mientras que Vincent Guastaferro cumple bien como enérgico jefe de policía, y Natalija Nogulich demuestra oficio. Atención a Colin Stinton, por su labor y por su personaje, y también a una Rebecca Pidgeon que brilla en las pocas escenas en las que aparece.
Tal vez Homicidio no alcance (por poco) el nivel de la ópera prima de David Mamet como director, pero esta pequeña película (por el envoltorio, que no por su temática) mantiene un gran interés casi tres décadas después de su estreno, por ser muy correcta en lo cinematográfico, y muy inteligente en lo psicológico.