JÓVENES OCULTOS. 1987. 97´. Color.
Dirección : Joel Schumacher; Guión: Jan Fischer, James Jeremias y Jeffrey Boam, basado en un argumento de Jan Fischer y James Jeremias; Director de fotografía: Michael Chapman; Montaje: Robert Brown; Música: Thomas Newman; Diseño de producción: Bo Welch; Dirección artística: Tom Duffield; Producción: Harvey Bernhard, para Warner Bros. (EE.UU.).
Intérpretes: Kiefer Sutherland (David); Jason Patric (Michael); Dianne Wiest (Lucy); Corey Haim (Sam); Barnard Hughes (Abuelo); Jami Gertz (Estrella); Edward Herrmann (Max); Corey Feldman (Edgar Frog); Jamison Newlander (Alan Frog); Alex Winter (Marko); Brooke McCarter, Billy Wirth, Chance Michael Corbitt, Timmy Cappello.
Sinopsis: Una madre y sus dos jóvenes hijos se mudan a la casa del abuelo, que se encuentra en una localidad californiana famosa por la cantidad de personas desaparecidas que acumula.
El recientemente fallecido Joel Schumacher prolongó la buena racha iniciada con St. Elmo: punto de encuentro gracias a Jóvenes ocultos, película ochentera hasta la médula que triunfó en las taquillas y que hoy, gracias al fenómeno nostálgico que todo lo invade (los hijos del baby boom nos estamos haciendo viejos, con todo lo que eso conlleva) goza de una segunda juventud.
En aquella época, la industria había asumido, no sin regocijo, que las producciones que generaban mayores beneficios eran aquellas que iban dirigidas al público juvenil, así que las majors se lanzaron a la conquista de esas audiencias con todo el equipo, lo que provocó una proliferación de películas para adolescentes que, ya en 1987, hacía difícil ofrecer algo nuevo en este terreno. Con la falta de complejos propia de la época, los creadores de Jóvenes ocultos decidieron reunir en una sola obra tres de los géneros más en boga: el cine de terror, la comedia teenager y los films sobre pandillas juveniles. No hace falta ser físico nuclear para saber que ese planteamiento era una clara invitación al desastre, y el gran mérito de Jóvenes ocultos es, precisamente, no serlo. Servidor no es muy devoto de esa manera de filmar, cuyo máximo exponente tal vez sea Ridley Scott, que asume la estética y el ritmo propios de la publicidad y el videoclip, pero he de reconocer que este paradigma, seguido a pies juntillas por Schumacher desde ese virtuoso e inquietante comienzo, que tiene la virtud de incitar al terror enseñando lo mínimo, funciona aquí de maravilla, hecho que, unido al buen hacer de los maquilladores y los técnicos de efectos especiales, así como a la cuidada escenografía de Bo Welch, dan a la película una apariencia visual que la aleja del triste envejecimiento que han tenido otras obras de la misma época y similar calibre. Por otro lado, el guión, que desde luego no es un prodigio, sí efectúa los saltos genéricos con cierta gracia. Se nota que, dentro del potaje temático que es la película, el director se encuentra menos cómodo cuando se busca la sonrisa del espectador que cuando se trata de provocarle miedo, pero incluso en las escenas de más pura comedia adolescente hay algunos momentos que tienen su punto. Tópicos, los hay hasta reventar, pero si mezclamos Calles de fuego, Los viajeros de la noche y una comedia de los Coreys, lo que extraña es que el tinglado se sostenga. Y lo hace, incluso mejor de lo esperado.
Clichés, como dije, faltan pocos: los adultos se dividen entre ex-hippies que intentan comprender a los jóvenes sin conseguirlo demasiado, seres represores y malvados en estado puro. La excepción, como suele ocurrir, son los ancianos. La verdad está en los cómics, aunque se sigue a rajatabla el planteamiento conservador de que la rebeldía, personificada en el hijo mayor de Lucy, Michael, acarrea grandes riesgos. Si entendemos el vampirismo como metáfora de la drogadicción, algo que a mi juicio la película deja bastante claro, pues ya está todo dicho sobre el particular. Tenemos, por supuesto, una apasionada historia de amor, a la vez perdición y fuerza redentora para el protagonista masculino. Dicho todo lo cual, tenemos también a un grupo de forajidos que molan, en especial su cabecilla, que una cosa no quita la otra. Para que no falte de nada, serán los críos raros quienes solucionen el problema. En plena época de esplendor de la MTV, la música debe ocupar un lugar importante, y ahí están la versión de ese clásico inmortal que es People are strange a cargo de Echo and the Bunnymen, la presencia en la cueva de los vampiros de un vistoso homenaje al propio Jim Morrison, o el hecho de que Michael vea por primera vez a su gran amor durante un concierto. Y sin embargo, que diría Sabina, la cosa cae de pie, ayudada por el buen hacer de Schumacher, la inspirada fotografía de Michael Chapman y, todo hay que decirlo, por una pretenciosa falta de pretensiones que tiene su encanto.
Digámoslo ya: la mayoría de actores surgidos en los 80 eran mediocres, y el tiempo se ha encargado de demostrarlo. Aquí, al margen de que a Edward Herrmann le falta un punto de empaque como villano de la función, el principal problema a nivel interpretativo es que, a excepción de Kiefer Sutherland, que desde luego no es hijo del butanero, los actores jóvenes no terminan de dar la talla: a Jason Patric le falta expresividad, a Jami Gertz ese punto de sal que nunca tuvo, a Corey Feldman valor para salirse del estereotipo y a Corey Haim, algunas clases más de arte dramático. Lo mejor del elenco es, sin duda, esa gran actriz que es Dianne Wiest.
Puestos a mirar con nostalgia el cine juvenil norteamericano de los 80, mejor esta película que muchas otras.